El Estado limosnero

Momentos en que la bancada del Pacto Histórico protestaba ante la intervención del presidente Iván Duque. Foto: Cortesía.

POR CARLOS HERRERA DELGÁNS

La instalación del nuevo Congreso de la República tuvo unos componentes nuevos, los cuales nadie esperaba. Bochornoso insuceso presentado, el cual parecía más un pulguero callejero donde se rematan productos de segunda y tercera categoría, que el recinto sagrado de la democracia donde se fabrican las leyes en Colombia.

Instalación a cargo del presidente de la República Iván Duque, que al iniciar su intervención rayó en imprecisiones en los índices de gestión, lo cual fue la gota que rebozó la copa de la discordia. Acto seguido, resonaron truenos de abucheos, liderados por la bancada del Pacto Histórico que no dejó de gritarle “Mentiroso, mentiroso”.

Los congresistas del Centro Democrático, diezmados y portando el traje de la minoría, poco fue lo que pudieron hacer para repeler los agravios de la aplanadora gobiernista, que guardó compostura luego de una moción de orden exigida por el presidente saliente del Congreso, para escuchar de pie la intervención del jefe de gobierno, que arremetió con indirectas contra el presidente electo Gustavo Petro. Por inercia, las respuestas no se hicieron esperar.

Así transcurrieron los más de cuarenta minutos de intervención del presidente Duque, que deja un sinsabor en su gestión por la cantidad de escándalos administrativo destapados por medios de comunicación. De ahí que tenga una desaprobación de más del 60 por ciento de su mandato, lo cual es un claro índice de que las cosas no le salieron bien, todo lo contrario, hizo todo lo posible para que le salieran mal. Es la percepción que deja.

Fue un presidente laxo con los brotes de corrupción administrativa en su gobierno, al pasar de agache ante el estallido de los más grandes escándalos de robo de dineros públicos, en el que poco hizo para combatirlos y desmentirlos. Es la sombra negra que deja a la gente por su pálida gestión.

La firma Yanhaas en el mes de junio de 2022 realizó una encuesta donde el presidente Duque obtiene una desaprobación del 89 por ciento en la lucha contra la corrupción. Entretanto, el 8 por ciento de los encuestados reconoció la labor del mandatario. En el mes anterior, obtuvo una calificación del 87 por ciento de desaprobación.

En el tema de seguridad, para el mismo mes de junio, alcanzó una calificación de desaprobación del 77 por ciento, mientras que el 19 por ciento de los encuestados reconoce su gestión.

Los casos de corrupción más sonados fueron, entre otros, el laboratorio de narcóticos en la finca de un embajador; el de la ñeñepolítica; interceptaciones ilegales a periodistas, políticos, magistrados y población civil con recursos públicos; subcuenta para la emergencia de la Covid-19 en la que hubo sobrecosto en la compra de mercados para entregar a la gente; el de Finagro, al entregar a grandes comercializadores $213.566 millones de los 226.000 millones aprobados, mientras que a medianos y pequeños beneficiados le fueron entregado migajas luego de un espinoso trámite; el jugoso contrato adjudicado por la ministra de las TICs Karen Abudinen a la firma Centros Poblados, por un monto de más de $1billón para llevar internet a las zonas rurales del país, de los cuales se le entregó de anticipó la suma de $70 mil millones, que nunca invirtieron; el OCAD-PAZ, en el que se feriaron $500 mil millones en solo coimas de recursos destinados a la implementación de los Acuerdos de Paz. Así llenaríamos estas líneas de los escándalos de corrupción del gobierno Duque, que sale el próximo 7 de agosto por la puerta de atrás como uno de los más deficientes mandatarios que haya registrado la historia política de Colombia.

Ni que hablar del galopante desempleo, la seguridad alimentaria, la elevada inflación, el déficit fiscal, comercial y monetario etcétera. Queda uno sin palabras ante tanta negligencia en la conducción del país. La falta de experiencia administrativa le pasó factura de cobro, tal como lo predijeron los más importantes analistas políticos. Los resultados están a la vista.

Reza el viejo refrán popular: “A rey muerto rey puesto”. Es la metamorfosis del poder para pasar la página de este nefasto gobierno que tiene en estados de iracundia a la gente de bien, en espera enhorabuena del comienzo del nuevo, el cual tiene esperanzado a los colombianos por los anuncios que ha hecho el presidente electo en los últimos días con la designación de los nuevos ministros de despacho que lo acompañaran en su gestión, que, por sus hojas de vida, se presume ejecutarán una mejor gestión que los que salen. “Por la maleta, se conoce al pasajero”, dice otro adagio popular.

Lo menos que esperan los ciudadanos de un gobierno es el acompañamiento en sus precarias condiciones de subsistencia. El que no tenga las condiciones dignas para vivir será merecedor a que el Estado extienda su ala protectora para brindar las condiciones necesarias.

No puede ser política de gobierno regalar el pescado para que se alimente el menesteroso, sino que se le enseñe a pescar su propio alimento. Es el ciudadano parasito que los gobiernos de turno han creado para tenerlo sometido y ultrajado. Son las condiciones en las que tienen viviendo a los sectores populares, desde que nacen hasta que mueren. Más que un beneficio ha sido una maldición de gitano a los que han sido condenados, puesto que se les acostumbró a depender de las migajas del asistencialismo destatal. No para labrar su proyecto de vida, sino que la vida responda a sus necesidades.

En la medida en que las políticas de Estado sean más de acompañamiento para formar ciudadanos prósperos que de asistencialismo ‘regalón’ se estará construyendo ciudadanos de bien y no personas a expensa de las ayudas limosnera de los gobiernos de turno, que de alguna manera pisotean la dignidad de los más necesitados, por ser estos los que más dependen del Estado.

Es lo que entiendo del mensaje del presidente electo. De ser así se estará dando las condiciones para la construcción de una mejor sociedad. La del ciudadano prospero, producto del esfuerzo del trabajo del sudor de su frente, y no del que depende de que al Estado le vaya bien para que a él también le vaya igual. Cuando es todo lo contrario.

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