El sueño de Harry – (Primera historia)

Es un libro de relatos juveniles, en el que un muchacho extrovertido se transporta en su vehículo, —un Volkswagen modelo 1967, color plomo, en el que paseaba al amor de su vida, una hermosa mujer nórdica de ojos asiáticos que regresó a su país y de la que nunca supo nada más—, a repartir perfumes y colonias, para hombre o mujer, que él mismo prepara en su pequeño laboratorio parecido al de un alquimista, que acondicionó en uno de los recodos del cuarto.       

Cuentos como El sueño de Harry, Matías, el ratoncito doméstico, La lechuza en el árbol de almendro y El secuestrador de borrachos, hacen parte de esta primera entrega para conocer el mundo fantástico de ‘Harry Desastre’.

POR CARLOS HERRERA DELGÁNS[email protected]

‘Harry Desastre’ corría por su vida. Un inmenso oso grizzly, de descomunal peso, lo perseguía y cada vez más se acercaba a él. El olor a feromona femenina impregnado en su ropa alteró el sistema olfativo del animal, que lo acosó desde entonces.

     Sobre la marcha, Harry extrajo de su maletín, el cual aprisionaba bajo el brazo derecho, un frasquito con un rótulo en el que se leía: Aroma a pimienta negra. Retiró del recipiente un corcho de color rosado y esparció por el bosque su contenido para confundir al predador, que al olfatear la fragancia derramada detuvo su carrera. Se levantó en dos patas para detectar la dirección del aroma que rechazó sacudiendo la inmensa cabeza y empezó a darse golpes en el pecho como lo hacen los gorilas. De esta manera, el muchacho aprovechó el descuido del animal para alejarse.

     Al llegar a la carretera para abordar ‘el escarabajo’, —un Volkswagen modelo 1967, color plomo, en el que paseaba al amor de su vida, una hermosa mujer nórdica de ojos asiáticos que regresó a su país y de la que nunca supo nada más—, se encontró que una osa grizzly yacía sentada en el capó del vehículo amamantando a sus crías.

     Era un ejemplar de animal, un metro de estatura del suelo al hombro, 260 kilos de peso, pelaje color marrón rojizo que brillaba a la luz del día y enormes garras curvadas que fácilmente podían partir en dos a una persona.

     La fiera gruñó al acercarse ‘Harry Desastre’, —de contextura delgada, cabeza pequeña, tez blanca, estatura alta, ojos color negro, canillas largas y pelo lacio—, que al instante se detuvo. Se inclinó para deslizarse sigilosamente como una serpiente por el asfalto del que brotaba un vapor ardiente para llegar a la puerta del conductor y abrirla. Cuando lo hizo, la osa y sus cachorros emprendieron sorpresivamente la huida, situación que desconcertó al muchacho que de inmediato subió al vehículo para irse también del lugar.

     Al encender el carro, vio por el retrovisor al oso grizzly corriendo velozmente, hambriento y furioso. Metió el cloche para pasar a primera y hundir el acelerador alcanzando una velocidad endemoniada, pues solo se escuchó el rugir del motor. El animal quedó atrás, aunque continuó la carrera.

     En una curva en forma de U, la osa y las crías se le atravesaron. Al frenar en seco por inercia, las embistió, con tan mala suerte que quedaron tendidos en el asfalto sin vida. El vehículo de Harry no sufrió daño alguno. Estaba intacto. Su gruesa y dura lata de tanque de guerra lo protegió de la colisión. Al reaccionar para auxiliar a la osa, el oso grizzly se le abalanzó. En ese momento, un ratoncito doméstico lo mordió en el dedo gordo para recordarle que tenía que alimentarlo. Harry despertó.

      El dolor lo inmovilizó tanto que no se atrevió a gritar. Al abrir los ojos para levantarse, doce mosquitos asesinos del tamaño de un avispón asiático gigante con enormes antenas curvadas e inmensos picos semejantes al de Martín Pescador, posaban en el pecho lampiño y ceroso de Harry. Los insectos amenazaban con atacarlo si hacía el mínimo movimiento. Entonces, cerró los ojos para regresar al sueño con el oso grizzly.

El predador estrechó al ‘escarabajo’ para aplicarle la llave maestra: el abrazo del oso, pero por mucho que intentó, el vehículo no sufrió el menor daño y Harry no salía de su interior, lo cual enfureció aún más a la bestia que lanzó un zarpazo impactando en el vidrio de una de las puertas traseras dejando regados los cristales de la ventana en el lugar. El estruendo se escuchó a varios kilómetros a la redonda.

     Sin saber qué hacer Harry permaneció congelado en la silla del conductor aferrado al volante, dando gritos de desesperación. Nadie lo escuchaba. El oso grizzly introdujo su largo hocico en el vehículo, puesto que la cabeza no le cabía, para olfatear de cerca el aroma de la feromona impregnada en su ropa.

     —¡Auxilio! ¡Que alguien me ayude! —exclamó varias veces, sin obtener respuesta.

     Cuando el oso se disponía a meter su garra en el vehículo para extraer de su interior a ‘Harry Desastre’, este alcanzó a acelerar para emprender la huida. Ante el movimiento del carro el animal lo sujetó con las patas delanteras para que no huyera. Lo levantó por la parte de atrás y las llantas quedaron patinando en el aire. Harry se fue hacia adelante presionando su pecho contra el volante, lo que le imposibilitaba respirar.

     El oso, sin embargo, levantó aún más el vehículo hasta alcanzar la altura de sus hombros para lanzarlo con gran fuerza como si fuera una hoja de papel a un costado de la carretera. El carro dio varias vueltas de campana para terminar en posición normal. El único desperfecto que sufrió fue el rompimiento de una de sus lámparas delanteras, la cual quedó destrozada por el impacto.   

     Harry desconcertado por lo que estaba viviendo, reaccionó cuando vio que el predador se le acercaba nuevamente para sacarlo del vehículo. Con la cabeza ensangrentada por los golpes recibidos hizo un gran esfuerzo sujetando con todas sus fuerzas la barra de cambio, hundió el cloche para pasar a primera y a la vez, el acelerador hasta el fondo para salir disparado como una bala dejando a su paso una cortina de humo negro y un olor a llanta quemada.

     El oso grizzly quedó atrás sin ninguna posibilidad de alcanzarlo. Recogió del suelo con su poderosa mandíbula el frasquito que Harry había extraviado, el cual conservaba el aroma a pimienta negra, para triturarlo con sus poderosas fauces y engullirlo e internarse en el espeso bosque en el que se escuchaba el canto de los pájaros y el sonido nítido de las aguas frías y cristalinas de un riachuelo que corría a encontrarse con el mar. 

     Después de recorrer kilómetros de distancia, ‘el escarabajo’ en el que iba ‘Harry Desastre’ quedó sin gasolina. La sangre le chorreaba por el rostro, obstaculizando la visión de uno de sus ojos. Se pasó la parte dorsal de la mano derecha para retirar el espeso líquido rojo, cuando el cansancio lo venció, para regresar a la realidad.

Al abrir los ojos, los doce mosquitos asesinos del tamaño de un avispón asiático gigante seguían posados en su pecho. Cualquier movimiento hubiese hecho que los insectos no vacilaran un momento en atacarlo con sus enormes picos de pájaro.

     Harry había adoptado en la cama la misma posición de un cadáver metido en un féretro con claveles rojos sobre el pecho. Los enormes insectos seguían inmóviles como gárgolas de catedral. Ni su mamá se aparecía por allí ni tampoco recibía ninguna llamada en el celular, como en otras ocasiones, de uno de sus cientos de clientes para ordenar la compra de sus seductoras colonias y perfumes, para hombre o mujer, que él mismo preparaba en su pequeño laboratorio parecido al de un alquimista, que acondicionó en uno de los recodos del cuarto. Un silencio sepulcral se apoderó del aposento de ‘Harry Desastre’.

     De repente, la presencia del ratoncito desvió su atención por centésimas de segundo de los mosquitos asesinos, lo cual fue aprovechado por el muchacho, que en un movimiento brusco se deshizo de ellos para levantarse de la cama.

     En el momento en que los insectos se reagrupaban para atacar, Harry abrió los ojos, retiró la sábana de lona que lo cubría y estiró los brazos para bostezar y dirigirse al mismo tiempo al balcón para mirar el crepúsculo. Eran las 5:30 am. El bullicio de los vendedores callejeros lo despertaron.

    —¡Desconsiderados, todos los días con el mismo cuento! —exclamó—. Por favor, ¡hagan silencio, que hay enfermos en la casa!

     Se regresó a la cama para continuar con el sueño interrumpido, pero al hacerlo pisó un pedazo de vidrio, que no logró herirlo, de uno de los frasquitos en los que envasaba los pedidos de perfumes de mujer. Recordó entonces que en las horas de la noche cuando preparaba un encargo se le salió de las manos el pequeño recipiente que se estrelló contra el piso y empapó las botas del pantalón de la sustancia olorosa.

     —¡Claro, olía a perfume de mujer! —dijo—. Ahora entiendo el comportamiento del oso.

     Esa es la vida de ‘Harry Desastre’, que aunque pareciera que comprara los problemas, no era así, estos lo buscaban de una u otra manera. Tenía la sangre para atraerlos.