La razón de mi voto 

Por Carlos Herrera Delgáns

Al salir a la calle lo primero con lo que me tropiezo es con un universo de personas, muchas de las cuales con demasiados años en el quehacer político. Varias que me identifican se acercan para solicitarme que escriba sobre la campaña presidencial. Modestia aparte, es el tema que más he escrito, independientemente de la temática que me apasiona como es la literatura fantástica y la ficción, las cuales me han permitido escribir seis maravillosos libros.

Una vez les he estrechado la mano para saludarlos y despedirme a la vez, uno de ellos inquieto y bonachón se me acerca y me pregunta prudentemente para que el resto de compañeros no lo escuchen: ¿escritor, por quién va a votar en la segunda vuelta?

Es la respuesta que me permito desarrollar en esta columna.

Comienzo por expresarle a mi gran amigo que el voto es secreto y que en el trayecto de la casa al puesto de votación y frente a la tarjeta electoral solamente yo sabré por quién sufragué. Sin embargo, para no incurrir en la arrogancia y en la petulancia, revelaré, para los que desean saber por quién voté en la primera vuelta y por quién lo haré en la segunda, esta es mi opinión:

Como liberal socialdemócrata es frustrante que el partido Liberal no haya seleccionado entre sus mejores hombres y mujeres su candidato presidencial. De entrada, es una desventaja desistir de las mieles del poder. Aspirante que reuniera las calidades profesionales y humanas que exige la actual coyuntura política del país. Uno que se pareciera en lo fogoso a Gaitán, en lo carismático a Galán, en lo estadístico a De la Calle y en lo realizable a Lleras Restrepo. Muchos dirían que ese prototipo de dirigente desapareció de la política nacional, por aquello que la actividad se convirtió en un mercado persa y no en un oficio de servir a la patria.

Los que llegan al poder ambicionan hacerse ricos de la noche a la mañana, sin realizar el mínimo esfuerzo. De ahí que el poder se haya convertido en el trofeo más codiciado por las élites, industriales, empresarios y clanes de mafias, que sin asco, invierten sumas astronómicas para que gane contra viento y marea su candidato.

Son los parásitos enquistados en el Presupuesto General de la Nación, difícil de exterminar por el presidente elegido. Claro, de la misma ideología, la cual no se cansa de succionar, como garrapata, la sangre a su víctima en estado de coma.

Hoy el poder no lo definen los dirigentes políticos, sino un sector oculto que invierte mucho dinero para elegir a sus serviles para que estos más tarde direccionen la gobernabilidad a la medida de sus intereses. Los vemos apoderados de la contratación estatal, de la salud, de la tierra y mandando en las grandes decisiones nacionales. Bajo su mando se encuentran los órganos de control, que no responden a los problemas de la sociedad colombiana, sino a los intereses de poderosos que los convirtieron en instituciones de bolsillo para eludir el alcance de la justicia.

Coyuntura que nos ha llevado a la actual pudrición institucional, donde nadie cree en nadie y la única manera de resolver las diferencias es haciendo justicia por su propia cuenta. Es el Estado fallido que no responde a las precariedades de la gente, por la irresponsabilidad de una clase politiquera egoísta e indolente, que pensó primero en llenarse los bolsillos de las coimas de los contratos adjudicados a dedo, que atender las precariedades de la gente.

Veo el rostro a cientos de niños y jóvenes sin ninguna esperanza de salir de la cadena hereditaria de la pobreza, la miseria, la desigualdad y la inseguridad galopante, difícil de detener. Situación que no podría ser más abominable.

El cambio no puede ser de forma sino de fondo. Las élites tienen un estribillo que corean cada vez que gana su candidato: “Que todo cambien, pero que todo siga igual”.

El cambio no puede ser ese patrón eterno, en que el presidente sea impuesto por las élites, para que todo siga igual. Si algo he aprendido de la vida es que todo comienzo tiene un fin. El abuso en el poder tiene un costo, el cual deben asumir los que excedieron de él. Y es el mismo poder el que se ha rebelado para ajusticiar con la espada de Damocles las injusticias cometidas contra este maravilloso país, que gracias a Dios, no han podido acabar.

No soy petrista, ni milito en el Pacto Histórico, pero juiciosamente he estudiado las propuestas del candidato Gustavo Petro y he llegado a la conclusión que son las más viables a ejecutar en los próximos años para enderezar el rumbo del país. Se requiere mucho más que un gobierno para ser posible el sueño de miles de colombianos, de vivir sabroso.

Es la razón de mi voto. Lo hice en la primera vuelta presidencial y lo ratificaré este 19 de junio cuando salga con mi familia y amigos a votar con fe y esperanza por la mejor propuesta de país. Lo quiere la mayoría del pueblo colombiano y esa será su voluntad en las urnas.

Votaré nuevamente por Gustavo Petro, para que sea mi presidente.

¡Que así sea!