Las Kaled: historia de un crimen

POR CARLOS HERRERA DELGANS[email protected]

Los cuerpos de tres mujeres fueron hallados tendidos en el interior de la casa. Dos en la sala de estar y un tercero en la sala principal, a escasos metros de la puerta de la calle. Los tres presentaban heridas brutales en sus cabezas. Las armas homicidas se localizaron en la escena del crimen: dos trancas, que utilizaba la dueña de la vivienda para asegurar la puerta principal y la del patio, una de las cuales estaba fracturada en tres pedazos, producto de la brutalidad de los golpes asestados por el asesino a sus víctimas que les causaron la muerte de manera inmediata. La sangre chorreaba por las paredes, pisos y cielorraso del inmueble, que se encontraba revuelto como si hubiese pasado un huracán por el. Muebles volteados; floreros, vajillas, platos y vasos reventados; escaparates y gavetas saqueados dando la impresión que el homicida buscaba algo más que asesinarlas o despistar a las autoridades al momento de iniciar la investigación.

     Del primer asesinato al último, transcurrieron algo más de seis horas, lo que le permitió al homicida escapar por la puerta del patio para no dejar rastro de su atrocidad. Sin embargo, cometió varios errores, como todo novato que se inicia en el mundo de la delincuencia: sus huellas dactilares quedaron impregnadas en la botella de aguardiente, en el vaso de agua que le dio una de las víctimas, en las trancas y en la cuerda para ahorcar a la joven Lucía Fernanda, y en la puerta del patio que abrió para darse a la fuga.

10:00 pm del domingo de Carnaval 4 de marzo de 1984

José Kaled Chedrauí, hijo menor de Lucía Chedraui de Kaled y hermano de tres mujeres, salía pasadas las 10 de la noche de la casa de su madre en compañía de Miguel Ángel Torres Socarrás, —de 24 años de edad, contextura delgada, tez blanca, de 1,84 metros de estatura, cabellos negros engajados, cara huesuda, narigón, cuello largo, estudiante de octavo semestre de Medicina de la Universidad del Norte—, a quien su hermana Nina había conocido por casualidades de la vida. Una de las actividades que desarrollaba Torres Socarrás, para obtener dinero para la manutención de su casa, era dictar clases del tema que le solicitaran. Nina Kaled lo había contratado para esos menesteres. De esa manera, el joven estudiante con el tiempo fue ganando la confianza de la familia Kaled Chedraui, al punto que Nina lo ayudaba económicamente, cuando laboraba en la Electrificadora del Atlántico como revisora fiscal, a pagar su carrera universitaria.

12:30 am del lunes de Carnaval 5 de marzo de 1984

Minutos después de salir de la vivienda, Torres Socarrás regresó a acompañar a Nina a ver televisión, quien se quedaba hasta altas horas viendo la programación como la de esa noche, la serie ‘Dinastía’. Pasada la medianoche, ella tomó la Biblia y empezó a leer algunos pasajes bíblicos. Al rato Torres Socarás se levantó para ir a la cocina y allí halló una botella de aguardiente, de la cual tomó varios tragos y volvió a la sala de estar, donde encontró a Nina con la barbilla clavada en las Santas Escrituras, profundizada en un sueño inocente, sin imaginar lo que le esperaba. Torres Socarrás sin hacer el mínimo ruido sacó la tranca de la puerta de la calle, se acercó con pisadas de felino y cuando estuvo cerca de su víctima le asestó fríamente un descomunal golpe en la zona occipital de la cabeza para dejarla sin vida. Quedando tirada en el mueble. El libro sagrado como único testigo de lo sucedido esa noche, rodó con sus páginas abiertas varios metros por el piso. Consumado el hecho, se dirigió nuevamente a la cocina para seguir bebiendo de la botella, al empinarla sacó del bolsillo del pantalón una bolsa, la cual contenía un polvo de color blanco nieve y lo inhaló con el mayor de los placeres para sentirse extasiado y relajado, con una sed de desierto. Estaba deshidratado por la combinación de alcohol y cocaína, que había consumido en grandes dosis en las horas de la tarde. Su adicción al alcaloide venía desde el año 1983, antes había humeado marihuana.

3:30 am del lunes de Carnaval 5 de marzo de 1984

Después de asesinar a sangre fría a su gran amiga tuvo un lapsus de tiempo y al despertar se dio cuenta que eran las 3:30 de la madrugada. Sintió que se moría de sed. Se dirigió al cuarto donde se encontraban durmiendo la señora Lucía Chedraui y su nieta Lucía Fernanda Kaled García. Sigilosamente despertó a doña Lucía para que le diera un vaso de agua. Aprovechó la ocasión de que su víctima ingresaba a la cocina para sacar de la puerta del patio la tranca con que la iba a asesinar. Cuando ella se disponía a darle la toma, se fue de la parte de atrás para impactarla brutalmente en la cima de la cabeza y la hizo desplomarse. Al querer levantarse para ver qué sucedía, recibió una ola de trancazos que le desfiguraron la cabeza. En el último impacto al homicida se le partió la tranca en tres pedazos que se le regaron en el piso de la sala de estar. El cuerpo de doña Lucía Chedraui quedó tendido bocabajo en un charco de sangre a consecuencia de las mortales heridas.

6:30 am del lunes de Carnaval 5 de marzo de 1984

Tres horas más tarde, Torres Socarrás se acercó a la cama donde dormía Lucía Fernanda, la despertó y le recordó que vendrían a recogerla a las 7:30. Ella se levantó preguntando por su abuela haciendo que se estaba cambiando, el asesino aprovechó el momento para jalar una cuerda de la cortina de la ventana de la sala con la cual pretendía estrangularla. Inocente de la situación, la joven mujer se dirigió a la sala principal y se encontró con la horrible escena. Al gritar, Torres Socarrás consiguió cruzarle la cuerda alrededor del cuello y ahorcarla. Cuando le colocó la mano derecha en la boca para que dejara de gritar, esta logró morderlo y arañarlo con tanta fuerza que este cedió soltarla. Lucía Fernanda pudo correr hacia la puerta de la calle que se encontraba cerrada, pero antes que llegara este recogió del suelo un pedazo de tranca con que había asesinado a doña Lucía para propinarle el primer golpe mortal, el cual no pudo derribarla. Un segundo impacto la tumbó al suelo y no se pudo levantar más, puesto que su asesino se sació con ella dándole uno tras otro, varios brutales golpes que terminaron por destrozarle el cráneo. El cuerpo de la adolescente mujer quedó tendido bocabajo en el centro de la sala principal en un charco de sangre. En el levantamiento de los cadáveres, las autoridades encontraron pequeños pedazos de sesos incrustados en las paredes, evidenciando los mortales hechos.

     Cuando el asesino dejó de golpear el cuerpo sin vida de la joven se vio bañado en sangre. Fue al baño y se lavó, pero la ropa que llevaba puesta, un jean Jordache y un suéter Polo azul oscuro, estaba ensangrentada, como señal de su horrible acto. Voltió los muebles, partió vasos, pocillos y vajillas y saqueó los escaparates y gavetas de los cuartos —en los que encontró 400 pesos en efectivo, los cuales guardó en el bolsillo del pantalón— abrió la puerta del patio y saltó la paredilla para caer en un predio de un edificio en construcción. En cuestión de segundos, desapareció como un fantasma.

7:30 am del lunes de Carnaval 5 de marzo de 1984

El teléfono de la familia Kaled Chedraui timbró varias veces sin que nadie contestara. Después de muchos intentos José Kaled desistió de seguir marcando al no obtener respuesta, por lo que decide llegar a la casa de su madre a recoger a su hija para llevarla al colegio donde tenía que reunirse con algunas compañeras para realizar una tarea en grupo. Una vez parqueó el vehículo tocó varias veces la puerta y nadie le abrió. Llamó por su nombre a su mamá y no le contestó. Lo mismo hizo con su hermana mayor y tampoco respondió, por último, llamó a su hija y no obtuvo respuesta. Se desesperó por la situación. Se acercó a la ventana de la calle, partió varias persianas de vidrio, descorrió la cortina con la mano izquierda para introducir la cabeza a ver que sucedía. Cuando tuvo absoluta visibilidad, lo primero que vio fue el cadáver de su hija Lucía Fernanda tirado en el piso en un charco de sangre. Sacó la cabeza con el mayor esfuerzo para correr a la mitad de la carrera 44 para gritar y pedir ayuda. Los vecinos que se levantaban a esa hora, corrieron a socorrerlo. Varios se asomaron también y vieron que efectivamente el cuerpo de la joven mujer yacía sin vida en el piso. Llamaron a la policía, la cual llegó a los pocos minutos. Una vez fue acordonado el lugar, lograron ingresar por la puerta abierta del patio que encontraron. Cuando estuvieron adentro, presenciaron la macabra escena, en la que tres inocentes mujeres fueron asesinadas brutalmente, sin tener problemas con nadie. Las autoridades en la escena del crimen pudieron apreciar la magnitud de los golpes que recibieron las mujeres en sus cabezas, en las que se observaba la de la joven Lucía Fernanda, destrozada e irreconocible. Luego del levantamiento de los cadáveres, comenzaron las pesquisas de uno de los casos que conmovió a la sociedad barranquillera y en el que las autoridades estaban comprometidas a dar resultados en el menor tiempo posible.

     Se pusieron al frente de las investigaciones el mayor Uriel Salazar, jefe del F-2 del Atlántico y el Comandante de la Policía del departamento coronel Jesús Emilio Duque, quien aseguró que prontamente habría resultados al respecto. Como lo hizo en el caso de la distinguida dama Jacqueline Caballero, quien fue asesinada el 7 de marzo de 1983 a las 7:45 de la mañana por un sicario que le pegó un balazo en la cabeza, cuando se dirigía al trabajo y dejarla tendida en el suelo. En solo ocho días el Comandante de la Policía había capturado a los autores materiales e intelectuales del horrendo crimen, que conmocionó a la ciudadanía barranquillera. Se supo que quien la mando a asesinar fue su esposo, Marco Campo Bornacelly, un odontólogo que después reconoció que era homosexual. La justicia lo condenó a la pena de 25 años de prisión, la cual no pudo cumplir en su totalidad toda vez que fue asesinado al salir de la penitenciaría, en septiembre de 1991, cuando apenas purgaba la tercera parte de la condena.

Martes de Carnaval 6 de marzo de 1984

Las exequias del triple asesinato de las Kaled se cumplieron el 6 de marzo, martes de Carnaval, en el cementerio Jardines de la Eternidad, en donde el hermano de Nina, José, notó la ausencia de su mejor amigo. Miguel Ángel Torres Socarrás no acompañó a la última morada a las Kaled Chedraui y Kaled García, ni se comunicó con él para darle las condolencias. Fue la primera sospecha que asumieron las autoridades, por lo que decidieron arrancar las investigaciones dando con el paradero del joven estudiante, del que muchos se preguntaban cuál sería

     Las llamadas que recibía la policía eran para denunciar a unos vecinos de los Kaled Chedraui como los principales sospechosos del triple crimen: dos homosexuales, que en el transcurso de las investigaciones se descartó su participación en el hecho. Las indagatorias que se les hicieron llevaron a la conclusión que no tuvieron nada que ver en el asesinato de sus vecinas.

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Lunes de Carnaval 5 de marzo de 1984, horas después del crimen

Una vez Torres Socarrás cayó en el predio del edificio en construcción, se dirigió a pie a su casa, la cual quedaba en el barrio Bellavista y al llegar llamó a su mamá, quien de inmediato se asomó por el balcón, pero no le alcanzó a entender que se estaba despidiendo. Al instante, aún con la ropa ensangrentada, se desplazó al Paseo Bolívar para tomar un bus hacia la ciudad de Cartagena donde tenía que visitar a un amigo.

    Al llegar a tierra cartagenera, viajó, horas después, a la ciudad de Medellín con un préstamo que le hizo su compañero de dos mil quinientos pesos. El asesino de las Kaled Chedraui seguía vestido con la misma ropa de la noche del crimen. En su mano derecha presentaba el mordisco y los arañazos que le hizo la joven Lucía Fernanda en su desesperación por defenderse. Se hospedó en la vivienda de unos amigos. Mientras tanto en Barranquilla la policía lo buscaba por todas partes. En primer lugar, preguntaron en la vivienda de su señora madre. Esta, una modista, dijo que desconocía el paradero de su hijo.

     Torres Socarrás viajó en bus el miércoles de ceniza de Medellín a la capital de la República, llegando el día jueves.    

Sábado 10 de marzo de 1984

Entre el jueves y el sábado Miguel Ángel Torres Socarrás logró comunicarse por teléfono con su señora madre, la cual le aconsejó que buscara al señor Carlos De Biasse, un hotelero propietario del Hotel Cadebia, quien venía ayudándolo en la financiación de su carrera universitaria. De Biasse fue uno de los que lo convenció para que se entregara a las autoridades, que tarde o temprano lo capturarían por ser el primer sospechoso del triple homicidio.

      Torres Socarrás ante el acoso de las autoridades decide revelar la verdad de los hechos por lo que es buscado.

     El sábado 10 de marzo se entrega en la capital de la República al hotelero Carlos De Biasse y al mayor Uriel Salazar, jefe del F-2 del departamento del Atlántico, quienes habían viajado a la ciudad de Bogotá a entrevistarse con él. Lo trajeron en el último vuelo del día a la ciudad de Barranquilla, hospedándolo en las instalaciones del Comando de la Policía, ubicado en la carrera 43 con calle 48, donde declara lo sucedido entre la noche del 4 de marzo y la madrugada del 5 de marzo. En su confesión dejó claro que él solo, bajo los efectos del alcohol y la droga, asesinó a las tres mujeres.

     Después de un proceso judicial corto en el juzgado de Instrucción Criminal de la ciudad, este resuelve imponer la pena de 24 años de cárcel a Miguel Ángel Torres Socarrás, responsable del triple asesinato de Lucía Chedraui de Kaled, de 74 años; Nina Kaled Chedraui, de 50 años y Lucía Fernanda Kaled García, de 16 años. En la penitenciaría La Modelo logró purgar solamente 12 años, por estudios y buen comportamiento. El condenado fue asistido en el juicio por el penalista Jorge Wehdeking, mientras que por el lado de la familia Kaled Chedraui estuvo el también penalista Armando Blanco Dugand y en la parte civil el exjuez de la República Antonio Nieto Güete.

     Alrededor del triple crimen de las Kaled se tejieron varias versiones, como aquella de la inexplicable frialdad con que actuó Miguel Ángel Torres Socarrás para asesinar una por una a las tres mujeres, cuando estas lo acogieron en el seno de la familia como un miembro más. Se dijo en su momento, que en las horas de la mañana de ese mismo, llegaron en una camioneta de alta gama varios hombres a la casa de los Kaled Chedraui, jóvenes todos ellos, entre los que se encontraba Torres Socarrás, a entregar un paquete a Nina para que se lo guardara, el cual recogerían en las horas de la tarde. Cumplido el horario, los hombres regresaron en la misma camioneta a retirarlo, llevándose la gran sorpresa que quien se los había guardado les dijo que su contenido lo había vaciado por el bacinete del inodoro. Una gran discusión se armó, por la que terminaron encerrándose en la vivienda con las para no llamar la atención de los vecinos y curiosos.

     Los hombres revisaron la casa por completo buscando el paquete, donde presuntamente venían prensados varios gramos del alcaloide, y nunca lo encontraron ni tampoco su envoltura.

     Otra de las versiones que hizo carrera fue que Torres Socarrás no fue el único que participo en el triple homicidio, sino otras personas también, por lo que recibió fuertes amenazas y una gruesa suma de dinero para no delatar a sus coautores y al sentirse presionado e intimidado decide declararse culpable de la muerte de las tres mujeres. Especulaciones que rondaron como fantasmas el crimen de las Kaled, las cuales nunca se evidenciaron y salieron a relucir en el proceso, en el que terminó condenado únicamente el joven universitario.

     Una vez Miguel Ángel Torres Socarrás cumplió los 12 años de condena, fue puesto en libertad para rehacer su vida. Los dos semestres de Medicina que le faltaban para graduarse de médico no los culminó, sino que inició una nueva carrera universitaria, la de Derecho. Hoy es un abogado litigante, a quien se le ve en los despachos judiciales del Palacio de Justicia y del Centro Cívico ejerciendo la profesión (Tomado del libro Los muertos de nadie).