Oráculos de la superluna (Octava Historia)

Tres sombras se visibilizaban al final de la calle. A medida que avanzaban empezaban a verse sus figuras. Eran seres de rostros, peso y estatura diferentes, y dientes brillantes. En su mundo son conocidos como los oráculos de la superluna, que llegaron a cumplir una cita con el destino.

     Extrañas ropas cubrían sus embolatados cuerpos que parecían más unas figuras fantasmales que seres proféticos. Vestían túnicas oscuras para confundirse con la noche, capuchas que les cubrían los rostros y sandalias de piel de lagarto tejidas con seda de araña. Risas de ultratumba se escucharon en el solitario lugar, donde los roedores y felinos también iban a presenciar el ritual, el cual se realizaba cada cincuenta años.

     Había tres sillas construidas de árboles encantados del bosque de los gigantes cangrejos azules. La primera forrada con piel de foca era para el oráculo de la noche; la segunda con piel de serpiente venenosa, para el oráculo del día y la tercera con piel humana, para el oráculo del crepúsculo. Una vez se sentaron aguardaron a que la luna se ubicara en el lugar perfecto para empezar el ritual.

     Esperaron y esperaron por el momento preciso.

A varias cuadras de allí, ‘Harry Desastre’ se desplazaba en ‘el escarabajo’ muy feliz. Había entregado todos los pedidos del día, por lo que iba de regreso a su casa para darse una ducha, cenar hasta llenarse la panza e irse a dormir. Era lo que más deseaba.

     En un cruce para tomar otra calle, las luces del vehículo iluminaron las extrañas figuras sentadas. Era un callejón a oscuras donde se resguardan personas del bajo mundo, huyendo de las autoridades por los delitos cometidos. Roedores y felinos se asomaban en lo alto de los inmuebles de aspecto fantasmal en espera del ritual.

     Cuando los habitantes de las abandonadas casas los vieron, prefirieron huir para salvar sus vidas. Su forma de vestir y de caminar aterrorizaban a cualquier mortal.

     Harry se estacionó a un costado de la vía y descendió para acercarse cautelosamente y ver qué hacían los extraños seres, que permanecían sentados como estatuas de cemento a espera de la señal.  Cuando la luna se ubicó en el lugar exacto, uno de ellos se levantó para anunciar el inicio del ritual.

     —Hermanos, llegó el momento de empezar lo que tanto hemos esperado —dijo el oráculo de la noche.

     —¡Hagámoslo! —dijeron los otros dos.

     Una vez el astro nocturno completó su transformación en luna llena, los oráculos se levantaron de sus sillas al mismo tiempo, introduciendo las manos en los bolsillos de las sotanas para sacar los atributos al dios de la noche.

     El oráculo del día colocó tres ramitas secas de romero en círculo en el piso; el de la noche hizo lo mismo con tres ramitas de pino y el del crepúsculo, tres de salvia. Una vez juntas y en el sitio acordado, un chorro de luz de luna llena se encargó de crear una chispa azulada para que estas ardieran débilmente, pero con el transcurso de los segundos se levantó una gran llamarada de metro y medio de altura, la adecuada para proceder con el ritual.

     El aroma de la humarada era agradable para ‘Harry Desastre’, que se le ocurrió decir que olía a Semana Santa. Por lo que pensó que los extraños seres estaban en una sesión de espiritismo o liberando a alguien de malos espíritus.

     Las singulares criaturas guardaban completo silencio a medida que las ramas eran consumidas en la hoguera. Levantaron las manos para dirigirse al dios de la noche y rendirle tributo. Formaron el triángulo lunar para pedir el deseo que los trajo al lugar. De repente una leve brisa sofocó el fuego y las ramas quedaron carbonizadas sin posibilidad de arder nuevamente. El chorro de luz lunar que los iluminaba desapareció para interrumpir el ritual.

     Los roedores y los felinos estaban petrificados, viendo el ritual de los oráculos. Varias lechuzas y búhos llegaron también al lugar a presenciar el gran acontecimiento de la noche.

     Los oráculos ante la sofocación de las llamas por una repentina brisa, quedaron paralizados presagiando un mal augurio. Guardaron silencio por varios minutos observando las ramas carbonizadas.

Harry aprovechó la situación para aproximarse hacia ellos, cuando los roedores, los gatos, los búhos y las lechuzas lo detectaron, empezaron a chillar, maullar y ulalar, lo cual puso en alerta a los oráculos que al voltear descubrieron al intruso.

     —¡Acércate! —le dijo el oráculo de la noche—. ¡Eres bienvenido. No temas, que no te haremos daño!

      Harry se acercó temeroso por la vestimenta que lucían los extraños seres de aspecto medieval, los cuales nunca había visto, ya que sus rostros eran cubiertos por las capuchas.

La luna llena permanecía en el mismo lugar, flotando en la oscuridad. Parecía una bola de cristal esperando que alguien la frotara para que le concediera un deseo.

    Una vez Harry se presentó los oráculos no entraron en detalle con él, puesto que los tenía desconcertados la sofocación de la llama de la deidad. Sin embargo, antes que él los interrogara, lo cual era su intención, estos le concedieron la oportunidad de exponer cualquier preocupación para ayudarlo a resolverla.

     —Ya sabemos quién eres —dijo el oráculo del día—. Solo queremos que nos reveles tus inquietudes para predecirte la situación que debes enfrentar.

     Harry se atemorizó, pero no se atrevía a contradecir a los extraños seres, que de tanto repararlos no lograba verle los rostros y las manos. Eso sí que le preocupó, porque pensó por un momento que eran demonios venidos del inframundo a recapturar almas fugadas o simples fantasmas para asustar a los mortales.

     Esperaban la respuesta del muchacho para proceder, pero este se quedó pensativo.

     —Les agradezco lo que quieren hacer por mí, pero no estoy interesado en esa clase de adivinanzas —dijo—. ¿Se puede saber de dónde vienen?

     Los oráculos guardaron silencio a la pregunta del muchacho y prefirieron desfilar por el mismo lugar por donde llegaron. Sus túnicas de color oscuro eran iluminadas por la luna llena a medida que avanzaban, y en cuestión de segundos desaparecieron sin dejar rastro alguno.

     Harry no alcanzó a verlos desaparecer. Quedó solo en el lugar con los roedores, felinos, lechuzas y búhos observándolo.

     —¿De dónde habrán salido estos extraños seres?, porque humanos no parecen ser —dijo.

     Tampoco le explicaron el ritual que realizaban. No sabía si invocaban seres de otros mundos o abrían un portal al futuro. Lo único que sabía es que contó con suerte de que no le hicieron ningún daño.

     Los roedores y los felinos seguían en sus puestos con las bocas abiertas. Al día siguiente, los vecinos los encontraron petrificados como gárgolas de catedral. Alguien que pasaba por el lugar se le ocurrió decir: “fueron bendecidos porque nunca más volvieron a pelearse”.

El primero en hacerlo fue el Juzgador. La que tomó le apareció retratado el ‘Profesor’ bajando las escaleras del segundo piso de la casa de su prometida. Lo primero que detalló fue la corredera abierta de su pantalón, la camisa desparpajada, despelucado y sonriente por el néctar que acababa de derramar. Su predicción fue la siguiente:

“Se casará con la novia inflada y serán padres de tres incorregibles criaturas.

El segundo en tomar una fotografía al azar fue el oráculo Consejero, la cual detalló con lupa de relojero. La primera figura que vio en la foto fue la de su sobrino ‘Monín’ entrando a un estadero de pollo. Esta fue su predicción:

“Comprará medio pollo con papas, y a la salida las dejará caer y rodarán por el piso, sin darse cuenta que uno de sus tíos lo estará observando por la rendija de la ventana de su casa y su mamá en reunión familiar dirá que el pollo comprado por su primogénito es el mejor que se ha comido en toda su vida”.

Mientras que el último de los oráculos el Reprendedor estiró la mano huesuda, en la que los dedos terminaban en espátulas, para agarrar uno de los retratos. Al sujetarlo la primera imagen que vio fue la de ‘Petrín’ rodeado por sus amigos de barrio, ‘Morrocoyo’, ‘Flica’, Edwin el pintor de carros, Palisca y ‘Chichi’, acomodados en dos mesas con manteles blanco en la terraza de su casa. Esta fue su predicción:

“Saciarán sus barrigas de comida y licor, se reirán, contaran chistes y se irán y nunca pagaran, así la rabieta de ‘Mimi’ sea más grande que la Catedral. También llegarán al negocio mecánicos embadurnados de grasa de carro con grandes ollas tiznadas a comprar dos mil pesos de sopa”.

Las predicciones de los oráculos de la noche fueron cumpliéndose a medida que iban llegando las fechas de los acontecimientos.

Una vez los oráculos de la noche terminaron sus predicciones, se pusieron las capuchas, salieron por donde entraron y desaparecieron misteriosamente.

Los gatos y ratones seguían en sus puestos con las bocas abiertas. Al día siguientes, los vecinos los encontraron petrificados como unas gárgolas. Alguien que pasaba por el lugar se le ocurrió decir que fueron bendecidos porque nunca más volvieron a pelearse.