El ‘Congresito’: el tertuliadero en el que quisieran hablar los dioses

El ‘Congresito’, lugar en las afueras de la Alcaldía vieja de Barranquilla, donde se concentra la gente a conversar. Foto: Enguardia

CRÓNICA / POR CARLOS HERRERA DELGÁNS[email protected]

En los primeros cien años del emblemático barrio El Prado, Barranquilla perdió una célula de su identidad cultural e histórica. Hoy el barrio no es sombra de lo que era en los años 60 y 70, cuando fue considerado la mejor urbanización de Latinoamérica por su arquitectura aristocrática y urbanismo. Inmensas mansiones construidas en estilo republicado al gusto de sus propietarios, pujantes industriales, comerciantes, terratenientes y ganaderos, que, entre otras cosas, eran las personas que podían comprar y construir en dicho sector. El ingeniero estadounidense Karl Calvin Parrish, quien estaba al frente de la obra prohibió construir casas en madera con techos de cinc y casas de bahareque con techos de paja. Lo más extraño de la situación era que en las enormes casas de una y dos plantas con grandes extensiones de patios no se logró escuchar el canto de un ave silvestre enjaulada, ni el de un gallo en la madrugada anunciando un nuevo día, tampoco el ladrido de un canino espantando seres extraños o el miau de un lindo gatito acariciando con su cola la antepierna a su amo. Eran las restricciones establecidas en el manual de convivencia de la urbanización El Prado, en el que se prohibía cualquier cría de especie animal.

     De la vieja Barranquilla que recuerden las generaciones de los años 60 y 70, son pocos los sitios que sobreviven a la nueva urbe que se levanta con enormes edificaciones como rascacielos neoyorkinos que no dejan de crecer. La explosión demográfica ha propiciado la construcción de nuevos complejos habitacionales para ahogar el viejo paisaje terrenal de la ciudad, que pulsea con el modernismo para no desaparecer. Era una ciudad que olía a añejo, donde se encontraban en el centro los principales tertuliaderos, como cafés y librerías, los cuales eran frecuentados por la casta política, personajes de la cultura, escritores, poetas, cantantes, músicos, comerciantes e industriales como inquietos personajes pintorescos de la vida cotidiana de la ciudad. En sus conversaciones no quedaba títere con cabeza. Cuando se los cogía el día nadie quería irse, el primero que lo hacía daba papaya para que lo desplumaran. Por lo que decidieron como regla general irse todos al mismo tiempo, pero cada uno debía tomar caminos diferentes, para evitar cualquier comentario en la vía.

     En la calle San Blas con 20 de Julio y Progreso funcionaban los tertuliaderos en la ciudad. Época donde se vivió la efervescencia de los inmigrantes y los pomposos negocios. Ahí la gente encontraba la Heladería y Lonchería Americana, La Hondana, Bar Metropol, Bar Jappy, Bar Colonial, Café Roma, los salones de baile Arlequín y Carioca y las librerías Nacional, Cervantes y Mundo. Esta última, la administraba el sabio catalán Ramón Vinyes, la cual servía de punto de encuentro del Grupo Barranquilla y otros intelectuales de la época. Después de terminar largas horas de charla literaria, el grupo, en cabeza de García Márquez, se dirigía al Café Colombia, que quedaba al frente de la Mundo para seguir la cháchara con un delicioso café tinto. En uno de sus encuentros etílicos en el Bar Colonial, Gabriel García Márquez, desde el balcón, vislumbraba el movimiento en el sector. Se le escuchó decir: “En esta cuadra empieza el mundo”. Era la esquina donde quedaba el Almacén Tía. Mientras que la esquina del antiguo Almacén Ley, calle de San Juan con Progreso, era la esquina de los músicos. Allí se congregaban trompetistas, saxofonistas, pianistas, bateristas, clarinetistas, cantantes y toda clase de músicos, que en cuestión de minutos armaban una orquesta, apta para todos los gustos, en la que se tocaba cualquier ritmo musical, desde música de Glen Miller hasta bolero, porro, cumbia y mapalé. Con el crecimiento del comercio y las ventas estacionarias en el centro, los músicos, más de 70, se trasladaron al parque del mismo nombre, ubicado en la calle Murillo entre La Paz (carrera 40) y Progreso (carrera 41), para refugiarse en el busto del periodista Elías Pellet Buitrago, en espera de que los contrataran para una noche de parranda. Hoy a este parque se le conoce como el Monumento a los Enamorados, el cual simboliza la figura de dos enormes manos. A su alrededor se encuentra un reguero de bares y tabernas.

     Los tertuliaderos de la calle San Blas con 20 de Julio y Progreso, se diferenciaban en muchos aspectos del famoso Café Windsor del Hotel Franklin de la fría capital de la República de 1914, año en que fue inaugurado. El café era el sitio de concentración de la Generación del Centenario afín a la Edad Media y de los ‘nuevos’, que se abría paso con una concepción diferente del mundo. Estos últimos con el tiempo fueron imponiendo su régimen en el lugar. El café era uno de los sitios más bohemios y agitados de la vida bogotana. Propiedad de los hermanos Nieto Caballero, pertenecientes a la Generación del Centenario, fue concebido en principio para que se congregaran los hombres de negocio e industriales de la ciudad. Nunca los hermanos Nieto pensaron que al lugar iban a llegar los poetas ateos irreverentes y bohemios sin plata, a chantarse a tomarse un perico o un café tinto y conversar largas horas. Por el Windsor pasaron grandes figuras de la talla de Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos, Jorge Zalamea, Juan Lozano y Lozano, Augusto Ramírez Moreno, Germán Arciniegas, León de Greiff, Jorge Eliécer Gaitán, Alejandro Vallejo, entre otros. En la misma mesa se podía ver departir a un leopardo godo como Augusto Ramírez Moreno y a un comunista como Jaime Barrera Parra. O mirar entrar al pastor ruso Silvestre Savitski, de quien se dice fue el precursor del marxismo en Colombia, santificar el lugar por los ardientes debates que se armaban. Por la temperatura que se media en el lugar, los hermanos Nieto Caballero tomaban las más estrictas medidas de seguridad como colocar chulavistas a la entrada del negocio, para evitar que lo desbarataran.

     En la Barranquilla de hoy no existe un tertuliadero donde la gente pueda llegar a conversar tanto de los temas del día como de los negocios personales; donde se encuentren al mismo tiempo los políticos, los periodistas, los artistas, los escritores, los funcionarios, los comerciantes, los industriales, etcétera. En la ciudad cada día hay menos sitios para conversar con un café tinto o un refresco con un pan en la mano. Sin embargo, hay uno que con los años se ha ido abriendo camino para hacerse visible ante la escasez de sitios de conversación. Este es público, al aire libre, en donde llegan desde un tramitador hasta un alto funcionario de la Alcaldía Distrital como de la Gobernación. Muchos servidores públicos y líderes de la provincia también aterrizan en este sitio arrastrando consigo sus precarias necesidades sin solucionar por los mandatarios de turno, para integrarse y saborear un delicioso café tinto para actualizarse de la última demanda impetrada contra el Distrito o el departamento; las novedades de los diferentes partidos políticos como del Concejo y la Asamblea Departamental o hacerse a los servicios de los tramitadores para diligenciar servicios notariales, de tránsito, predial, tributarios o servicios públicos domiciliarios. El ‘Congresito’, como tertuliadero popular, ha ido llenando el vacío de los que fueron los grandes sitios de conversación privados en la ciudad. Es el lugar silvestre, arropado por frondosos árboles de almendros y robles, en los que los rayos del sol se filtran al mediodía para dar una mayor claridad, y en el que muchas veces el hilo de la conversación se ve interrumpido por la salpicada de cagada de palomas, las cuales anidan en la copa de los árboles. El ‘Congresito’ es un lugar sin puertas ni ventanas y mucho menos sin horario de entrada y de salida, el cual se encuentra a las afueras de la vieja Alcaldía, que se resiste a desaparecer por su avanzado estado de deterioro. Edificio donde funcionan tres instituciones de control del Estado: Personería, Contraloría y Concejo Distrital. A su alrededor, se ubican antiguas casonas de la añeja Barranquilla que con el tiempo han sido convertidas en diferentes tipos de negocios. Al frente, se localiza la Notaría Segunda, antes Primera, la cual le da un tremendo movimiento al sector para el diario subsistir de los tramitadores que se encuentran a montones como caimanes con las fauces abiertas en boca e’ caño. Al lado de esta, se levanta una nueva edificación de cuatro pisos de la que se dice sería el primer parqueadero aéreo público en el centro de la ciudad.

     El que llega al ‘Congresito’ se integra y se sintoniza con la conversación que han iniciado desde las 7 de la mañana los madrugadores del lugar, saboreando un café tinto en un vasito desechable que les ha servido el tintero del sitio, Luis Cárdenas, quien lleva más de 40 años en el oficio de vender café negro, aromáticas y cigarrillo de todas las marcas. En esa faena ha criado a sus hijos y cuando le toca ausentarse del lugar lo reemplazan, con la supervisión de su mujer, quien se encuentra a un lado del negocio ejerciendo la misma actividad de informalidad. Ella se dedica a vender agua, refrescos y llamadas a cualquier operador de telefonía móvil celular. ‘Lucho’ el primero en llegar, mira el reloj para decir que son las 6 de la mañana. Pasada las 9 se puede observar en todo su esplendor el lugar abarrotado de extremo a extremo, de gente llegando de todas partes de la ciudad y el departamento. Si bien en el ‘Congresito’ no se escuchan las sonatas tocadas por la agrupación de planta del Café Windsor o la declamación de los poemas de León de Greiff o las historias de Patria Boba de Germán Arciniegas, sí se logran oír intervenciones magistrales de la vida real por Joaquín Castillo, economista, quien sostiene que la construcción artificial del embalse de El Guájaro es producto de las consecuencias que está viviendo hoy el departamento; Hugo Apresa, abogado, excombatiente, manifiesta que el peor momento de los desmovilizados de las Farc fue haber aspirado a cargos de elección popular cuando todavía olían a pólvora y a sangre; Hugo Rosanía, hijo de inmigrantes italianos, explicando cómo se robaron los terrenos de Monigote, actual zona negra, en la que su familia poseía varias hectáreas de tierras; Elberto Guerra, abogado, haciendo la defensa de varios mochileros en el sonado caso de ‘Casa Blanca’ para demostrar su inocencia; Víctor Dovales, explicando el camino más expedito para que un cotizante se pensione; Manuel Ahumada, el ‘Chino’, detallando el procedimiento para tumbar un comparendo impuesto por la Secretaría de Movilidad por la captura de las cámaras infractoras regadas por toda la ciudad, muchas de las cuales no se encuentran registradas ante el Ministerio de Transportes.

     También llegan a integrarse al ‘Congresito’ excongresistas, exdiputados, exconcejales del Distrito como exmagistrados, exjueces, exregistradores, poetas, escritores, estudiantes universitarios, pensionados, docentes, pintores, sindicalistas, etcétera. Todo un universo de personajes que los embarga la curiosidad de enterarse del chismorrear del día, posan en el sitio, que como lo habíamos narrado en el cuento con el mismo nombre: “El ‘Congresito’ contagia cada día más. El que llega casi nunca se va. Es como un hechizo que no se rompe sino con otro hechizo. El encanto no es temporal sino permanente. El que llegó se quedó, porque si se va regresa por inercia. La fuerza gravitacional finaliza absorbiéndolo. Es como un vicio, difícil de curar”.

     Muchas muertes de los asistentes al ‘Congresito’, por una u otra causa, han sido lamentadas profundamente por todos los vivos que siguen frecuentando inmancablemente el lugar para desearle que el Todopoderoso los tenga en su Santo Reino. Recientemente fue Julio Gastelbondo, quien murió de un infarto, y se le logró recoger un dinero, entre todos los mortales del lugar, para cubrir los gastos de la misa de las nueve noches realizada el pasado 11 de marzo en el ‘Congresito’, la cual fue celebrada, pasada las doce del mediodía, por el padre Fernando Sánchez Alarcón, obispo anglicano.

     El ‘Congresito’ afortunadamente no será cerrado como el Café Windsor por extrañas circunstancias, puesto que, de este lugar al aire libre, expuesto a la polución, a las fuertes brisas de temporada, a la época invernal, a la época de intenso calor, nadie tiene las llaves para abrir y cerrar las puertas, sencillamente porque estas no existen. Es un lugar libre como un ave silvestre, en el que cualquiera puede llegar a conversar sin tapabocas y sin rodilleras. Es el único tertuliadero popular del mundo en el que todas las ideologías se integran para expresarse sin ninguna prevención. De ahí, que los primeros en llegar son los muchachos de la extrema derecha y los de la extrema izquierda, los del centro, los alternativos e increíblemente los apolíticos. Allí no existen vetos para exteriorizar lo que se piensa. Es un lugar no apto para cardiacos, por sus discusiones candentes, en las que al final se termina con un buen chiste.

     Si se le preguntara a cualquier mortal en el ‘Congresito’ cuál es el tema de que más se habla en el lugar de odios y pasiones, tendría que decir que no hay uno específico, pero el que más se trata con mayor profundidad y sapiencia es el político, puesto que todos los que asisten diariamente militan en diferentes corrientes políticas.

     El ‘Congresito’ como tertuliadero popular tiene un encanto de sirena que nadie ha podido descodificar. Muchos se han atrevido a decir que es la sabiduría que tienen al expresarse, que al final terminan siendo predicciones proféticas que tarde o temprano llegan a cumplirse. De ahí, que los dioses del Olimpo quisieran tener un espacio para hablar en este maravilloso lugar, templo del conocimiento y de la informalidad en el centro de la ciudad. Razón tiene quien dijo que el ‘Congresito’ es un reguero de sabios desperdiciados (Tomado del libro Los muertos de nadie).