Avanzamos, pero seguimos rezagados

Vista panorámica del Gran Malecón.

POR CARLOS HERRERA DELGÁNS

Quisiera comprender cuál es la fórmula mágica utilizada por una firma encuestadora para valorar la gestión de un mandatario. Creo que a los ciudadanos nos vienen metiendo gato por liebre haciéndonos creer en una realidad fantasiosa, poco creíble. Creer o no creer está en cada quien.

La calificación de más del 60 por ciento de aprobación de la gestión del mandatario de los barranquilleros no es producto del resultado de la resolución de los problemas de la ciudad o en su defecto en su disminución. Los inconvenientes centenarios que incomodan y mortifican a los ciudadanos siguen vivitos y coleando. La inseguridad, el espacio público, desempleo, pobreza, miseria, seguridad alimentaria, movilidad etcétera. Fenómenos que padecen en un 70 por ciento los estratos bajos, que necesitan del ala protectora del Estado, mientras que los altos apelan a que este les garantice seguridad y buenas vías, ya que por sí solos son autosostenibles.

La ciudad en los últimos catorce años ha avanzado en unos frentes y en otros sigue estancada como vehículo atascado en uno de los tantos huecos de la urbe. Se rehabilitaron parques para la recreación de las familias, se mejoró la infraestructura física de los colegios y escuelas para darles dignidad a los estudiantes y se recuperaron los puestos de salud para una mejor atención médica a los pacientes. Creo que los esfuerzos se han centrado en estos frentes para celebrar con voladores que todo está resuelto, cuando todo está por resolver.

Los últimos cuatro gobiernos se han derrochado esfuerzos en sectores que podían esperar en su atención, mientras que otros lo requieren con urgencia. Los alcaldes de turno creen ciegamente en el milagro de la cosmetología, al ver en el espejismo de desierto una metrópolis europea o gringa sin ninguna clase de problemas sociales. En realidad, ocultan los lunares negros de la ciudad para no realizar el mínimo esfuerzo en solucionarlos.

De esa forma derrochan millonarias sumas de dinero en la ejecución de obras innecesarias e improductivas, que en el fondo no solucionan los problemas imperiosos de la ciudad. Es como echar monedas en un bolsillo roto de un pantalón, que en el andar van quedando regadas en el camino.

En estos últimos gobiernos se han gastado en la ciudad, de acuerdo al monto de los Planes de Desarrollo, más de $50 billones y seguimos conviviendo con los mismos problemas de siempre, inseguridad, espacio público, desempleo, pobreza, miseria, seguridad alimentaria, movilidad etcétera.

Barranquilla no ha podido superar los problemas de cuna. La gente se deja llevar más por lo emotivo que por la razón. Es fiesta cuando la administración pavimenta una vía por la que ven transitar a los bandidos que los despoja del teléfono celular o un portátil al sentarse en la terraza de su casa con la familia a contemplar la gran obra. Puertas y ventanas son cerradas una vez ha pasado el mal momento.

Decimos que los esfuerzos no se han direccionado a los problemas urgentes de la ciudad, puesto que las administraciones de turno poco o nada les sirve solucionar unos fenómenos que requieren de todo el dinero del mundo. Atacar con programas sociales los sectores marginados se erradicaría la delincuencia, toda vez que se estaría despojando de sus garrar a generaciones enterar de jóvenes, sin ninguna posibilidad de ser ciudadanos de bien. Es la maldición de bruja que vienen pagando infinitamente los sectores deprimidos y marginados de la urbe.

Hoy las cárceles no dan basto por el hacinamiento en la que se encuentran. Cada día son más los capturados y procesados por delitos de hurto, homicidio, tráfico de drogas, extorsión etcétera. Las autoridades destinan más recursos para combatirlas cuando la misión es prevenirlas. Son los sectores empobrecidos la escoria de la sociedad, como califican los ricos, puesto es donde nacen, se crían, crecen y se reproducen como verdolaga los delincuentes.

Si estas últimas administraciones hubiesen destinado una parte de los más de $50 billones gastados, la ciudad habría logrado disminuir en parte una de sus peores pestes como lo es la delincuencia, que a la vez engendra otros comportamientos sociales como el sicariato, traficantes de drogas, drogadicción, prostitución infantil etcétera.

El hecho de disminuir estos fenómenos las administraciones no se verían en la necesidad de adquirir más armas, vehículos, motocicletas, tecnología de punta y agentes del orden para combatirlas. Tal como lo anuncio el alcalde Pumarejo en días pasados al traer 350 policías más para combatir la delincuencia ante el aumento, en los primeros cinco meses del año, de los homicidios, que según las cifras conocidas van 162 muertes violentas.

Cuatro gobiernos centrados en la cosmetología de la ciudad, dejaron a un lado la solución tangible a los graves problemas que asfixian a la urbe, en el que la gente no descansa tranquila pensando que las van a atracar o asesinar al salir de sus casas a realizar las labores cotidianas. 

Según la última encuesta realizada por la firma Invamer, publicada el pasado 13 de julio, el alcalde de Barranquilla Jaime Pumarejo, recibe una calificación de 63 por ciento de aprobación de su gestión y una desaprobación de 35 por ciento, sin que se les consulte a los ciudadanos de a pie si los problemas de inseguridad, espacio público, desempleo, pobreza, miseria, seguridad alimentaria, movilidad etcétera, han sido resueltos o disminuidos para hablar con autoridad de que hemos avanzado como sociedad.

Preguntarle a la gente a quemarropa si aprueba o desaprueba la gestión del mandatario, sin saber el encuestado, primero, en qué porcentaje se encuentra ejecutado el programa de gobierno de este y segundo, si los eternos problemas que los acosan diariamente han sido resueltos o disminuidos. Para responder afirmativo o negativo hay que tener conocimiento de la gestión del burgomaestre.

Convencido estoy que, en la ciudad, en catorce años de administración de la familia Char, la tarea no empezó por donde debió haber iniciado, como eran erradicar los cordones de miseria y pobreza de la ciudad para combatir sus males. Más de $50 billones gastado deja mucho que desear, toda vez que los problemas eternos de la ciudad siguen galopando sin jinete. En fin, la solución no ha sido estructural sino de forma.

El delincuente no nace como pretendía el criminólogo italiano Cesare Lambroso, sino que este es producto de la descomposición social que se da por la falta de presencia del Estado en los sectores pobres y olvidados de la ciudad, donde no se llega con inversión social sino con represión de la fuerza pública para capturar, juzgar y condenar.

Lo dijo Pitágoras hace 24 siglos, en una sola frase: “Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres”.

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