El secuestrador de borrachos – (Cuarta historia)

‘Harry Desastre’ llamó esa noche por el teléfono celular a su mamá para decirle que llegaría más tarde de lo habitual. Estaba en una de sus tabernas favoritas: Amor de feos. Celebraba con varios amigos el cumpleaños de uno de ellos, para lo cual tomaban cerveza de barril bien fría en inmensos vasos de vidrio. De esa manera, la mamá quedó tranquila al tener noticias de su hijo, quien había salido en horas de la mañana a entregar varios pedidos de colonias y perfumes.

     Al lado de ella se hallaba Matías durmiendo en su cojín de peluche, luego de darse un banquete con una suculenta ensalada de zanahoria, brócolis, pepino y repollo. Avanzada la medianoche se fue a acostar llevando consigo el ratoncito doméstico. Dio pasos de felino para no despertarlo de su sueño de momia.

      Pasada la una de la madrugada, Harry se despidió de sus compañeros para irse a descansar. Tomó un taxi con destino a su casa, pero a mitad de camino le dijo al taxista que lo llevara mejor al barrio Lucero, donde vivía su abuela.

     Sabía que ella se quedaba a altas horas de la noche viendo la televisión, leyendo novelas de vaqueros o resolviendo las cartillas de crucigramas. Por lo que vio la oportunidad de pasar a saludarla porque tenía tiempo de no verla.

     Al llegar al lugar, canceló al taxista el valor de la carrera y se dirigió a la casa, donde vivió muchos años, hasta el día que decidió formalizar un hogar con una hermosa mujer nórdica.

     El vigilante de un conjunto residencial al verlo bajarse del taxi le chifló tan fuerte que tuvo que acercarse donde este se encontraba para saludarlo. Cumplido el compromiso social, tocó sutilmente la puerta principal de la casa de la abuela. Nadie respondió. Se asomó por la ventana de vidrio y vio todo a oscuras. Entendió que se había ido a dormir más temprano de lo acostumbrado y también sus tíos, puesto que ninguno salió a abrir.

     Recordó que cuando vivía en esa casa —y era un adolescente rebelde y sin causa e incorregible, que no escuchaba consejo alguno, tanto de su mamá como de sus tíos—, había guardado una copia de la llave. Revisó el maletín de los perfumes y la encontró en uno de sus estrechos bolsillos, entonces se dispuso a extraerla con los dedos índice y pulgar.

     Una vez la obtuvo, retiró el pestillo de la reja de hierro para introducirla sutilmente en la cerradura de la puerta tratando de no hacer el más mínimo ruido que pudiera despertar a su abuela, que dormía arropada de pies a cabeza, no por el frío sino para que no le picarán los zancudos.

     De esta manera, dio un giro de 180 grados a la cerradura, luego empujó la puerta lentamente y esta se fue abriendo. Una vez adentro, la cerró igualmente y quedó en una penumbra y no lograba ver nada. La oscuridad lo asfixiaba por sufrir de escotofobia. Encendió la lámpara del teléfono celular para alumbrarse. Cuando se pudo ubicar en la casa, se dirigió a la habitación de su tío Jeancarlo, la cual estaba al lado izquierdo donde se encontraba él.

     Encontró la puerta abierta, por lo que procedió a entrar en cuclillas. Al alumbrar el lugar, vio una de las escenas más escalofriantes de su vida: su tío Jeancarlo era sacado por los calados de ojo de buey del cuarto por un extraño ser y tenía medio cuerpo afuera. Su tío Oliver lo sujetaba por las piernas para impedir que lograra su objetivo.

     Un titánico forcejeó se presentó entre ambos por el cuerpo del tío Jeancarlo, que soñaba, y sonreía a la vez, con Elfos y Ninfas. El tío Oliver lo tocó y notó que estaba frío como un tempano de hielo. Se le había bajado la temperatura, de ahí su aspecto cadavérico.

De esta forma, ‘Harry Desastre’ se encandiló con el rostro de la horripilante criatura a la que le brillaban los ojos como al mismo demonio y tenía largas y extrañas orejas que salían de su alargado cráneo de color verde. Sus manos eran parecidas a las mismas raíces de un árbol arrancado de la tierra por vientos huracanados, las cuales se aferraban a la cabeza de su tío Jeancarlo, que seguía profundo en el sueño. Quería llevárselo a como diera lugar, antes que este despertara.

     Entonces, ‘Harry Desastre’ le preguntó al ser sobrenatural:

     ¿Quién eres? y ¿por qué quieres llevarte a mi tío?

     Pero este no dijo palabra alguna, sino que lanzó una macabra carcajada para aterrorizarlos más de lo que estaban. No se podía establecer su estatura para saber con quién se enfrentaban. De repente, un líquido oscuro de olor repugnante como el mismo azufre salió de sus esqueléticas manos para chorrear los calados.

     Ante la situación adversa, el tío Oliver acudió a su fuerza cíclope, la misma que utilizó cuando era soldado raso en el cuartel de Riohacha. Para esto, le dijo a su sobrino que lo ayudara a sostener a Jeancarlo por la pierna derecha que él lo hacía por la izquierda.  

     Las dos fuerzas se unieron para arrebatarle de un jalón el cuerpo de su familiar al extraño ser, que fue cediendo hasta soltarlo y desaparecer con una macabra carcajada. Sin embargo, el durmiente seguía sonriente, sin sospechar lo que estaba sucediendo con él.

     El tío y el sobrino no lograron saber de dónde vino esa criatura maligna ni tampoco si era un demonio de los confines del infierno o un extraterrestre que quería llevarse seres humanos para sus experimentos. Solamente estaban seguros que desapareció sin dejar huellas, como también lo hizo el líquido oscuro de olor repugnante que salían de sus esqueléticas manos.

     Minutos después, Jeancarlo era colocado con el mayor de los cuidados en la cama por su hermano Oliver y su sobrino Harry. Lo arroparon para que siguiera soñando con los Elfos y las Ninfas. En ese momento, despertó de su profunda somnolencia.      

     —Me espantaron el sueño —fue lo único que dijo, para proseguir durmiendo, a la vez que cambiaba la posición del cuerpo.

     De esa manera, Harry pudo percibir el tufo a licor de su tío y el olor penetrante en sus cabellos y ropa a carne asada al carbón.

     ‘Harry Desastre’ acompañó a su tío Oliver a la cocina a tomarse un vaso de agua por lo pálido que estaba. No era para menos, acababan de salvarle la vida a su tío y hermano menor respectivamente, sin que este se diera cuenta de lo sucedido.

     —Increíble, primer caso que veo en mi vida que a alguien se lo roban sacándolo por los calados sin que sienta —exclamó—.¡Pareciera que estuviera embrujado!

     Más tarde, se fueron a acostar, Oliver al cuarto de su mamá y Harry en el de su tío Jeancarlo, olvidando por el momento que el insuceso fue una horrible pesadilla.

     Horas antes, Jeancarlo había festejado el cumpleaños de uno de sus mejores amigos y estaba complacido por la atención ofrecida: whisky en las rocas, que el cumplimentado y su novia repartían, y cavas de cerveza para el que quisiera beber. Cada media hora, picadas de chicharrón, carne y pollo, y el plato fuerte de la noche: un asado de carne de búfalo traído de las tierras del Sinú. 

     Eso explica en parte la somnolencia de Jeancarlo, que llegó y se acostó pasado de copas. Su mamá únicamente lo vio entrar y cerró la puerta del cuarto para que descansara, sin percatarse que una sombra tenebrosa rondaba por los calados. Era el secuestrador de borrachos.