El que escruta elige

Relato tomado del libro La metamorfosis del cangrejo del escritor Carlos Herrera Delgáns.

Sentado con la cabeza hacia atrás, producto del cansancio por las agotadoras jornadas, Sebastián De las Salas lo primero que hizo fue mirar el reloj. Eran las 11:45 de la noche.

     –Es hora de irse –dijo.

     Su equipo de confianza conformado por 25 personas, siguió la orden como última decisión. No la refutaron, al contrario, la acompañaron para salir sigilosamente del puesto de escrutinio. La noche fue testigo de su desaparición. No estaban derrotados, sino cansados por la extenuante jornada que los tenía, por el momento, por fuera del Concejo.

 Era el último día del reconteo de los votos. A pesar de que perdió aparentemente en las urnas, sus esperanzas estaban puestas en un error en las actas de escrutinios de mesa o E-14, donde los jurados de votación meten sus manos para beneficiar candidaturas de políticos poderosos. Una diferencia de 700 votos lo separaban del último de los elegidos en la lista del partido.

      Era costumbre que los políticos intervinieran en la selección y designación de los jurados de votación, para colocar sus fichas y asegurar la elección de sus candidatos. El software también era manipulado para beneficiar determinadas candidaturas. A partir de ahí, comenzaba el trabajo sucio de la elección. Ha sido una vieja costumbre en la política tradicional, donde muchos salen elegidos por un error premeditado o un concierto para elegir con el E-14. Resultados que luego sentaban en los E-24, para ratificar los escrutinios y posteriormente declarar la elección mediante el E-26. Un juego de letras donde cada una tenía su función y sus trucos. El que no las descifraba estaba condenado a contar la historia. Los zorros políticos se sabían de memoria la mecánica, mientras que los que aspiraban por primera vez eran carne de cañón, por no tener la estructura para cuidar los votos, se los quitaban a unos para sumárselos a otros.

     Era toda una organización montada para ganar elecciones, no en las urnas, sino en los escrutinios, donde se define una elección. La corrupción adentro era tremenda, y el que pagaba más, recibía el beneficio de unos votos adicionales para salir electo.

     –Claro que sí. Jurados de votación y funcionarios de la misma Registraduría ayudaban al candidato que les había pagado para que le dieran el empujoncito: diligenciaban las tarjetas electorales sin marcar para sumarles votos, y a la vez, le anulaban votos al que querían ahogar, remarcándolas. De ahí la gran cantidad de votos nulos en cada elección. Siempre ha sido una práctica recurrente asociada al clientelismo politiquero de esta ciudad –dijo un curtido dirigente político–. No levantar la mínima sospecha era el arte de ganar. Así es como se construye un chocorazo.

Como aquel 19 de abril de 1970, donde a la 1:30 a.m del día siguiente de las elecciones, según los reportes de la Registraduría Nacional del Estado Civil, Gustavo Rojas Pinilla encabezaba la votación con 1.429.325 votos; Misael Pastrana Borrero tenía 1.396.695 votos; Belisario Betancur, 437.218 votos y Evaristo Sourdis, 156.544 votos. Con base en esos guarismos, se dio como ganador parcial de las elecciones presidenciales a Gustavo Rojas Pinilla, por los consolidados de la mayoría de las mesas en todo el país. Después se fue la energía eléctrica y se presentaron fallas en las líneas telegráficas y telefónicas en varias regiones del territorio nacional. La maquinaria comenzó a moverse.

     El mismo día 20, la situación se volteó: Pastrana iba encabezando la votación con 1.493.630 votos, mientras que Rojas solo sumaba 1.471.140 votos. Los separaba una diferencia de 22.490 votos. Nada estaba definido aún, mientras no culminaran los escrutinios. El día 21, la ventaja se alargaba a favor de Pastrana, con 66.018 votos de diferencia. Denuncias por todos lados: en el Putumayo se puso en conocimiento un fraude, donde el número de votos superó el número de cédulas inscritas. Las cédulas inscritas eran 23.000 y la votación fue de 24.933, es decir, una diferencia de 1.933 votos de más, según fuentes de la Registraduría. Otra irregularidad se presentó en la región de Arauca donde Rojas Pinilla tuvo un descenso en la votación, de 2.823 pasó a 2.383, mientras que Pastrana aumentó, de 2.424 a 3.096 votos.

     El proceso electoral estuvo plagado de irregularidades, y pese a ello, la Registraduría declaró oficialmente a Misael Pastrana Borrero como presidente electo de Colombia, para el periodo 1970-1974. Fue el último presidente del Frente Nacional.

     –El que escruta elije –dijo en su momento el padre Camilo Torres, quien fue acribillado por las balas de las tropas del Ejército colombiano dirigidas por el coronel Álvaro Valencia Tovar, en un fuerte enfrentamiento con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional –ELN–, donde el padre llegó erróneamente a engrosar sus filas, en un rango bajo. Era un ideólogo urbano, no un combatiente. Fue su primera experiencia en combate. Inexperiencia que le costó la vida.

     En la campaña Sebastián desplegó un reducido equipo para ganar un cupo en el Concejo, sin prometer puestos, contratos o falsas promesas y menos comprarle la conciencia a un ser humano, algo que iba en contra de su naturaleza y formación de católico. Tenía una tremenda aceptación entre los ciudadanos, que llegaron a apoyar el proyecto político. La gente comenzó a creer, a pesar de su escepticismo por tantos engaños en serie de la clase política tradicional.

     –Vengo ante ustedes a sentar las bases de un acuerdo programático para contribuir a sacar de la podredumbre al Concejo, en donde los que llegan por primera vez como alternativa, vestidos de renovación se contagian de las migajas del poder, para mezclarse con los mismos que han desangrado al erario, para frustrar una vez más las esperanzas de los ciudadanos. No hay diferencia entre los nuevos y los viejos –dijo–. No hay una persona más desconfiada que una engañada.

El candidato tenía carisma, discurso y propuesta. No había más que pedir. En la exposición de las ideas era tan convincente que muchos le propusieron que mejor aspirara a la Alcaldía, pues allí tenía más posibilidad de salir elegido que en el Concejo, donde las probabilidades eran de tres a uno.  No lo sedujo la propuesta.

     Estaba preparado para ser concejal. Su formación como abogado le permitía tener fluidez verbal para expresarse ante el auditorio, que terminaba aplaudiendo masivamente sus intervenciones. No era un político curtido, sino, uno en proceso. No había un candidato en la contienda con tanto carisma y aceptación que él. Por momentos lograba convencerse de que estaba en el camino correcto, pero en otros, la indecisión lo embargaba y dudaba en seguir en la brega. Sabía que los grandes fraudes se habían cometido en las elecciones a cuerpos colegiados, debido al dinero que rodaba por debajo de la mesa para elegir al que compraba la elección.

     –Doctor, cuide los votos que se los roban –dijo una anciana de mucha experiencia en campañas políticas–. Se lo aseguro.

     El candidato tenía experiencia en este tipo de campañas, lo que no tenía era el dinero para financiarla. Era muy costosa. Cada reunión costaba dinero y otros esfuerzos y todo mundo pedía. No era nada fácil esquivar las necesidades de la gente, mal acostumbrada por la clase política, que, con el fin de mantener al votante, lo complacía con cualquier dádiva, así fuese el valor del pasaje de un bus urbano. Lo importante era tenerlo acaramelado.

     –Doctor, ayúdeme con la fórmula de mi mamá y lo ayudo con tres votos de mi casa –dijo una.

     –Doctor, ayúdeme a pagar el recibo de luz, y le doy mi voto –dijo la otra.

     –Doctor, ayúdeme con un trabajito y le ayudo con los votos de la casa –dijo otra más.

     Sin embargo, la campaña avanzó con todas las dificultades del caso. Era su talón de Aquiles, a pesar de que los candidatos a la Gobernación, Alcaldía y a la Asamblea, que apoyaba, lo subsidiaban con unos recursos, que alcanzaban a medias para la logística del proceso. Campañas alternativas necesitan de mucha publicidad y por supuesto exponer sus propuestas. Era lo que hacía para cautivar a los electores.

     Visitaba las emisoras para darse a conocer. A pesar de que no era un político de renombre, sus propuestas y la forma de expresarse le daban seguridad en su aspiración. Era su fuerte. Practicaba constantemente en la casa la oratoria, leyendo en voz alta los discursos de los grandes oradores de su partido, de las numerosas obras que le dejó su papá, un ducho periodista, medio político.

     –No es solo serlo, sino parecerlo –dijo un periodista, que le avizoró la presencia de un político profesional, sin serlo.  

    Los antipolíticos sabían perfectamente que un candidato que no tuviera los recursos para asumir los gastos de una campaña a una corporación pública, difícilmente podía llegar. Esa es toda una estructura que generaba desde el momento en que el candidato abre el comando político. El personal que laboraba en la campaña, la publicidad para dar a conocer al candidato, los testigos electorales para cuidar los votos en el preconteo y en los escrutinios, los tarjetones didácticos para hacer la pedagogía a los electores, el transporte para movilizarlos a los puestos de votación, los refrigerios y los imprevistos que salen a montones el día de la elección. Ese es todo un aparato que costaba mucha plata, sin garantizar la elección.

     –Retírate, que vas a perder, porque no tienes la plata –dijeron varios.

     –Si no tienes plata, no aspires –dijeron otros.

     –Eres un buen candidato, pero no voto por ti, porque no tienes plata –dijo un líder acostumbrado a pedir antes que dar.

     La campaña generaba muchos gastos y la gente pedía mucho. A medida que avanzaba, las dificultades salían a flote, lo que era asfixiante y estresante. Se encontraba entre la espada y la pared.

     –¿Será que tiene razón la gente? ¿Será que desisto de este invento de mis amigos? –dijo.

     La gente, antes de animarlo, lo desanimaba con sus exigencias personales, lo que lo llevó a dudar en cierto momento de su aspiración. No era nada fácil cuando otras candidaturas mostraban fortaleza y solidez en sus campañas. Muchas de ellas habían zonificado miles de ciudadanos en los puestos de votación diferentes a sus lugares de residencia. La trashumancia electoral había cumplido su primer cometido. La forma en que los políticos tradicionales aseguraban la votación para garantizar la elección.

     –Si no zonificas a tus electores, no tienes ninguna posibilidad de ganar.    Nada que hacer. Porque aquí el voto es amarrado –dijo Juan, uno de los amigos de colegio, quien trabajaba para otra campaña–. Difícil hacer la campaña en esas condiciones, cuando no se tenían los recursos para mover a tanta gente.

     Los candidatos en misión de reelección proyectan unos guarismos de más de 20 mil votos, para al final lograr sacar 7 mil. Sumado a eso, cuentan con los votos del personal que tienen trabajando, tanto en nómina como por orden de prestación de servicios en la administración pública. Nada era de opinión.  Todo era amarrado. Lo que hacía que la campaña fuese desigual para los que no tenían músculo financiero para asumir los costos. Los miles de millones de pesos que invertían, quienes sabían que iban a salir electos, eran incondicionales. No escatimaban esfuerzo alguno para amarrar el voto.

     –Comprar un voto es como la matica que siembra uno y la riega todos los días para que no se muera –dijo un líder con muchos años en la actividad.  

     –El peor mecanismo para construir al país es la urna, por todas las porquerías que se dan en las elecciones –dijo un señor al oído del candidato, por todo lo que había vivido en los años de su existencia, donde pocas veces había votado, precisamente por no creer en la democracia.      La semana que dispuso la Registraduría Nacional del Estado Civil para zonificar cédulas en los puestos de votación, fue aprovechada sin descanso por los compradores de votos. No zonificaban en la misma Registraduría, sino que esperaban la última semana

para hacer barrejobo. Era el momento más esperado por ellos para armar la parranda con vallenato sabanero, sancocho y trago a bordo. Una vez la Registraduría fijó la fecha de zonificación en los puestos de votación, arrancaron con toda la artillería. Eran implacables. Estaban preparados para el momento.

     Los puestos de zonificación estaban abarrotados de gente. Buses, taxis, motocicletas y carros particulares llevaban y traían miles de personas a zonificarse. Ciudadanos de barrios apartados eran trasladados al norte. No por hacer un favor, sino por una contraprestación monetaria. Todo el que se inscribía recibía, en especie, un dinero para quedar amarrado para votar por el candidato que direccionara el líder o “mochilero”, como se le conocía al comprador de votos en el mercado electoral.

     El espectáculo visto, vislumbraba cómo iba a pintar la elección. La guerra de la zonificación mostraba el termómetro de quién sería el amo y señor de la compra de votos. Casas políticas con la trayectoria electoral avanzaban en su meta de mantener sus curules en el cabildo.

     La representación en el Concejo era por bancadas. Quien no estaba definido en un partido político tradicional, no tenía ninguna posibilidad de llegar a ocupar un escaño. Por regla general los partidos tradicionales venían manejando el poder local en los cuerpos colegiados. Las minorías como la izquierda, han logrado mantener su representación en el cabildo. El resto era compartida con los partidos tradicionales. El esfuerzo fuera de esas estructuras era titánico y mayúsculo. No eran invencibles, pero sí duros de roer.

     Una cosa era la elección al Congreso de la República y otra era al Concejo o a la Asamblea departamental. Dos dinámicas diferentes donde la conquista del voto tenía su propia ciencia. Al Congreso, figuras de talla nacional lograban cautivar el voto de opinión por los grandes debates que realizaban en el Senado y en la Cámara de Representantes. Entretanto, en las regiones, los candidatos al Senado amarraban con grandes sumas de dinero a líderes, concejales, diputados y alcaldes para que les endosaran la votación.

     En el Concejo y en la Asamblea el voto era amarrado, por lo reñido que era conseguirlo. Claro, eran más candidatos disputándose pocas curules.

 Sin embargo, esa máquina de fabricar votos, antes de atemorizar a Sebastián, lo animaba a seguir trabajando día y noche para conquistar votos de opinión, nada fácil de conseguir. Era el camino que venía labrando para ser un político diferente. Eso lo tranquilizaba y le levantaba el ánimo, cuando se le caía a ratos.

     –Nadie en esta época logra salir elegido con el voto de opinión. Al Concejo menos. Eso es una utopía –dijo en forma burlesca uno de los mochileros que trabajaba para una de las casas políticas tradicionales.      Sebastián visitaba los barrios populares para tener una comunicación directa con el elector, quien lo recibía con el mejor de los gestos.  No llegaba a ofrecer, sino a que lo escucharan. Inmediatamente le sacaban una silla y le brindaban un café tinto para ser más amigable la reunión. Era el trabajo que sabía hacer, ya que carecía de los recursos para una campaña derrochona, que le diera comodidades a los líderes que lo acompañaban. A pesar de que tenía un vehículo modelo 90 para las correrías, los electores lo miraban por la forma de bajarse y subirse. Tenía elegancia, y su presencia cautivaba. Era blanco, de cabello liso, narigón, de 181 cms de estatura y 75 kilogramos de peso. Vestía con ropa clásica para dar la apariencia de un hombre maduro.

     –El hombre mete los monos. Debe ser hijo de un ricachón –dijo uno.

 Cada vez que salían más candidatos alternativos proponiendo candidaturas independientes, el voto se dividía, frustrando la posibilidad de alcanzar un escaño. Coyuntura que aprovechaban los acaparadores de votos, que entre más tenían amarrada a su clientela, menos posibilidades había que salieran los alternativos elegidos.

 Comprar paquetes de votos suficientes para amortizar las traiciones de los electores son gajes del oficio en cualquier campaña, que al someterse al juego de la oferta y la demanda, se ganaba igual como se perdía. Era una de las condiciones de un mercado imperfecto como el electoral: comprar 20 mil votos para lograr salir con 7 mil. Una lotería con serie, en donde el que compraba se arriesgaba. Sabían perfectamente que parte de la votación comprada, no votaría por ellos. Lo que muchos economistas llamaban el margen de pérdida.

     Era una de las estrategias a la que le apostaba Sebastián con sus propuestas, que de alguna manera debían calar para seducir a los electores, que, dentro de esas estructuras, se sabaleaban. Hablaba con muchos de los que vendían el voto, para seducirlos a que votaran por él. Con muchos mochileros también lo hizo, quienes le pidieron dinero para voltearle un grupo. No accedió, pero sin embargo le quedó sonando la idea.

     El sabaleo era lo más común en una campaña política. Líderes sin una formación ideológica definida no estaban con nadie, sino con el que les pagara el voto. No eran líderes de formación, sino de ocasión. Como los electores que los movía el interés del pago del voto para solucionar el problema del momento. No estaban muy convencidos del candidato por el que iban a votar, pero habían recibido el anticipo.

     –Más vale pájaro en mano que cien volando –dijo alguien acostumbrado a la situación.

      Sin remordimiento alguno recibían del primero que les ofreciera, sin importar que recibieron el anticipo del candidato con el que negociaron el voto. Era el silogismo que aplicaban siempre, conscientes que al político lo volverían a ver en las próximas elecciones.

     La moral y la ética no hacían parte de su comportamiento. Sabían que a los políticos los veían únicamente en la época de la campaña, después no los verían ni en las curvas. Sabían también que los políticos han perdido la credibilidad por tantos engaños. Sabían así mismo que los políticos son las personas más corruptas del país. No creían en los políticos. Por eso jugaban de esa manera. La mala fe imperaba en sus corazones para cobrar revancha una vez cada cuatro años.

     –En este barrio nadie vota por la linda cara del político, sino por el billete que dé. Si paga votamos por él, sino que no venga a joder aquí, porque no hay voto –dijo uno de los habitantes de los barrios al sur de la ciudad, acostumbrado a vender el voto.

–Por aquí pasan muchos candidatos sin saludar. Imagínese, si son así antes de elegirse, ¿Cómo serán cuando sean elegidos?  –dijo un anciano sentado en un taburete en la puerta de su casa.

     La Registraduría tenía todo organizado para el día de las elecciones: los jurados, las urnas, los cubículos, el sistema, los puestos de votación y los tarjetones, personal disponible como la autoridad policiva y el ejército. Mientras que, en los comandos políticos, los candidatos ultimaban detalles para enfrentar el día D. Era el momento más difícil, donde por cualquier circunstancia, el elector se agarraba para no votar. Sin embargo, los imprevistos estaban en el ítem de fallas de la campaña, que se contabilizaban como pérdidas negras y pérdidas técnicas.  Las negras eran las más frecuentes en cualquier campaña, en las cuales el elector no aparecía el día de la elección, a pesar de recibir el anticipo; mientras que en las técnicas el elector vota y llega al comando a recibir el resto del dinero, sin la seguridad por parte del líder de que haya votado por el candidato acordado. De ahí que muchas campañas decidían comprar entre tres y cuatro veces la votación, para soportar los embates de esas fallas.

     El día amaneció con un sol radiante y el cielo despejado. La autoridad meteorológica había anunciado un día antes, que no había pronóstico de lluvia en la región, lo que dio tranquilidad a las campañas, que arrancaron desde las cuatro de la mañana en la distribución de los vehículos a los líderes para movilizar al electorado. Era la parte más importante de la campaña, toda vez que garantizaba parte del triunfo. Sin esa herramienta no había ninguna posibilidad de competir por la credencial. E incluso, campañas celosas del transporte, contrataban más de lo necesario para contrarrestar parte de los imprevistos.

     La elección se llevó a cabo dentro de la normalidad esperada y dentro de los imprevistos fijados. Largas filas desde tempranas horas del día para ingresar a los puestos de votación, para ejercer el derecho al voto; discusiones entre los mismos electores; varada de vehículos que transportaban a los electores; avivatos que pretendían colarse en la fila sin hacerla; mochileros descarados volteando electores en las filas, como la retención de personas problemáticas por la autoridad policiva, fue lo que se vivió en la jornada, que terminó a la hora fijada por la autoridad electoral. A las cuatro en punto cerraron los puestos de votación para dar por culminada la elección. Los electores que se quedaron adentro, no pudieron votar. La autoridad policiva comenzó a evacuar el sitio para dar comienzo a la segunda fase de las elecciones: el preconteo. Testigos electorales portando escarapelas, comenzaron a ingresar a los puestos de votación para cuidar los votos de sus candidatos. Era su única misión. Si había cualquier sorpresa de que no aparecieran los testigos estaban preparados para esa ocasión. Detrás de ellos había un coordinador que los supervigilaba. La estructura comenzó a moverse en el momento más importante de las elecciones. Debían cuidar cada voto. Por un voto se pierde todo el trabajo maquinado por meses, por lo que es primordial cuidar a brazo partido cada uno.

Las cuentas comenzaron a fallar. Los votos no aparecían como estaba estipulado. A pesar de que se pedía reconteo de los votos.

     –La gente la aplicó –dijeron varios de los testigos. Sin embargo, el coordinador fue consciente que todo era parte de las impurezas de la campaña para lo cual estaban preparados. No era una novedad, pero no dejaba de preocupar. Lo obtenido mesa por mesa era aceptable, mas no satisfactorio, para asegurar la elección.

     –Los votos que aparecieron por mesa, nos daba la tranquilidad que las cuentas iban por buen camino para salir elegido –dijo el coordinador.

      Sebastián con pocos testigos electorales se triplicó para obtener en lo que más se pudiera, la votación en cada puesto. Un testigo electoral, por puesto de votación, no le daba la posibilidad de recoger todos los guarismos por mesa.

     –Es mejor –dijo– esperar los escrutinios para así poder disponer de más personal.

      Seguía contando con el mismo personal desde que arrancó la campaña. Fieles amigos que se pusieron la camiseta para apostarle a un proceso que estaba a punto de alcanzar el éxito. Se sentían seguros, por el trabajo realizado, que este era el momento esperado. Lo vieron durante la campaña, donde la gente acudió a acompañarlo. Todas las reuniones a las que asistió, fueron concurridas. El candidato tenía química con los electores. Lo que permitía pensar en el triunfo. Se quedaba hasta el final de la reunión atendiendo a los que querían saludarlo y preguntarle sobre su vida personal y familiar. Interactuaba con ellos, lo que le permitió tener acercamiento con sus potenciales votantes, donde la costumbre era que el candidato llegaba, tiraba el discurso y se iba para otra reunión.

     Esa noche el personal se aglomeró en la casa del candidato a escuchar por la radio los resultados de la jornada electoral. Analistas comentaban la jornada que acababa de terminar. Cada boletín de prensa que emitía la Registraduría era desmenuzado por los periodistas y analistas. Los candidatos poderosos electoralmente comenzaron a liderar la votación.  No había duda alguna que se estaba imponiendo la maquinaria, lo cual no era novedad.

     –La maquinaria la aceitaron tan bien, que ya tomó la delantera y tal parece que será difícil que la suelte –dijo uno de los analistas.

     En el séptimo boletín de prensa la situación comenzó a cambiar. Candidatos primíparos empezaron a remontar para mostrarse como las grandes revelaciones. No era uno, sino varios los que estaban dando la sorpresa de la jornada. Eso auguraba una gran renovación en el cuerpo edilicio para oxigenarlo, de tantos concejales en estado de hibernación.    

 La tendencia comenzó a mostrar otra cara, y todo apuntaba a que se quedaban varios y entrarían otros. En el décimo quinto boletín indicaba eso. Viejos concejales de la política local se estaban rezagando sin posibilidad de reelegirse. Sebastián era uno de los candidatos que comenzó a remontar lentamente. Por primera vez había sentido la sensación de la victoria, por lo que estaba sucediendo. Lo que le daba la posibilidad de estar entre los elegidos. Había que esperar hasta el último boletín.

     En el boletín veintidós, la tendencia comenzó a marcar la diferencia. Los que arrancaron de primero se mantenían en sus posibilidades de salir electos. Los que venían pegados a la rueda comenzaron a quedarse sin ninguna posibilidad de estar entre los elegidos. 

     Al filo de las once de la noche los elegidos estaban gozando de la efervescencia del triunfo. Sebastián no logró festejar. El puesto ocupado en la lista le permitía esperar necesariamente los escrutinios. Ahí cualquier cosa podía pasar. En el puesto seis, detrás del último de la lista en salir elegido, era una posibilidad que lo alimentaba y lo entusiasmaba. 700 votos lo separaban de estar entre los elegidos. Sin embargo, había que esperar los escrutinios. En el pasado, a un candidato lo habían despojado de la credencial de las manos por la cantidad de irregularidades que se habían presentado. Muchos candidatos montaron comandos alternos a los alrededores del puesto de escrutinio para vigilar cualquier movimiento sospechoso en el sitio. El que había salido electo, no quería “dar papaya” para que lo tumbaran del caballo con un chocorazo.

    Los escrutadores eran jueces de la República, lo que daba seguridad al proceso, pero no a los presentes, que estaban con ojos de águila, pendientes de cualquier movimiento sospechoso. Los cincuenta cubículos distribuidos a lo largo y ancho del sitio de escrutinio, les daban comodidad a los presentes para ubicarse de acuerdo a la distribución que ordenara el coordinador de la campaña del candidato, para cuidar cada voto. La vigilancia era milimétrica para no equivocarse y echar por la borda el trabajo de tantos meses.

     Uno de los candidatos electos en el preconteo, se dio el lujo de viajar a una isla paradisiaca de la región a celebrar. Como si la elección hubiese terminado ahí. Había sido reelegido. Se había acostado y despertado reelegido. La felicidad era tan tremenda, que mandó a comprar voladores y trago para festejar el momento de efervescencia.

     –Misión cumplida –dijo.

     Como cualquier novato pensó que la tarea había culminado, cuando realmente comenzaba. Voto que no se cuidaba, voto que se lo robaban. No se le vio en los escrutinios. Se desconectó por completo para celebrar su triunfo prematuro. No era cualquier triunfo. Era el triunfo de la reelección a una corporación como la del Concejo, nada fácil de conseguir.

     –Encárguense ustedes de cuidar los votos –dijo.

     El personal que desplegó era escaso para la responsabilidad.  A varios electos de su lista les dio mala espina la actitud del reelegido, puesto que estaba dando la oportunidad que muchos esperaban. Y papaya dada, papaya partida.

     –En política nadie te la perdona, porque todo el mundo está como caimán en boca de caño –dijo uno. En el último boletín estaba por fuera de los elegidos. La oportunidad que dio la aprovecharon, ipso facto sus adversarios para desplazarlo. Más de quinientos votos se le esfumaron como por arte de magia sin dejar ningún rastro. Lo único que se escuchó por el altavoz fue el nombre del candidato que lo desplazó. No era de su lista, sino de otra, que logró remontar con los votos que le quitaron, para arrastrar la otra curul. Del tercer puesto, en que se encontraba en la lista, pasó al sexto, para quedarse por fuera de la corporación.

     En el cubículo donde se produjo el presunto fraude no tenía testigos electorales para reclamar. Nadie sabía cuál era el cubículo. Los pocos testigos electorales regados en varios puestos, no pudieron detectar de dónde salió el fraude. Era arriesgado dejar un puesto para asumir otro donde no había testigos. No sabían en cuál hacer el reclamo. El chocorazo estaba consumado, no sabían de dónde vino, pero lo estaban dejando por fuera de los elegidos. Todos estaban desconcertados por la pérdida de la credencial, que se esfumaba por la impotencia de reclamar. Los más de quinientos votos despojados fueron un misterio para la campaña del candidato, pero un gran triunfo para los que maquinaron el fraude, que lograron elegir a su candidato, que ya estaba cogiendo camino a Bocas de Ceniza. Lo vieron flotando en la ribera del Río Magdalena en un manto verde de tarulla. Al final, logró salir a flote para alzarse con el triunfo, así haya sido con un chocorazo, el cual se reproduce en cada elección, para seguir haciendo daño. Caso idéntico al de los políticos, que pareciera que las elecciones los parieran más.

     –Los políticos son como los gatos, cuando están gritando es porque se están reproduciendo –dijo uno de los escrutadores.

     Antes que terminara la noche, los escrutadores lograron expedir el E-26, para oficializar la elección de los concejales electos. La colgaron ipso facto en la página web de la institución para que no quedara duda alguna de la legitimidad del proceso. Se oficializó y todo el mundo la consultó.

     Sebastián De las Salas, que se había quedado hasta el último día de los escrutinios, no logró su cometido. De pronto no estaba en el tiempo de Dios. Su juventud le permitía amortizar una derrota más. Era la segunda intención de llegar al Concejo, no la última.

     –La lucha continúa –dijo.