El papá del chicharrón

El ‘Negro’ Adán, sentado en la mecedora, rodeado por sus amigos, de izquierda a derecha, Joe Arroyo, Fabio Poveda Márquez, Edgar Perea, Rafael Orozco, Israel Romero entre otros. Foto: Cortesía.

CRÓNICAS – POR CARLOS HERRERA DELGÁNS

Detrás de la Iglesia Nuestra Señora de Chiquinquirá, calle 44 entre carreras 31 y 32, funcionó uno de los negocios de venta de chicharrón y whisky más populares de Barranquilla: la casa del ‘Negro’ Adán Moreno, cuyo propietario era un afrocolombiano de los confines del Barrio Abajo, quien llegó a la barriada de Chiquinquirá a vender el más suculento chicharrón jamás probado por un mortal en estas tierras del Sagrado Corazón de Jesús. Desde entonces, se le conoció como ‘el papá del chicharrón’, porque en su época nadie lo logró igualar, tanto por lo que vendía como por los que lo visitaban.

     Personajes de la élite, dirigentes políticos, periodistas, músicos, escritores, hacedores del carnaval como de la farándula de la ciudad desfilaron por el negocio del ‘Negro’ Adán, a comer las delicias que preparaba o para que él les mamara gallo, porque en eso sí que era bueno. Periodistas de la talla de Gustavo Castillo, Marcos Pérez, Fabio Poveda, Edgar Perea, Jairo Paba, Efraín Peñate, Abel González Chávez, Ernesto McCausland, Juan Gossaín, Ventura Díaz Mejía, etcétera; políticos como Pedro Martín Leyes, Roberto Gerleín, ‘Musa’ Tarud, José Name Terán, entre otros; escritores como Germán Vargas Cantillo, Alfonso Fuenmayor, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, quien se presentó un día con el maestro Rafael Escalona como invitado especial, desfilaron por el negocio. Cepeda para tomarle el pelo a Escalona le dijo: “Te vas a comer el más delicioso chicharrón del mundo”. El maestro terminó chupándose los dedos y pidiendo repechaje.

     Uno de los encantos del ‘Negro’ Adán era contar chistes, así estos fueran flojos, pero graciosos. Tenía el palito para hacer reír a su clientela, y la gracia para sacarle una sonrisa a la gente, aunque tuviera los más grandes problemas del momento. En el negocio del ‘Negro’ se reían, porque se reían. Eso sí, no había cuento en donde faltara lo trivial, no importaba si habían mujeres presentes, lo soltaba. Al instante, se oían las carcajadas y los aplausos para pedirle otro cuentecito con el mismo fogaje. Después se supo que varios de los clientes se hicieron pipí, luego de escucharlos.

     En el patio de su casa, 30 de fondo por 10 de ancho, atendía a su clientela en mesones y mesas de madera sin manteles con sus taburetes. Chicharrón y whisky era lo único que vendía de lunes a lunes. Una vez que llegaba del mercado de granos con los puercos, que transportaba en su camioneta Studebaker modelo 1936, los encerraba en un corral que tenía en el fondo del patio de piso de tierra. Luego del sacrificio, las moscas rondaban el lugar por montones atraídas por el olor a sangre. El ‘Negro’ sin camisa y mostrando la corpulencia de sus ancestros, se pasaba el dedo pulgar por la frente para escurrir el sudor que brotaba a chorros, por el gran esfuerzo que acababa de realizar.

     Unos decían que el ‘Negro’ mataba los animales en las horas de la noche para quedar preparados para el día siguiente, solamente para freír, mientras que otros dijeron que contemplaron el más horrendo de los sacrificios de un animal. Con una tranca de cedro rojo para estos casos, le pegaba un golpe seco en la frente al porcino para arrebatarle la vida. La brutalidad del golpe daba cuenta de la fuerza descomunal del ‘Negro’ Adán. El puerco quedaba muertecito por el impacto. Enseguida la sangre comenzaba a brotar por su hocico y orejas. Luego tomaba el cuchillo de matarife, y sin remordimiento alguno, lo hundía profundamente en la garganta de este. Como un campo petrolífero, salía sangre caliente y a chorros. Minutos después ya era morcilla, que vendía a sus clientes.

     Sacrificado el animal, lo tiraba en una mesa especial que tenía para despresarlo. A medida que lo rebanaba iba arrojando enormes pedazos de carne al caldero que hervía con el aceite en el fogón de piedras. Al instante con un inmenso cucharón metálico con orificios en el centro por donde drenaba el aceite, removía la masa de colesterol que se freía.

     —¡Ya va estando! —les decía a los clientes— ¡No se desesperen!

Del sacrificio del día solo quedaba la tranca en un rincón del patio, sin un rastro de sangre. Una de las cosas de las que se cuidaba el ‘Negro’ era de tener el lugar impecable para que sus clientes se sintieran seguros de la higiene del negocio.

     En una noche taciturna y calurosa, el ‘Negro’ Adán se escapó con varios de sus amigos para asistir a las fiestas patronales en el barrio San Roque. Escapada que al final terminó siendo una desgracia para él, por la mala hora que pasó. Los organizadores armaron un ring sin las especificaciones técnicas del caso, para presentar una velada boxística con los interesados. El ‘Negro’ fue el primero en inscribirse para pelear con el que le pusieran. Su enorme contextura de gorila le daba la seguridad de ganarle a cualquiera que tuviera enfrente.

     El ‘Negro’ estaba seguro de tener el peso ideal para participar en la categoría de los pesos pesados. Era fuerte y de un gran peso, por lo que creía que nadie lo vencería. Su entrenamiento estaba garantizado con el sacrificio de seis puercos diarios a palo limpio. Su estatura y su peso se lo permitían. En el ring, el ‘Negro’ Adán aseguró a sus amigos que la pelea la ganaría sin ningún problema: “Esto es pan comido”, dijo. Su rival era otro mastodonte, equiparaba al ‘Negro’, y lo superaba por unos centímetros de estatura. Una vez el juez del combate fijó las reglas de la pelea, los boxeadores se echaron a un lado para iniciarla. Al rato de sonar la campana, una bacinilla de peltre que golpeaban con una cuchara de hierro, el ‘Negro’ Adán ya estaba tirado en la lona. Un recto al mentón derribó a la mole de carne y grasa. Sus amigos desde la esquina lo animaban a que se levantara y siguiera la pelea. El juez se acercó y comenzó a contarle el tiempo reglamentario, de uno a diez, para que continuara peleando. Pero este no respondió. Hizo un esfuerzo sobrehumano logrando alzar la cabeza con los ojos blanqueados. Miró con el ojo izquierdo a su contrincante que se ubicaba en una de las esquinas, mientras que con el derecho logró visibilizar a sus amigos con la impaciencia de intervenir. Cuando el árbitro iba por el número ocho del conteo, al ‘Negro’ se le escuchó decir: “No voy más”. El ganador de la velada boxística dijo haber sido años atrás boxeador en la categoría de los pesos pesados. Novedad de la que se enteró el ‘Negro’ una vez se recuperó del cipotazo. Dicen que este había expresado: “Sentí que me pegaron con la misma tranca que utilizo para matar a los puercos”.

     Como hombre de espíritu alegre y folclórico participó en los carnavales de La Arenosa. Intervino en dos Batallas de Flores, antes de que esta fuera trasladada a la Vía 40. El primer disfraz fue el del ‘Relámpago’ y el segundo, el del ‘Trompo’. En los disfraces se cubría el cuerpo con una enorme sábana blanca, que parecía una túnica romana, para no descubrir su desnudez. En el disfraz del ‘Relámpago’, para sacarle una risa a los presentes, extendía sus dos brazos y mostraba sus órganos genitales; mientras que en el del ‘Trompo’ decía con voz estridente que la gracia no está en bailar el trompo sino en saberlo coger. Enseguida se agachaba para dejar al descubierto nuevamente sus pelotas. Las carcajadas de los asistentes no se hacían esperar. Los organizadores del desfile no lo dejaron participar más, por considerar que el espectáculo que presentaba el ‘Negro’ no era cultural sino vulgar.

     Los clientes llegaban a cualquier hora del día o de la noche al negocio, y el ‘Negro’ así estuviera durmiendo, se levantaba a atenderlos. Lo primero que pedían era una botella de whisky y bastante chicharrón. Botella de la cual bebía él para “calentar la lengua” –según decía- antes de comenzar con sus chistes. A los que por cualquier motivo no lograban tomársela se las guardaban en la nevera para una próxima ocasión. El secreto era, se supo tiempo después, que el cliente se sintiera obligado a regresar a tomarse la restante de la botella con la opción de pedir otra y más chicharrones también.

     Una de las anécdotas que recuerdan mucho los amigos del ‘Negro’ Adán es que en su negocio estuvo comiendo chicharrón el candidato presidencial por el Partido Liberal Carlos Lleras Restrepo. El ‘Negro’ lo pudo atender personalmente, claro, sin mamarle gallo, toda vez que este era un cachaco de carácter agrio, que por cualquier cosa se le volaba el genio. Rato después el candidato se despedía de lo más contento por la delicia de los chicharrones consumidos. “Cuando sea presidente, regresaré nuevamente”, dijo Lleras. Efectivamente, un día cualquiera el negocio del ‘Negro’ se vio rodeada de camionetas de alta gama y de mucha gente. Cuando los vehículos se estacionaron en el frente, vio bajarse de uno de ellos a Carlos Lleras Restrepo. “Te dije que regresaría”, dijo. El ‘Negro’ se sintió honrado con la presencia por primera vez en su negocio de un presidente de la República. Le sirvió chicharrón a toda la comitiva. Fue el mejor día de su vida por la excelente venta que tuvo.

     El ‘Negro’ Adán Moreno moriría aproximadamente a la edad de 86 años, en su lecho, rodeado de familiares y amigos. La talla de sus pantalones era 44 a 46 y su estatura sobrepasaba 1.80 mts. Murió en su ley: preparando y vendiendo el más suculento chicharrón de la ciudad, eso sí, sin dejar de contar sus chistes, buenos o flojos, lo importante era hacer reír a su clientela. ¡Vaya que lo hacía!