El perro que murió de amor – (Decimotercera historia)

Cuarta entrega del Mundo de ‘Harry Desastre’ 4, que incluye relatos juveniles como: ‘El perro que murió de amor’, ‘El espejo en el estanque’, ‘El cura que expulsa demonios’ y ‘Harry y ‘El filósofo de los que no piensan’.

El perro imitaba el trote de un caballo de paso. Llevaba en la boca una rosa roja —de hojas…alternas, ásperas, pecioladas, compuestas de un número impar de foliolos elípticos con dientecillos—, teniendo sumo cuidado para no pincharse y poder cumplir la misión que tanto esperó realizar.

     Se detuvo en una vivienda de ladrillos cocidos, tejas de hormigón, ventanas y puerta de madera de caoba pulida, resguardada por barrotes metálicos que brillaban como el mismo papel aluminio y abrigada por un inmenso roble de flores rosadas que caían como una leve llovizna. Con la mayor delicadeza colocó la rosa roja en la entrada de la puerta de reja para hacerla visible y echarse en el sardinel de enfrente a aguardar a que alguien saliera a recogerla.

     Los minutos transcurrieron y nadie lo hizo. Cerró los ojos para profundizarse en un difícil sueño en el que recordó el día que la fuerza de las embravecidas aguas de un arroyo, que se desbordó por el torrencial aguacero que caía sobre la ciudad, arrastró a su madre y a sus seis hermanos hasta perderlos de vista.

     Cuando cesó la lluvia fue rescatado por un hombre que lo encontró abrazado a una rama de palma de coco para que la corriente no se lo llevara. Desde entonces, lo adoptó como su mascota. De sus familiares no supo nada más. El sujeto le puso el nombre de Moisés, por ser salvado de las aguas, pero en el barrio lo conocían simplemente como ‘Mose’.

     El sueño fue interrumpido al escuchar su nombre. Quien lo buscaba era su amo, un pensionado del Magisterio que vivía solo desde que falleció su señora esposa y de cuyo matrimonio no hubo hijos. Al no hallarlo en casa decidió llamarlo en alta voz.       El animal se dirigió a la vivienda ubicada a una cuadra de distancia de allí. Era un perro grande, de cabeza y hocico medianos, orejas prominentes, pelo corto y de color cobrizo. Sus padres fueron perros callejeros del mismo sector que se aparearon y dieron vida a siete hermosos cachorros de los cuales solo sobrevive él.

     Faltando cinco minutos para las 7:00 de la mañana, la puerta principal de la casa enrejada se abrió y salió de ella un hombre de buen vestir y frondosa cabellera con destino a su lugar de trabajo. Detrás de él yacía su esposa y una hermosa perra lebrel afgana, de aproximadamente dos años de edad, de pelaje largo y sedoso de color cobrizo que se derramaba por su cuerpo —que al echarse, se extendía como una alfombra— con manchones blancos en el pecho y en las patas, cola enroscada sin pelo alguno, largas orejas cubiertas por inmensos mechones, cabeza pequeña, cara alargada y ojos en forma triangular. Era la mascota que toda familia deseaba tener, cuyo encanto hacía que sus amos duraran horas enteras contemplando su belleza.  

     Una vez el hombre se despidió de su esposa con un beso en la frente, le ordenó a la empleada que aseara la terraza que se encontraba cubierta por un manto de flores rosadas caídas del frondoso árbol. La rosa roja resaltaba sobre el resto, la cual recogió para lucirla en su larga cabellera color azabache. Una vez terminó el oficio, entró.

     El pensionado ajustó la correa en el arnés de ‘Mose’ y se dirigió a la farmacia ubicada a cinco cuadras de la casa —a comprar un medicamento que le había negado el servicio de salud de la clínica— guiado por el perro que sabía de memoria el camino, al recorrerlo diariamente. A pesar de tener un hogar y alimento, permanecía en la calle, en compañía de los parientes y también de los gatos.

     Con los felinos se llevaba bien, por ser sus amigos de barriada, los cuales dormían a su lado sin ningún problema. En fin, ‘Mose’ era todo un personaje en el lugar, que jugueteaba con los niños y adultos que disfrutaban de su presencia.  

     En las jornadas de vacunación para perros que adelantaba la administración local era el primero en recibir la dosis contra el virus del moquillo canino, el parvovirus y la rabia. Las funcionarias lo conocían y sabían del buen comportamiento del animal, al cual consentían. Al verlas llegar corría a saludarlas.

      Otro de sus amigos era ‘Harry Desastre’, con quien había hecho química por sus frecuentes visitas al sector a repartir las colonias y perfumes. Su amo se distinguía por ser uno de los más antiguos clientes del perfumista, que había llegado a su casa a entregar la colonia encargada. Al tocar la puerta no respondió, por lo que se imaginó que no se encontraba. Se sentó en la verja a esperarlos.

Al cruzar la esquina, ‘Mose’ reconoció a ‘Harry Desastre’ y su dueño lo soltó del arnés para emprender la huida hacia él. Se le tiró encima lamiéndole la cara. Con el mayor cariño, como si fuera su hermano menor, Harry lo abrazó y le acarició la cabeza por unos segundos hasta que se acercó el pensionado.

     —Hola Harry, ¡veo que no te olvidaste de la colonia! —exclamó.

     —Jamás de los jamases, usted sabe que este es mi trabajo e incluso, se la iba a traer ayer mismo, pero me compliqué en el norte de la ciudad con la repartición de otros pedidos y los trancones que no faltan —respondió Harry.

     Una vez el hombre recibió y pagó la colonia, Harry se despidió de él y del perro que al verlo abordar ‘el escarabajo’ emprendió una carrera para perdérsele de vista al amo, que entró a la casa a realizar sus quehaceres domésticos.

     ‘Mose’ llegó a la casa de barrotes metálicos donde había dejado en horas de la mañana la rosa roja, pero notó que esta no estaba. La buscó, pero no la encontró. Ladró varias veces para que le abrieran, más nadie salió. Se echó por un momento, pero las flores rosadas del frondoso roble le caían encima hasta cubrir su cuerpo. Entonces, se levantó, se sacudió para quitárselas y se tendió en el sardinel de enfrente a esperar.

     Esperó y esperó hasta que cinco horas después, la puerta se abrió y salió la esposa del hombre y más atrás, la esbelta figura de la perra afgana, que lucía en cada oreja un par de moños de color rojizo. Era un ejemplar de hembra de la cual ‘Mose’ se enamoró perdidamente el primer día que la vio.

     Cuando se le acercó, la perra dio señales de que le caía bien. Sacó el hocico por la reja para hacer contacto con el de ‘Moisés’ que se electrizó con su olor, moviendo la cola en círculos también. Aunque gimió para que lo dejaran entrar o que ella pudiera salir, la respuesta de la propietaria de la casa fue espantarlo, pero este no hizo el mínimo movimiento, todo lo contrario, permaneció en la reja.

     Al no retirarse, la señora ordenó a la empleada que le arrojara un vaso con agua. Fue así como se alejó, pero sin dejar de ver desde la distancia a la afgana, que tampoco desistió de hacerlo. Se echó nuevamente en el sardinel de enfrente a esperar.

     Dos cuervos que se encontraban posando en una rama del roble de flores rosadas observaban detenidamente la situación del perro. Lo vieron nervioso y ansioso.

     —Los síntomas que muestra es el de un perro desesperado por el amor —dijo uno de los cuervos.

     —Completamente de acuerdo, muchas veces esos amores de razas diferentes terminan siendo imposibles, por lo que uno de los dos, tarde o temprano, fallecerá del corazón.

     Caída la noche cuando el esposo de la señora llegó, ‘Mose’ esperaba volver a ver a la afgana, pero no fue así.

     Con el correr de los días el perro se obsesionó tanto por la perra que todas las mañanas colocaba una rosa roja en la puerta de la casa. La recogía la empleada para lucirla en una oreja y en otros casos, en el cabello.

     Por largas horas ‘Moisés’ se mantenía echado en el sardinel de enfrente para observar al amor de su vida. Esperó y esperó, pero la perra nunca salió ni para lucir la rosa roja que le dejaba todos los días.

     Cierto día, ‘Harry Desastre’ pasaba en ‘el escarabajo’ por la casa del frondoso árbol de flores rosadas y detuvo el vehículo al ver a ‘Mose’. Lo saludó, pero este no respondió. Descendió del vehículo para sentarse a su lado y acariciarle la cabeza, mas no reaccionaba. Al revisarlo encontró en su boca una rosa roja que acababa de arrancar.

     La puerta de la casa de enfrente se abrió y salió la lebrel afgana luciendo en una de sus orejas una rosa roja igual a la que sostenía ‘Mose’ en sus fauces. Harry miró detenidamente a la vez a los dos. Entonces, abrazó a su amigo para echarse a llorar y comprender que había muerto de amor.

     Lo cargó y lo acostó en el asiento de atrás de ‘el escarabajo’ para llevarlo a su morada. El perro nunca soltó la rosa roja de la boca.