El cura que expulsa demonios – (Decimoquinta Historia)  

El padre Pancracio de Asís salió ese día vestido de camisa manga corta, alzacuello, pantalón y zapatos de charol de color negro y llevaba a sus espaldas un bolso oscuro con varios objetos. En su cuello colgaba una gruesa cadena de metal con un crucifijo de plata, —de 10 centímetros de longitud, forjado en los talleres de orfebrería del mismo Vaticano—, el cual brillaba a la luz del día.

     Había convenido visitar a la hija de una familia humilde de la que decían estaba poseída por un demonio para exorcizarla. Cuando el sacerdote llegó al lugar indicado los padres de la niña lo esperaban en la puerta de la casa. Le dieron la más calurosa bienvenida y le agradecieron el gesto de su visita. Acto seguido lo invitaron a seguir.

     En el preciso momento en que el padre Pancracio de Asís ingresaba al inmueble, ‘Harry Desastre’, que se dirigía a la parroquia a entregarle una colonia de fragancia cítrica, lo vio entrar. Dio un giro de 180 grados para estacionar ‘el escarabajo’ y descender.

     —Hola ‘Harry Desastre’, te esperaba en las horas de la tarde —le dijo el cura.

     —Lo siento padre, pero pasaba por el lugar y al verlo decidí llamarlo para entregarle la colonia, pero veo que está ocupado —contestó Harry.

     —No te preocupes, acompáñame y sabrás a qué he venido a esta humilde casa —respondió el cura.

     —¡En la que me he metido! —exclamó.

     Los hombres ingresaron a la humilde vivienda de paredes de material sin empañetar, techo de tejas de cemento, ventana de madera rústica y piso de baldosas ajedrezadas, el cual mostraba un estado de desgaste por el paso del tiempo.

      —¿Dónde se encuentra la niña? —preguntó el sacerdote.

      Los padres de la niña condujeron a ambos hombres a su habitación y al intentar abrir la puerta, sintieron un olor a azufre.

     —Un momento, retírense —dijo el padre—. Yo la abro, puede ser peligroso.

    Los padres y hermanos de la niña se apartaron, mientras el sacerdote se tapó la nariz, luego de empapar el pañuelo con agua bendita. Lo mismo hizo ‘Harry Desastre’ para ingresar al cuarto de la poseída. Sin embargo, el efecto del fuerte olor lo hizo regurgitar.

     —¡Qué pestilencia tan repugnante! —exclamó.

     —Es el mismo olor del diablo —respondió el padre—…Por cierto, ¿cómo se llama la niña? —preguntó a los padres.

—Luisa, padre, Luisa —replicó la madre.

     —¿Desde cuándo está en esta situación?  —preguntó el cura.

     —Ya tiene una semana, sin presentar mejorías —respondió el papá.

     Al introducir la llave en la cerradura de la puerta el cura la fue abriendo lentamente y vio a la niña atada bocabajo en la cama, como si estuviera sufriendo el peor de los castigos.

     —¿Por qué la amarran de esa forma? —preguntó Harry, consternado por lo que estaba observando.

     —Es la única forma de contener la ira del demonio, de lo contrario atacaría a las personas —respondió el padre Pancracio de Asís, que se despojó del bolso que llevaba a las espaldas para colocarlo en una mesita de noche a la que le faltaba una pata.

     Corrió la corredera metálica para extraer de su interior los objetos religiosos. Fue sacándolos uno por uno. Primero la Biblia de pasta negra con letras doradas, seguida de una botella de agua bendita, dos estolas moradas y dos casullas de color blanco celestial.

     —Harry, colócate la casulla y la estola encima de la ropa y apártate de la cama de la niña —le ordenó el religioso revistiéndoselas también.

     El olor a azufre era insoportable en la habitación, lo cual hacía difícil la respirar, por lo que el cura le sugirió a Harry que mojara nuevamente el pañuelo con agua bendita para no inhalar el putrefacto olor. Así lo hizo, pero sintió un fuerte ardor en los ojos como si se les incendiaran.

     — Harry, prepárate a presenciar cómo se expulsa un demonio —le dijo el padre.

     Acto seguido, el cura cerró la puerta de la habitación y abrió las ventanas para que entrara la luz del día y de esa manera iniciara el rito.

     La niña empezó a moverse y una extraña voz a manifestarse. Era el mismo demonio que se rebelaba.

     —¿Qué busca aquí padre? —preguntó el ser maligno por boca de la niña, que seguía bocabajo y con los cabellos desordenados por lo desaseada que estaba.

     De golpe ella se volteó para quedar boca arriba mirando al padre y a Harry, que temblaba de miedo por lo que estaba sucediendo. Su cuerpo parecía una gelatina y su color se volvió pálido como un cadáver. El miedo se apoderó de él.

     —Contrólate, Harry que ya viene lo bueno —dijo el padre.      La niña tenía los párpados ensombrecidos, las pupilas y los iris oscuros y la esclerótica ensangrentada, lo que le daba un aspecto diabólico y agresivo. Se sintió más terror

cuando comenzó a hablar. Era una voz gutural, que venía de su interior como si tuviera un gato en el estómago. Sus bruscos movimientos buscaban liberarse de las ataduras.

     El padre Pancracio de Asís tomó el crucifijo de plata brillante que le colgaba del cuello y le dijo a Harry que sujetara a la niña por las piernas. El muchacho lo pensó una y mil veces hasta que el cura lo encrespó.

     —¡Apúrate, Harry que no tenemos tiempo!

     Cuando lo hizo, su cuerpo se estremeció y pensó que estaba sosteniendo al mismo demonio. El cura se encaramó en la cama abriendo las piernas para que la niña quedara debajo de él. Seguidamente le colocó en el pecho el crucifijo para exigirle al demonio que saliera.

     —En nombre de Dios te exijo que abandones el cuerpo de Luisa.

     Inmediatamente, este empezó a chamuscarse al brotar un humo grisáceo como si se estuviera asando en la parrilla. El demonio seguía hablando en una lengua extraña, la cual el padre identificó como arameo.

     —Es muy fácil entrar, pero muy difícil de salir, padrecito —respondió el demonio por boca de la niña.

     El padre destapó la botella que contenía agua bendita y la regó en su cuerpo y su cabeza, haciendo que ella chillaba como si estuviera ardiendo en una hoguera. Se retorcía y maldecía al sacerdote que no se inmutó por lo que decía porque tenía la suficiente experiencia en exorcizar.

      Acto seguido, abrió la Biblia y la puso en la mesita de noche y volvió a tomar el crucifijo metálico y lo aprisionó en la frente de la criatura para pronunciar las palabras sagradas y exigirle al demonio que abandonara su cuerpo:

“Te ordeno Satanás salir del cuerpo de esta niña,

sierva de Dios…Te ordeno Satanás, príncipe de este mundo,

que reconozcas el poder de Jesucristo…

Abandona el cuerpo de esta criatura…Te ordeno que

salgas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Las ventanas se abrían y cerraban violentamente, las hojas de la Biblia se pasaban de página y la cama llegó a levantarse unos centímetros del piso sin que el padre Pancracio de Asís desistiera de su misión.

Entretanto, en un recodo del cuarto, ‘Harry Desastre’ con las manos en la cabeza quería salir corriendo del lugar. Trató de abrir la cerradura de la puerta para escapar, pero esta no cedió.

     —Harry, mantén la calma o el demonio se apoderará de ti —le dijo el sacerdote.

     Así fue, Harry se serenó y observaba cómo el padre de pie en el centro de la cama, luchaba para que el demonio abandonara el cuerpo de la niña. Ella se sacudía violentamente de un lado a otro tratando de zafarse de las correas de cuero de buey que la ataban como si fuera una condenada.

     Por último, el padre vació la botella de agua bendita en la cabeza de Luisa, colocándole la estola alrededor del cuello, presionando el crucifijo en la frente y repitiéndole al demonio que abandonara su cuerpo.

     Un alarido se escuchó. Las ventanas de la habitación dejaron de abrirse y cerrarse, la cama se desplomó y el padre Pancracio de Asís cayó encima de la niña, que empezó a cobrar su color natural al igual que el de los ojos, y sus cabellos se ordenaron como si los hubiesen peinado.

      Al levantarse el padre, la niña abrió los ojos y lo primero que se le ocurrió fue llamar a su mamá. Esta acudió con su papá para desamarrarla y abrazarla. El demonio había abandonado el cuerpo de Luisa y con ello, finalizado una horrible pesadilla.

     El sacerdote le extendió la mano a Harry para ayudarlo a levantarse del piso y decirle que todo había terminado.

     —Harry, te comportaste como todo un valiente, a pesar de no estar preparado para este tipo de rituales, lo hiciste bien —dijo el padre.

     —¡Qué cosa tan terrible! —respondió Harry—. Primera vez en mi vida que veo un exorcismo.

     Luego de que los padres de la niña agradecieran al cura Pancracio de Asís por haber liberado a su hija del más temible de los demonios, los dos hombres abandonaron la casa para abordar ‘el escarabajo’ con destino a la parroquia del cura.

     —Una pregunta indiscreta padre: ¿Qué clase de demonio fue el que le sacó a la niña? —lo interrogó Harry.

     —Belcebú es su nombre. Siempre aparece cuando es invocado —le respondió el padre.