Buitrago: la fatalidad de un cantautor

De izquierda a derecha, Carlos el ‘mocho’ Rubio, Guillermo Buitrago y Fabián Fontanilla.

POR CARLOS HERRERA DELGÁNS

El 1° de abril de 1920, fue recibido al mundo por la partera María Álvarez Laiseca, un niño que más tarde sería el más grande cantautor de música popular con guitarra de la región: Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, y al que crismarían como el ‘Jilguero’ de la Sierra Nevada del Magdalena. Época de prosperidad de la economía cienaguera, por la bonanza bananera que se vivió por la producción y exportación a los mercados internacionales de la fruta exótica como se le llamó al banano, en la que la multinacional norteamericana se negó a reconocer legalmente a sus trabajadores. Situación de la cual se libró la más colosal lucha criolla por el reconocimiento de los derechos laborales. De ahí el desenlace que todos conocen de la masacre de las bananeras de 1928.

     El ‘Jilguero’ era un ‘mono’ escuálido al que comparaban con un gringo por su color de piel y su pelo rubio. De orejas prominentes, cuello largo con una enorme nuez que parecía como si se hubiera tragado una pepa de mamón, de boca pequeña, labios delgados, ojos claros y vestía de smoking blanco, corbatín negro y usaba el pelo engominado.

Su padre Roberto Buitrago Muñoz, un antioqueño del municipio de Marinilla, llegó a Ciénaga aproximadamente en el año de 1914 a probar suerte en el área de las ventas, en cuyas aventuras conoció a su futura esposa, Teresa Mercedes Henríquez De la Hoz, joven mujer de clase media de la sociedad cienaguera, quien se sintió seducida por el emigrante que mostró desde que la conoció las mejores intenciones para formalizar una relación amorosa. Los prejuicios eran, por supuesto, uno de los principales requisitos que debía superar el pretendiente para tener acceso a la familia de la pretendida. Visitas hasta determinadas horas de la noche y salidas controladas era el rigor de la disciplina de cualquier noviazgo para llegar a ser aceptado. Era un hombre de mediana estatura, de tez blanca, de facciones finas y de pelo engrasado con un largo camino real en el centro, el cual evidenciaba la formalidad que requerían los padres de la novia para entregarla en el altar.

     Después que los padres decidieron dar la bendición, contrajeron nupcias en la iglesia San Juan Bautista el 15 de junio de 1916. Una vez el cura párroco José María Del Castillo los bendijo, los novios pudieron besarse a la vista de los presentes, para formalizar la unión que daría como fruto de su amor el nacimiento de sus siete hijos, cinco mujeres y dos varones: Socorro, Alba Luzmila, Guillermo de Jesús, Lola, Edith, Gregorio y Helda Cecilia.

     Cuando Guillermo de Jesús Buitrago se asomaba a la edad de los diez años su padre los abandonó, sin conocerse los motivos que rodearon su decisión. Fue el momento más trágico de la familia. Ni los más perversos comentarios de la gente lograron atinar en una respuesta certera a la partida del progenitor. Las especulaciones rondaron como fantasma a los Buitrago Henríquez por mucho tiempo sin lograrse conocer las razones de su huida.

     Al hacerse mayor de edad Guillermo de Jesús se atrevió a buscar a su progenitor en su pueblo natal para que le explicara por qué abandonó a la familia cuando este gozaba de estabilidad laboral. La multinacional extranjera lo había empleado como coordinador en la estación del ferrocarril en el corregimiento de Sevilla, antiguo municipio de Ciénaga, hoy de la Zona Bananera, en plena huelga. Al cumplir un año de labores en la compañía bananera, se fue para nunca regresar. El ‘Jilguero’ se llenó de valor para emprender el viaje al interior del país para arribar al municipio origen de su padre. Al llegar se encontró que el pueblo era el mayor fabricante de guitarras en el país. Logró conocer a sus abuelos, tíos y primos, quienes lo identificaron como uno de ellos, por el color de piel y sus finas facciones. Quedó encantado por la cantidad de guitarras y tiples que vio a su paso. Era la tierra del instrumento de cuerdas, por lo que pudo encontrar la respuesta a su inclinación musical, el cual no era fortuito sino genético. Entendió desde entonces, su inquietud por tocar cualquier cosa para sacarle sonido cuando cogía a escondidas la guitarra que dejaba guardada en su casa el novio de su hermana mayor, para practicar con ella. Desde entonces, se le metió el gusano de ser músico, y se imaginaba recorrer las principales capitales del mundo cantando sus canciones. Cuando sus parientes le dijeron que su padre se había ido a otra región del país, no vaciló en buscarlo. Su disposición y preocupación por reunirse con él se le convirtió en una obsesión, hasta el día en que llegó a la ciudad de Ibagué, a la vivienda en donde vivía y tocó la puerta. Le abrió su hermana menor por parte de padre, Helda Cecilia Buitrago Castillo. Cuando estuvo frente a su padre lograron abrazarse para sellar un encuentro de sangre. Como si nunca se hubiesen visto. Conoció al instante a su mujer, quien sabía de su existencia por los relatos que le contaba su compañero. Cuando supo los pormenores de su partida se pudo ir tranquilo, para llegar a Ciénaga con las respuestas que todos esperaban y que nadie logró conocer. Por lo menos, la familia fue cuidadosa en entregar detalles al respecto. No existe versión alguna en que se sepan las razones que tuvo el padre de los Buitrago Henríquez para abandonarlos. Y si se conoce, la guardaron en los archivos familiares para nunca saberse.

     La desgracia siempre hostigó a la familia del ‘Jilguero’ la cual no logró afectarle su inspiración de ser un gran artista. La muerte de su señor padre de un infarto cardiaco, tiempo después de haberse reencontrado con él, lo golpeó fuertemente. No pudo ir al sepelio, porque se enteró días después. La segunda tragedia de la familia fue el fallecimiento de su señora madre, dos años más tarde, también de un infarto, cuando apenas cumplía los 21 años de edad. Desde entonces, la muerte los persiguió como la peor de las maldiciones, toda vez que esta se enseñó con ellos. Pareciera que estuvieran pagando un karma con sus propias vidas. De los siete hermanos dos lograron sobrevivir a la persecución maligna, gracias a las misas que se celebraban en la Iglesia San Juan Bautista en nombre de la familia para santificarla. La primera en morir fue la segunda de las hermanas, Alba Luzmila, cuando tenía un año de edad. Siguió la quinta de ellos, Edith, quien falleció al año y medio de vida. Cuando tenía 19 años el sexto de los hermanos, Gregorio, también murió. Después siguió él, tercero de la generación, en la plenitud de la fama falleció días después de haber cumplido los 29 años de edad. Lo sorprendió la muerte en una madrugada del mes de abril en su casa, en compañía de su esposa, cuando el gallo cantó desde el corral anunciando un nuevo día. Cinco años después, murió la séptima de sus hermanos, Helda Cecilia, a los 24 años de edad, para cesar la fatalidad familiar.

     A pesar de la desgracia de la familia nunca desistió de lo que quería ser en la vida. Una vez logró reponerse de la muerte de sus padres y hermanos, visitó la emisora del pueblo, Ondas del Magdalena, que posteriormente se llamaría La Voz de Ciénaga y la de Santa Marta, Radio Magdalena, para entonar las canciones que componía de experiencias vividas y de las que veía también. Desde una parranda hasta cualquier contratiempo que le sucediera a un amigo o pariente, le sacaba punta para hacer una composición, que después la cantaba en las estaciones radiales en vivo y en directo. Si a los oyentes les encantaba la canción, los complacía repitiéndola. No había un instante en que el ‘Jilguero’ no estuviera tocando su guitarra para componer lindas canciones. Le brotaba de su inspiración cantarle a la novia del momento. Como lo hacía con sus amigos entrañables Heliodoro Eguis, Darío Torregrosa Pérez, Antonio Miranda, los hermanos Alfonso, Fernando y Enrique Angarita, Camilo Remón, Roberto Montero, Guillermo Pereira, Nicanor Velásquez, entre otros, lo acompañaban donde le tocara actuar. Se convirtieron en sus escuderos y aliados para afrontar cualquier infortunio del día. Como aquel en el que se había encerrado en uno de los vagones de un tren para no ser agredido por el domador de fieras del circo, que esperaba a que saliera con un fierro en las manos, para hacerlo picadillo por estar enamorando a su novia, una trapecista, que logró seducirlo. Por fortuna aparecieron sus amigos para auxiliarlo y darle una paliza al domador, según lo que se conoce.

     El ‘Jilguero’ era un enamorado empedernido que hacía gala de su pinta de gringo para seducir a cualquier mujer que le cayera en gracia. Un día se quedó con los crespos hechos porque no logró cobrar venganza con una composición dedicada a una mujer de la Depresión Momposina que le había roto el corazón. Se había enamorado perdidamente de ella, y decidió desintoxicar su desamor con la letra de una canción. La hermosa momposina lo había dejado destrozado, de ahí la letra de la composición:

Te entregué mi cariño con nobleza

nunca pensé en engaños ni falsías

estaba convencido que me amabas

y no quise creer en felonías.

Ni las mujeres de la familia de su compae Heliodoro Equis se escaparon del galanteo del ‘Jilguero’ cuando llegaba a visitarlo. Logró enredarse con la hermana de este pero su interés era la hijastra de su compae, quien comenzó a sospechar de las intenciones de su gran amigo. En un cumpleaños Heliodoro invitó a muchas de sus amistades a su casa, en especial a su gran compañero Andrés Velásquez, un revendedor de chatarra militar, a quien apodaron ‘Sanchecerro’, era grandísimo de casi dos metros de estatura, de un peso que sobrepasaba los 130 kilogramos, calzaba aproximadamente 46 y era talla 44 en pantalones, para que lo acompañara a tomarse unos tragos y comerse un sancocho de pescado, con una picada de huevas de lebranche, con bollo limpio, que le habían traído de Isla del Rosario. En el momento de la celebración apareció el ‘Jilguero’ con sus muchachos a darle la gran sorpresa. Le había compuesto el día anterior una de las canciones, que después sería una de las más pegadas de su repertorio, para dedicársela y estrenarla de paso.

     —¡Como me iba a olvidar del cumpleaños de mi único compae! —dijo el ‘Jilguero’ —. Ahí te va Heliodoro:

Oye Heliodoro vamos a parrandeá/compaé Heliodoro, la cumbia va a empezá/mira Heliodoro vamos a parrandeá/compae Heliodoro, la cumbia va a empezá.

Una vez el ‘Jilguero’ terminó de cantarle la canción, Heliodoro como hombre de una gran fortaleza, que adquirió de tanto levantar las tártaras de pan que metía en el horno de la panadería de propiedad de su familia, que se encontraba ubicada en una de las esquinas del mercado, lo cargó y se lo subió al hombro izquierdo y después se lo pasó al derecho para hacerle una promesa de gallero, de aquellos de raza de pescuezo pelao:

     —Compae, el día que te cases te regalo la cama matrimonial —dijo.

Muchas veces se le vio a Buitrago con varios de sus amigos esperar en Puerto Nuevo el tren que salía a las siete de la noche con destino a la ciudad de Barranquilla. Llegaba al día siguiente, antes de las seis de la mañana, para dirigirse a Emisora Atlántico donde lo esperaba su director Napoleón Barraza, quien le dio un espacio en un horario de baja sintonía y en el que le tocaba vender publicidad para sostener el programa de media hora los domingos. Cuando llegó a la capital del Atlántico conoció el movimiento y desarrollo de la ciudad para contagiarse de su ambiente y hospitalidad. La idiosincrasia y estilo de vestir de la urbe era igual a la de su pueblo, por lo que no se sintió un forastero cuando pisó tierra atlanticense. Llegó con su mejor vestido: smoking blanco, corbatín negro, cabello engominado y su inseparable amiga, la guitarra, para hacer su estreno. Al arribar al centro de la ciudad, en donde se encontraba la emisora, percibió en su caminar un lujoso cabaret anunciando la programación del día. Al leerla, le intrigó los grupos musicales en cartelera para la noche, entre los que se encontraba un trío internacional de México. Se acercó al establecimiento a preguntarle a una de las señoras que hacía el aseo. Esta le interrogó, cuando vio su figura, que si era cantante. Por el tono de voz de la mujer, prefirió no insistir y proseguir su camino.

     En el espacio hizo equipo con Julio Bovea, como segunda guitarra y Ezequiel Rodríguez, en la guacharaca. Desde entonces, se sintió extraño e incómodo, y llegó a pensar por un momento en regresarse a su tierra para seguir cantando en la emisora local. Sin embargo, su ambición de surgir como cantante lo aguantó para aceptar su nueva realidad. Era la oportunidad que siempre esperó que le dieran. De esa manera, logró realizar en las condiciones más precarias el programa para darse a conocer como intérprete y que sus canciones se escucharan. A las propagandas que conseguía les hacía un arreglo musical para cantarlas, lo que le gustó a los anunciantes, que decidieron seguir pautando en el espacio.

     Ante el éxito del programa, el director terminó llamando al ‘Jilguero’, para que fuera el cantante estelar de la emisora, sin necesidad de vender propaganda, sino que la emisora le pagaba por su participación en el nuevo programa, que iba los días lunes de cada semana después del radioperiódico de la emisión de la noche. La sintonía arrolladora que tuvo el programa obligó al director ampliar el espacio a tres emisiones a la semana. El ‘Jilguero’ se sintió un artista en ascenso. De vendedor pasó rápidamente a ser la figura de la estación radial, producto del volumen de propaganda que estaban facturando.

     Cuando salía de la emisora era la locura. Lo esperaban cientos de admiradoras para que les regalara un autógrafo y propietarios de establecimientos nocturnos para contratarlo e incluirlo en su programación de la noche. Desde entonces, entendió la dimensión de su fama. Se estaba haciendo célebre por sus canciones, que comenzaron a gustar y a ser comentadas en los programas de la misma emisora, porque la competencia no permitía al personal promocionar artistas que no fueran de su planta, por el temor a que fueran despedidos. De esa manera, su carrera arrancó para consolidarse como un artista de primera. Los propietarios de los mejores clubes y cabaréts de la ciudad de Barranquilla, cuando lo escucharon cantando, se hicieron a sus servicios para programarlo en sus carteleras estelares. Se logró dar el lujo que en una misma noche cuando terminaba de cantar en un cabaret salía enseguida para el de al lado. En el famoso Barrio Chino, en el que se encontraban regados los más importantes sitios nocturnos de la ciudad, se escucharon sus canciones y se conoció su figura. Se convirtió en uno de los artistas favoritos del momento en ganar dinero, por lo que pensó que podía vivir de sus canciones.

     El ‘Jilguero’ siguió componiendo y presentándose en las emisoras del pueblo como en las ciudades de Santa Marta y Barranquilla para extender y consolidar su fama de cantautor de música popular. Muchas de sus canciones llevaban la letra y los arreglos de un gran compositor y arreglista que aprendió la música con una maestra cubana que llegó al pueblo a enseñar los diferentes ritmos musicales: Andrés Paz Barros. Las letras de sus canciones las anotaba en las cajetillas de cigarrillos Pielroja sin filtro, después de fumar, posteriormente las escribía en el pentagrama para que quedaran oficializadas sus creaciones musicales. Era un extraordinario músico innato que encauzó al ‘Jilguero’ en la composición de la música antillana para darle magia a sus interpretaciones. Largas horas se pasaba con el maestro para escuchar sus consejos y ensayar con su guitarra nuevas piezas musicales, que después cantaba en los lugares en los que se presentaba. Así aparecían en las carátulas de los acetatos que grababa en la ciudad de Cartagena en la casa discográfica de Disco Fuentes. Una de sus composiciones reconocidas y que hizo famoso al ‘Jilguero’ fue ‘Dame tu mujer, José’, que sin el consentimiento del maestro le cambió parte de la letra y modificó el título, el cual era ‘José, dame tu mujer’, lo que el maestro nunca le perdonó, a pesar del éxito que tuvo la canción

Dame tú mujer José

dime cuándo me la darás

eres un hombre sinvergüenza

y me la tienes que pagar.

El ‘Jilguero’ saltó de lo parroquial a lo regional interpretando canciones de compositores de otras regiones de la Costa Atlántica. Logró grabarles a los juglares del Valle de Upar con su trío, para darlos a conocer. Cuando interpretó otros ritmos musicales sintió que estaba inventando otra métrica, por las exquisitas piezas de arte que cantaba, las cuales llevaban un mensaje subliminal. El encanto era su voz que seducía, pero a muchos les parecía una voz añeja por su tono. Lograron confundirla con la voz de un anciano, pero cuando lo conocieron personalmente cambiaron de parecer: no era senil sino un joven que cantaba sentimientos en sus composiciones que eran creaciones de la vida real. Era una voz andina que no compaginaba con su edad. Tenía ángel, lo que le permitió abrir puertas para ubicarse entre los cantantes del momento. Los juglares se dieron a conocer cuando el ‘Jilguero’ entonó magistralmente sus canciones, lo que le valió que le reconocieran la patente de ser el gran inventor del nuevo ritmo de la música vallenata con guitarra, a sabiendas de que sus composiciones eran esencialmente música popular en los ritmos de son, vals y paseo. Este último era con el que más se sentía cómodo, por la forma como le fluían las ideas para componer. Sus grandes éxitos fueron construidos en ese estilo, lo que lo impulsó a posicionarse en el canto popular del momento, a pesar de la influencia de la música cubana, mexicana y argentina que sonaban con mucha fuerza.

     Cuentan los viejos de la época que mientras todos hablaban el ‘Jilguero’ le ponía atención a todo lo que decían para después narrarlo en sus composiciones. Así fue como se hizo compositor por el agudo oído que desarrolló para captar ideas y situaciones del momento. De esa manera, fue como compuso uno de sus grandes éxitos, de una tomadera de trago que salió de un partido de fútbol, de los que se jugaban en los playones de la estación del ferrocarril de Ciénaga. Una vez terminaba el partido los jugadores se dirigían a uno de los negocios que quedaba a los alrededores de la estación, el cual logró sobrevivir a las balas disparadas por el ejército colombiano comandado por el general Carlos Cortés Vargas, quien dio la orden de disparar las ametralladoras austrohúngaras Schwarzlose y los fusiles Mauser contra miles de trabajadores que se encontraban reunidos en el sitio esperando a que amaneciera para dirigirse a la ciudad de Santa Marta a exigirle al gobernador del departamento para que interviniera ante la situación de abuso de la compañía bananera. Los jugadores llegaron al negocio La Tranca, propiedad de los hermanos Izquierdo Rodríguez, oriundos de municipio de Chía, Cundinamarca, donde preparaban el mejor guarapo del momento para refrescarse después de un agotador y reñido partido de fútbol. Al final, salían embriagados por el alto grado de alcohol que contenía la bebida, la cual nunca se supo cómo la preparaban, solo decían que sabrosa sí era. Los hermanos Izquierdo llamaron a la bebida ‘Chichema’, que era la combinación de guarapo de piña con uva fermentada, la cual envasaban en tambores de madera para añejarla y darle el toque sabroso al manjar etílico. Mientras los jugadores de ambos equipos se embriagaban, el ‘Jilguero’ craneaba cómo sacarle provecho a la situación para llevarla a una de sus composiciones. Después de tanto pensar y escribir logró componer a ritmo de paseo uno de sus grandes éxitos, ‘Ron de Vinola’:

Me gusta el ron de Vinola

porque me gusta y resulta

ay también lo tomo con Lola

porque me gusta me gusta.

No había un instante en que el ‘Jilguero’ no dejara de componer. En un momento de lucidez le vino la musa para inventar una de sus piezas maestras ‘Los panderos de Río Frío’, inspirada en una tragedia sucedida a un extranjero de nacionalidad rusa que había conocido a una cienaguera en la ciudad de Bruselas, Bélgica, con la que se casó en una de las imponentes iglesias de estilo gótico de la espléndida ciudad, para posteriormente radicarse en el pueblo. Jorge Sumbatoff logró adquirir varias hectáreas de tierras en la zona bananera para dedicarse a la agricultura, especialmente al cultivo de frutas tropicales. Contrató a otro extranjero radicado en el pueblo, el cual hablaba un castellano como si tuviera dos pepas de mamón en la boca, pero por el movimiento de sus labios le adivinaba lo que quería decir. El sector era uno de los más estratégicos de la zona para dicho sembrado. Cuando estaba por recoger la cosecha de frutas, bandoleros de la región se metieron la noche anterior para arrasarla y dejar viendo un chispero a Sumbatoff, que no se cruzó de brazos, todo lo contrario, tomó las medidas del caso. Para vengarse de los ladrones de cosecha adquirió unas semillas importadas para sembrar yuca en un lote abandonado al lado de su finca y tenderle una trampa a los bandidos porque estaba seguro que regresarían por más. Cuando la cosecha estaba para recoger, les había explicado a sus empleados que la yuca sembrada tenía un alto contenido de cianuro de alto riesgo para el consumo humano. Tal como lo había pensado, los bandoleros la noche anterior arrasaron con la cosecha de yuca. Sumbatoff solamente esperaba el resultado de su perversidad. Días después, se enteró que varias personas se habían intoxicado con unos panderos de unos vendedores callejeros en la estación del ferrocarril de Ciénaga, de los cuales algunos habían fallecido. Los panderos los habían preparado con la yuca que le habían robado a Sumbatoff días antes. El descubrimiento de la intoxicación lo realizó el bacteriólogo Rafael Lafaurie Henríquez, quien practicó exámenes a varias personas afectadas por los panderos consumidos. Jorge Sumbatoff se lamentaba de la situación toda vez que le salió el tiro por la culata, porque los bandoleros seguían haciendo de las suyas. Esta es la letra de la canción:

Ha pasado una desgracia

en el pueblo de Río Frío

ya se han muerto tres muchachos

¡ay qué desgracia Dios mío!

dicen que unos extranjeros

sembraron yuca falacia

y de ahí que hicieron panderos

y es la causa de la desgracia.

Fueron muchas las canciones que logró componer Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, para inmortalizarse como verdadero cantautor de música popular. Más de cincuenta en su mayoría en los ritmos de paseo, merengue, vals y mapalé. Mientras que interpretó más de treinta composiciones de otros autores como Rafael Escalona, Tobías Pumarejo, Abel Antonio Villa, Buenaventura Díaz, Agustín Lara, Emiliano Zuleta Baquero, Andrés Paz, entre otros. Algunas de sus composiciones son: ‘El compae Heliodoro’, ‘Ron de vinola’, ‘Las mujeres a mí no me quieren’, ‘Cara e’ perro’, ‘Cienaguera’, ‘El huerfanito’, ‘El negro Mendo’, El toque de queda’, ‘La capuchón’, ‘La loca Rebeca’, ‘La varita e’ caña’ y ‘Los panderos de Río Frío’, entre otras. Entretanto, las que logró cantar de otros compositores encontramos: ‘Dame tu mujer, José’ (Andrés Paz Barros), ‘El testamento’ (Rafael Escalona), ‘El jerre jerre’ (Rafael Escalona), ‘El bachiller’ (Rafael Escalona), ‘Adiós mi Maye’ (Rafael Escalona), ‘Víspera de año nuevo’ (Tobías Pumarejo), ‘Las sabanas del diluvio’ (Tobías Pumarejo), ‘Muchacha patillalera’ (Tobías Pumarejo), ‘Cinco noches de velorio’ (Abel Antonio Villa), ‘Grito vagabundo’ (Buenaventura Díaz), ‘Qué criterio’ (‘La gota fría’ de Emiliano Zuleta Baquero), ‘Pecadora’ (Agustín Lara), etcétera. 

     Canciones en las cuales lo acompañaron Fabián Fontanilla, en la segunda guitarra y Carlos el ‘Mocho’ Rubio, en la guacharaca. Fueron los músicos y amigos con que mejor se sintió representado el ‘Jilguero’, puesto que con ellos logró sus mayores éxitos en su carrera musical.

     Días después de haber cumplido los 29 años, Guillermo Buitrago comenzó a sentir los malestares de una grave enfermedad que lo estaba acabando internamente. La causa de su muerte sufrió la especulación de la fama, por lo mucho que se dijo al respecto. Su esposa siempre sostuvo que había sido por un mal trago recibido en una de sus presentaciones. Otra versión dice que murió víctima de una cirrosis hepática por sus constantes borracheras. Especulaciones que fueron desvirtuadas por el tisiólogo Augusto Hidalgo Acosta y por su profesor de Ciencias Naturales Pedro Juan Navarro, este último logró inyectarlo en varias ocasiones con Di-Hidroestrectomicina, un medicamento que le venía aplicando clandestinamente un Químico Farmacéutico en el municipio de Fundación, por lo que se le veía viajar semanalmente a dicha población, para tratar la maligna enfermedad, que con el tiempo se volvió inmune al medicamento, por lo que el ‘Jilguero’ dejó de prescindir de los servicios del farmacéutico para encomendarse a los médicos de su pueblo. Fue así que después de varios exámenes practicados por el doctor Hidalgo, este corroboró que efectivamente padecía de una tuberculosis pulmonar. Lo más grave del caso era que tenía poco tiempo de vida.

     En el consultorio el ‘Jilguero’ sufrió una crisis de tos intensa con sangrado, por lo que el médico pudo comprobar la gravedad de la enfermedad de su paciente, la cual se encontraba en su último ciclo.

     Como pudo llegó a la tienda a comprar un tóxico. Una vez el tendero le despachó el producto se dirigió a su casa para no salir nunca más. Antes de acostarse, sin que su esposa, Lilia Gallardo Polo, se percatara del acto de suicidio que iba a realizar su esposo, ingirió el insecticida. A la 1:30 de la madrugada el ‘Jilguero’ se complicaba. Su respiración comenzó a fallarle y las fuerzas lo abandonaban. Los terribles dolores estomacales se intensificaron para adelantársele a la fatalidad de la enfermedad que padecía. Su esposa sacó la mecedora al patio para que se reposara de la crisis de tos que padecía, como una forma de que se le pasara respirando el aire puro de la madrugada. Por mucho que lo refrescó con el abanico de palma seca, no vio mejoría. Ni los remedios caseros que le preparó fueron suficientes para calmar su malestar. Por un instante se quedó pensativo. Cuando lograba respirar el aire puro de la noche sentía que la musa le volvía para inspirarse a componer nuevas canciones. Recordó el día en que se enamoró de su esposa, y que sus padres nunca lo aceptaron porque era un vago músico que no tenía futuro. Se valió de sus cuñadas que le hacían la segunda para verse a escondidas. De esa manera pudo mantener la relación con su novia. Aunque en su casa estaba prohibido escuchar las canciones de su enamorado por la emisora, meses antes de recibir el grado de bachiller, Lilia encontró a su madre pegada a la radio, por lo que entendió la decisión final de sus padres de bendecir la relación. En el momento en que se encontró con él en la plaza le dijo que ellos habían accedido a su noviazgo. Primicia que confirmó cuando se presentó con su mejor vestido al grado de ella, para pedir su mano y hacerla su esposa. Se casaron en la iglesia San Juan Bautista, él de 26 años de edad y ella de 22, el 1° de julio de 1946, con la bendición del cura párroco Máximo Ruiz.

     Pasada las dos de la madrugada del 19 de abril de 1949, Guillermo Buitrago quedó tendido en la mecedora con los brazos caídos. No quiso cumplir el pronóstico del especialista que le dijo que le quedaba poco tiempo de vida. Decidió aligerar su destino para no seguir soportando la fatalidad de una enfermedad crónica incurable, que lo consumió rápidamente para acabar con un proyecto de vida que apenas florecía. Tampoco quiso ser carga para nadie, ni mucho menos que lo responsabilizaran del contagio a otras personas por la enfermedad que padecía. Murió intoxicado por su propia decisión, no de un mal trago como siempre aseguró su esposa. Se adelantó a ese infortunio irreversible.

     El ‘Jilguero’ dejó dos recuerdos indelebles a su esposa. Su hijo de cinco meses de nacido, a quien no pudo tener el privilegio de haberle enseñado a tocar el instrumento de cuerdas y su guitarra, la cual dejó colgada en el recodo de su cuarto, donde siempre permanecía después de cada presentación.

     Guillermo de Jesús Buitrago fue sepultado en el ‘cementerio de los ricos’, donde alguna vez fueron enterrados los restos mortales de su señora madre y algunos de sus hermanos.

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Fuentes: Enciclopedia Wikipedia; Herrera Fernández Carlos, ‘El paseo del compae Eliodoro’; Caballero Elías Edgardo, ‘Guillermo Buitrago, cantor del pueblo para todos los tiempos’; Correa Díazgranados Ismael, ‘Anotaciones para una historia de Ciénaga’; Ruiz Hernández Álvaro, ‘Época de oro de la radio en Barranquilla’; Biblioteca Piloto del Caribe.