El espejo en el estanque – (Decimocuarta Historia)

Matías, el ratoncito doméstico, despertó a ‘Harry Desastre’ de un extraño sueño. Por mucho que chilló, el muchacho no entendía lo que quería decirle. Ambos volvieron a dormitar para olvidar el desagradable momento. Al cerrar los ojos el roedor soñó que se encontraba en un bosquecillo húmedo de inmensos pinos, aves de hermosos cantos y ciervos que se alimentaban de un pastizal jugoso. Se frotó las patas delanteras para entrar en calor y deshelarse la cola y los huesos.

     Matías avanzó con la mayor cautela del caso para no ser sorprendido por predadores como el lince que sale de la nada para cazar a sus presas, de las cuales él es una de ellas. Llegó a un estanque de aguas reposadas y cristalinas, que permanece lleno por las constantes lluvias que caen durante el día y parte de la noche. Cuando se acercó a beber un poco, vio allí también en un costado a un ciervo de pelaje dorado que irradiaba la misma luz del sol y de enormes astas.

     —¡Qué maravilloso animal! —exclamó.

     Le habló para ver si le escuchaba. Este le respondió devolviéndole el saludo.

     —Hola amiguito, ¿qué haces en este bosque?

     Matías corrió asustado a esconderse en un hoyo de conejo, puesto que nunca antes le había hablado otro animal.

     Se acercó hasta quedar a un metro de él.

     —No sé cómo llegué aquí, lo único que recuerdo es que estoy aquí y no sé cómo regresar a mi hogar. ¿Me puedes ayudar a hacerlo? —le preguntó.

     El ciervo siguió bebiendo del estanque para proseguir su camino, pero el ratoncito lo interrumpió.

     —¿Acaso eres un dios que viene del infinito a calmar tu sed en este embalse? —preguntó Matías.

     —Soy un ciervo encantado que deambula por el mundo orientando a los débiles extraviados como tú —respondió—. Comprendo tu situación y te ayudaré a regresar a tu hogar una vez prestes atención a mis indicaciones.      Luego de que el ratoncito se informó acerca de lo que debía hacer para retornar, el ciervo desapareció en el preciso momento en que los rayos del sol, se filtraron por el follaje. Cuando se disponía a beber del estanque, un lince de pelaje estampado en manchas y rayas, —cola más corta que el resto de su especie y unas orejas puntiagudas de las que se desprendían unas mechas negras que le permitían una mejor capacidad auditiva—, apareció en la otra orilla. A medida que bebía el líquido no le quitaba la miraba a Matías, el cual se atemorizó con la presencia del felino.

     No quiso darse a la fuga puesto que sabía que el lince era más rápido que él. Matías permaneció estático como si las patas se le hubiesen enterrado al no poder moverse esperando que el predador se le fuera encima.

     El lince hizo un brusco movimiento no para atacar al ratoncito sino para huir por la presencia de un poderoso tigre de bengala que se acercó al estanque a saciar su sed. Era una hembra recién parida que se mostraba hambrienta, pero Matías pensó que no era el alimento que este buscaba.

     Una vez esta bebió y se refrescó en el cuerpo de agua, se marchó. Un silencio sepulcral se apoderó del lugar en el que ningún animal por ese momento se acercó a beber.

     Matías recordaba las palabras del ciervo dorado referentes a un espejo que todo lo sabe y todo lo revela. Era cuestión de invocarlo para que apareciera y lo regresara a su hogar. Estaba a punto de hacerlo cuando salió de los arbustos una manada de lobos hambrientos y sedientos de pelaje gris; complexión robusta; cabeza grande y redondeada, en la que se destacaban sus orejas triangulares, siempre erguidas, aunque cortas, y sus vivos ojos de color ambarino.

     Eran ocho jóvenes lobos todos machos que se acercaron al estanque a beber. El jefe, un alfa inmenso y feroz, olfateó al ratoncito para alertar al resto. Matías no se movió, sin embargo, la posición de los predadores: cabeza levantada, orejas erguidas y mirada penetrante era la señal para atacar.

     Matías que jamás había estado en semejante situación siguió estático sin mover un solo músculo ni siquiera la cola. Sabía que al hacerlo sería comida de lobos. Una leve brisa helada movía las hojas de los árboles para tensionar aún más la situación de la presa, que temblaba no se sabe si de frío o de miedo. La manada tampoco se movía esperando a que el jefe iniciara el ataque, pero este no se decidía. Se acercó al ratoncito cautelosamente cuando este le habló.

     —Hola jefe lobo.

     El lobo se echó para apreciar de cerca al roedor que no dejaba de hablarle, como si se conocieran.

     —Mi nombre es Matías y vengo de la otra parte del mundo. No sé cómo llegué aquí, pero necesito regresar lo más pronto posible a mi casa —dijo este.

El lobo alfa daba la impresión que entendía lo que le decía el ratoncito al permanecer atento y sin ninguna disposición de atacarlo para comérselo. Se levantó y se perdió con la manada por el mismo lugar por donde vino.

     Matías tragó en seco el mal momento que acababa de pasar y se disponía a conjurar las palabras que le había revelado el ciervo de oro para que apareciera el espejo del estanque y lo regresara a casa. En ese instante un aleteo sigiloso le avisó que se acercaba un nuevo peligro. Era una lechuza de plumaje blanco perla y de rostro en forma de corazón, que se posó en la rama de un árbol para observarlo.

     Matías sabía que los roedores son la presa preferida de las lechuzas, por lo que decidió estar quieto sin retirarle la mirada al predador que giraba la cabeza rítmicamente de un lado a otro evaluando su posición y distancia.

     Los minutos transcurrieron y tanto Matías como la lechuza permanecían sin moverse. Del movimiento de uno dependía que el otro lo hiciera. Fue así que el ratoncito aprovechó la situación para beber un poco de agua y esparcirla en forma de lluvia y pronunciar las palabras mágicas:

¡Espejo del estanque, aparece!

El cuerpo de agua se cristalizó. Ahora era sólido y reflejaba el paisaje del bosque y las aves que cruzaban el firmamento.

     Era el espejo más grande que había visto en su vida, el cual le habló para quedar más aterrorizado.

     —¿En qué te puedo ayudar amiguito?

     —¡El ciervo dorado dijo la verdad! —exclamó Matías, sorprendido por lo que estaba sucediendo.

    La lechuza batió sus alas para lanzarse al vacío, pero salió huyendo al ver su imagen en el espejo, pensando que otra lechuza la atacaba.

     Los árboles dejaron de deshojar al transformarse el estanque en un inmenso espejo y hablarle al ratoncito.

     —Soy el espejo de este embalse que concede un deseo al que lo solicita de corazón, siempre y cuando no sea para vanidades o necedades que dañen a otros seres.      Matías le dio la vuelta al estanque para ver quién le hablaba, pero fue en vano. La voz que salía del espejo no era de persona alguna que estuviera escondida o jugándole una mala pasada sino era el embalse convertido en un hermoso espejo, tal como se lo explicó el ciervo dorado.

     Su curiosidad iba más allá de la posibilidad de salir del bosque para llegar a su casa, aun así Matías no se decidía a pedir el deseo y el tiempo se agotaba, ya que el embalse volvería a su estado natural si cualquiera de sus criaturas se acercaba a beber, sin saber que era un espejo.

     —El tiempo se te agota, mi amiguito, para pedir tu deseo —le recordó el espejo—. Varios mamíferos se dirigen al estanque para saciar su sed, si no te apuras te quedarás en el bosque para siempre.

     Matías observó que efectivamente eran varios ciervos de pelaje cobrizo, por eso decidió pedir su deseo.

     Al abrir los ojos todavía era de noche y ‘Harry Desastre’ seguía dormido, por lo que pensó que fue una pesadilla la que acababa de tener. Se acomodó en la cama para conciliar el sueño y se cubrió de pies a cabeza con la cobija para no congelarse por el fuerte frío que hacía en la habitación proveniente del aire acondicionado. Al recoger la cola notó que estaba escarchada.