El hombre que bañaba con sangre a la bestia (Décima Historia)

Harry Desastre’ llegó pasadas las 5:00 de la tarde a la localidad Suroriente de la ciudad a entregar un pedido. Descendió del ‘escarabajo’ con el maletín en la mano donde llevaba varias colonias y perfumes. Pero quedó desorientado para encontrar la vivienda que buscaba. Era la primera vez que visitaba a uno de los mejores clientes en el sector del barrio La Alboraya, ya que por costumbre iba a su oficina al norte de la ciudad.

     A pesar de situarse en la dirección correcta estaba confundido. Caminó varios metros para quedar frente a una inmensa casa fantasmal, de aspecto medieval, descolorida por el paso del tiempo, parecida por su fachada a un castillo londinense de dos plantas, con un enorme balcón de gran amplitud por donde se aprecia la vida silvestre del sector; en la parte superior se podían ver los merlones, —figuras salientes verticales y rectangulares, ubicadas en el borde de la cornisa—, los cuales fueron demolidos a punta de martillo para darle paso a un nuevo techo de láminas de eternit.

     De la edificación se conservan los arcos polilobulados como parte de su diseño y una fuente construida en mármol —con tres cisnes que le daban la vuelta, por donde brotaba el agua en forma de cascada—, y bancas a su alrededor del mismo material, en las que sus dueños se sentaban largas horas a conversar. Palomas, murciélagos, insectos, roedores y gatos en la faena de caza habitan esa vieja mansión que se resiste a desaparecer.

     Harry quedó gélido por el aspecto que esta presentaba. Se acercó para observarla mejor y cuando estuvo frente a ella, se atrevió a llamar a la puerta. Tres veces tocó y nadie respondió, por lo que decidió entrar por el patio para explorar el predio. No tuvo ningún inconveniente en hacerlo, puesto que lo único que se lo impedía era una puerta de alambre de púas, que abrió fácilmente para ingresar.

     La soledad en el lugar era la de un mismo castillo, en el que solamente se sentía el zumbido de los mosquitos y el canto rítmico de los grillos. No soplaba brisa para mover las hojas de los árboles y reinaba un silencio sepulcral, el cual aterrorizaba aún más a Harry que, sin embargo, avanzó.      Era un lote abandonado donde funcionó una hacienda, por lo que nadie salió a recibirlo, como tampoco lo hicieron los perros que en una época lo cuidaban. Visibilizó desde la distancia un establo en el que se imaginó que estarían los caballos y semovientes de la propiedad. Continuó para llegar a su destino en el que se respiraba una tranquilidad de montaña, como si no hubiese vida humana, pero posteriormente, le jugaría una mala pasada que lo dejaría sordo y mudo.

Pasadas las 6:00 de la tarde, ‘Harry Desastre’ contempló la figura de un extraño hombre de gran estatura, —arropado con una manta con capucha, que le cubría el rostro—, bañando una bestia con un espeso líquido de color rojo, que teñía el piso y chorreaba por el cuerpo del animal, y que a la vez bebía en una cubeta metálica para saciar su sed. Cuando terminó de bañarlo, lo ensilló y lo montó en la oscuridad. Harry quedó intrigado con lo que estaba sucediendo, por lo que decidió seguir al hombre, que se perdió de vista.

     Al acercarse Harry al establo vio como aquel jinete cabalgaba en el corcel negro brillante con ojos como bolas de candela, el cual se mantenía rociado del fluido rojizo. Por mucho que el muchacho trató de alcanzarlo no pudo.

     Harry decidió inspeccionar el lugar para salir de dudas. De esa manera, vio en las pesebreras otra clase de animales como cerdos y vacas. El único caballo que había allí era el que montaba el sujeto.

     También halló unas escaleras que conducían a un sótano. Cuando encendió las luces sintió un putrefacto olor a cadáver y a sangre coagulada. Extrajo del bolsillo del pantalón el pañuelo de color blanco con listas azules para cubrirse la nariz. Más adelante, en la planta baja encontró una macabra escena: esqueletos humanos aprisionados con grilletes que parecían una exposición de huesos humanos.

     Al fondo logró ver una gran claridad. Efectivamente, era una ermita católica donde había varios santos iluminados por cientos de velas y velones de diferentes colores. Como si le hicieran rituales para que concedieran milagros. Pero en realidad era el lugar donde se practicaba santería africana.

     ‘Harry Desastre’ entendió que se había metido en problemas. Cuando se dirigía a las escaleras para salir del lugar escuchó el gemido de un joven, que agonizaba por una mortal herida que presentaba a un costado de las costillas.

     A su lado había una cubeta metálica en la que descargaba la sangre que brotaba a chorros de su cuerpo, lo cual indicaba que iba a morir desangrado.  Sus muñecas y tobillos estaban maniatados con grilletes de bronce. Su aspecto era el de un esqueleto viviente, que llevaba varios días sin probar alimentos.

     Harry acercó el oído  al rostro del muchacho, quien pronuncio solo una palabra por última vez: “Sálvate”.      Cuando se disponía a salir del lugar sintió los cascos de un caballo. El extraño hombre estaba de regreso. Las pisadas venían de los alrededores de las escaleras. Harry se escondió para que no lo descubriera. Hizo el mayor esfuerzo para permanecer en silencio. Al descender pasó cerca del cuerpo sin vida, retirando la cubeta medio llena de sangre y procedió a subir. Entonces, percibió el aroma a perfume.

     Dejó en el piso el recipiente y empezó a buscar la dirección del olor penetrante.

     —Creo que en este lugar hay un intruso —dijo una voz macabra.

    Cuando el hombre descubrió a Harry se le fue encima sujetándolo por el maletín, que de golpe se abrió para que se regaran y quebraran las colonias y los perfumes. Él aprovechó para asestarle un tremendo golpe en la cabeza y aquel cayó encima de su víctima, tropezando con el pie el recipiente metálico que contenía el espeso líquido rojo para esparcirse por el lugar.

     Harry subió las escaleras como alma que lleva el diablo para llegar al establo, dirigirse a la salida de la casa fantasmal y ponerse a salvo. Cuando estuvo lo suficientemente lejos del lugar vio salir al extraño hombre montado en el caballo que brillaba en la oscuridad y a medida que cabalgaba se esfumaba como la bruma. Hasta que desapareció.

     Una señora notó a Harry asustado y le preguntó:

     —Muchacho, ¿qué haces en ese lugar tenebroso?

     —Tenebroso sí es —respondió Harry—. Allá dentro hay un misterioso hombre que mata a jóvenes sacándole la última gota de sangre de su cuerpo para bañar a su caballo.

     —¡Cálmate! —le dijo la señora, que lucía una pañoleta negra en la cabeza.

     —¿Qué me calme?, casi me mata a mí también —respondió.

     —Siéntate un momento y te cuento la leyenda del Castillo —dijo la anciana.

     —¿Cuál leyenda?, ¡si es la realidad! —expresó Harry.

     Luego de que se calmara, la señora le contó la leyenda del Castillo de La Alboraya, cuya historia coincide con lo que le sucedió a él, que por mucho que insistió, ella no le creyó porque a veces, según las creencias de las personas mayores, los muchachos exageran.

     —Así es Harry—respondió la señora. En el sótano de ese viejo establo existió una capilla donde un extraño hombre, que tú dices haber visto, tenía pacto con el diablo y le rendía culto para mantener, de esa manera, su prosperidad y su fortuna, ya que era comerciante. El trato con las fuerzas del mal consistía en sacrificar jóvenes, los cuales en su mayoría eran hijos de esclavos y en otros casos, los que capturaba por merodear sus dominios, que aprisionaba en ese lugar con grilletes, sin consumir alimentos por varios días, después les clavaba un enorme cuchillo de matarife a un costado de las costillas para que murieran desangrados. La sangre que brotaba de los cuerpos de las víctimas la recolectaba en una cubeta metálica, que utilizaba para bañar y darle de beber al caballo.

     —Es decir, lo que me acaba de suceder no es una leyenda —dijo Harry—. ¡Todo fue real!

     —¡Claro que sí, muchacho! —respondió la señora sonriente.

     —Pero, ¿la cantidad de cadáveres que hay en el sótano con grilletes y el muchacho que me dijo: “Sálvate”, son ideas mías? —preguntó Harry.

      —Lo que te acabo de relatar es una leyenda, cuya existencia científicamente no está demostrada. Es producto de la imaginación de la gente de la época cuando empezó a forjarse la ciudad. En tu caso, creo que tuviste una alucinación al sentirte solo en el lugar.

     Harry cerró el maletín sin las colonias y los perfumes y se dispuso a despedirse de la señora de la pañoleta negra, no sin antes preguntarle:

     —¿Los hijos de los esclavos que desaparecieron misteriosamente fueron encontrados?

     —Nunca se supo de esas desapariciones —respondió la señora.

     Luego, Harry salió para abordar ‘el escarabajo’ sin poder entregar la colonia al cliente. Cuando encendió el vehículo vio por el espejo que el cuello de la camisa estaba manchado de sangre.

     —¡Claro, fue el momento en el que acerqué el oído al moribundo joven para advertirme del peligro!

     En su despedida, Harry solamente dejó un monstruoso ruido producido por el motor del ‘escarabajo’.