POR CARLOS HERRERA DELGÁNS – [email protected]
Al descender del vehículo lo primero que vio el religioso fue excremento de color amarillo oro flotando en las pestilentes aguas de alcantarilla desbordadas que corrían como ríos por la vía. Por momento imaginó que eran verdaderos peces de agua dulce que nadaban sin que nadie los molestara en su hábitat natural. E incluso, llegó a pensar que la ciudad carecía de pescadores que aprovecharan la época de abundancia. Se petrificó cuando presenció una feroz batalla de perros callejeros que peleaban como lobos de nieve el dominio a escarbar en las montañas de basura arrumadas a lo largo y ancho de la calle Soledad buscando un bocado de comida. Era la época más crítica de la ciudad, donde los servicios públicos domiciliarios se prestaban con mucha dificultad, por empresas del orden municipal, manejadas a su antojo por la clase política de turno, que las convirtieron en nidos de corrupción y en fortín electorero. Los servicios de acueducto, alcantarillado y aseo los suministraban las Empresas Públicas Municipales –EPM–; el servicio de energía eléctrica, la Electrificadora del Atlántico –Electranta–, y el servicio telefónico estaba a cargo de la Empresa Municipal de Teléfonos –EMT–. Mientras que el servicio de gas lo prestaban empresas privadas mediante la venta de cilindros de gas propano y también se utilizaba para cocinar queroseno (petróleo), combustible que vendían en las tiendas al detal y en carros de tracción animal que pasaban diariamente por el frente de las casas.
El religioso llegó a la ciudad a asumir la dirección regional de la Universidad Abierta y a Distancia del Sur –Unisur–, al ingresar al Centro Social Don Bosco fue recibido por el padre Stanley María Matutis, el gran arquitecto de la majestuosa obra levantada, a la cual a alguien se le ocurrió llamarla irónicamente ‘El punto blanco de la Zona Negra’, sector del barrio Rebolo inundado de aguas de alcantarilla por el rebosamiento de un colector de las EPM, que constantemente estaba en actividad volcánica. De ahí el estribillo de que la gente vivía en la pura mierda. También anidaban la pobreza y la miseria que tenían atrapada en sus afiladas garras de buitre a la gente humilde y desamparada. Eran momentos difíciles los que atravesaba la urbe por la falta de buenos gobernantes. Los ciudadanos de los barrios populares no tenían ninguna posibilidad de mejorar sus condiciones de vida, por la poca visión de ciudad de la clase política, que veía a los pobres únicamente como materia prima para elegirse y perpetuarse en el poder.
Fue en 1984 cuando el religioso, de 44 años de edad, pisó por primera vez tierra barranquillera para conocer su real situación. Lo de ‘Mejor vividero del mundo’ lo pudo comprobar, pero lo de ‘calidad de vida’, estaba muy lejos de la realidad. Por lo menos en los barrios del sur, la inversión era nula. Al norte los usuarios padecían también los estragos de la mala prestación de los servicios públicos: alcantarillas rebosadas, fluído eléctrico interrumpido bruscamente y las montañas de basura invadiendo los andenes y las vías públicas. Cuando los usuarios se prestaban a reportar la ineficiencia de los servicios por teléfono este se dañaba como por arte de magia, quedando incomunicados y a oscuras.
Una vez asumió el cargo de director de Unisur, lo primero que hizo fue visitar el bajo mundo de la Zona Negra, sector del barrio Rebolo que crismaron de esa manera, por las aguas de alcantarilla que descargaban allí. Era un lugar de difícil acceso, como una espesa selva africana donde habitan fieras, serpientes y cocodrilos. Quería poner al servicio del sector la experiencia vivida en el Brasil y Bogotá, donde trabajó con los más pobres, quienes al reunirse con él sintieron por primera vez la presencia divina. Pensaron que había llegado el Mesías a sacarlos de su desgracia, pero no. No era El Nazareno que hacía milagros como resucitar muertos, curar leprosos, convertir el agua en vino, hacer caminar parapléjicos o multiplicar los panes y los peces. Era un mortal común y corriente que se ofreció trabajar de la mano de los habitantes del barrio para ayudarlos a salir de la fatalidad. Era el padre Bernardo Hoyos Montoya, un sacerdote salesiano de aproximadamente 1,70 mts de estatura, barbas pobladas, prominentes orejas, ojos pequeños y mirada desconfiada, oriundo del municipio de Belén de Umbría, antes departamento de Caldas, hoy de Risaralda, que arribó a la ciudad a cumplir una misión educadora y evangelizadora, pero el ambiente y el calor humano de la gente lo atraparon para alargar su permanencia y jamás salir de ella. Las personas de a pie lo llaman por respeto padre Bernardo, mientras que sus contradictores lo identifican como el cura Hoyos.
Tomador de cerveza, bailador de salsa y música latinoamericana que lo hacen salir de ropa para fajarse a tirar pases como cualquier bailador de estadero. Así conoció ‘La #Cien’, un tomadero de ron popular, ubicado en una de las esquinas de la calle 29B con carrera 25 en el mismo barrio Rebolo, donde habían estado cantantes de la talla de Rubén Blades, Willy Colón, Cheo Feliciano, Celia Cruz, Óscar De León, Nelson el ‘pollo’ Pinedo, entre otros. Visitaba el sitio cualquier viernes o sábado acompañado de amigos.
La gente logró conocer al sacerdote evangelizador, bailador de salsa y tomador de ‘frías’ que nunca pensó que iba a ser político, por el cambio que sufrió su destino, al colgar la sotana en un clavito en la pared de su cuarto para asumir las riendas del municipio, en el que para llegar a semejante posición, le tocó tirar discursos volcánicos, en los que se le veía brotar del cráneo y las orejas las cenizas. Muchos decían que se cegaba al hablar, por los truenos y centellas que soltaba, que terminaban en un torrencial aguacero hasta el día siguiente cuando sus contradictores lo fustigaban por el vocabulario que empleaba, y él les respondía: “Al bagazo poco caso”.
Una vez tuvo contacto con la gente del sector, comenzó a hacer las primeras reuniones en horas de la noche para tratar el tema de la inundación de las aguas de alcantarilla, donde se veía el colector de las EPM, ubicado en la carrera 32 con calle 17, vomitar excremento.
–Al llegar a la zona, programó la primera reunión un viernes, me acuerdo bien, para convenir el tema de las inundaciones, no de aguas lluvia sino de alcantarilla –dijo Sol María Martínez, quien vive en la zona–. Desde entonces, las reuniones se volvieron rutinarias en el sector.
Muchas de dichas reuniones se realizaron en el Centro Social Don Bosco, por los insoportables olores que exhalaban las aguas residuales y la ola de mosquitos carnívoros que azotaba, lo cual imposibilitaba hacerlas en la zona. La época más crítica, me dijo Sol María sentada en una mecedora cargando a uno de los nietos, era la invernal donde las aguas revueltas, lluvia y alcantarilla, le llegaban a la gente hasta las rodillas dentro de sus casas. Así se puede ilustrar:
–Se veía al padre con botas pantaneras, sombrero vueltiao y con la pala en las manos trabajar hombro a hombro con la comunidad –dijo Sol María–. El padre se sintió uno más de nosotros.
La pestilencia era insoportable. Además del mierdero que tenían que evacuar, también debían lidiar con el enjambre de moscas obesas que hervían de las pilas de basuras tanto en cada una de las equinas del sector como de la calle 17, arteria de herradura que conecta al municipio de Soledad con el centro de la ciudad. Así mismo, era la vía obligada de buses interdepartamentales, camiones de carga y vehículos particulares para desembocar en el puente Pumarejo. Era la vía de tractomulas que tomaban la forma de un gusano gigante por su longitud y por la cantidad de llantas que tenían para movilizarse a Barranquillita, centro de acopio de pequeños y medianos comerciantes, Cervecería Bavaria y Zona Franca.
A medida que transcurrían los días y los meses el religioso estaba más metido en la zona, no solamente colaborando en la solución del problema de las aguas residuales y los servicios públicos sino también prestando el servicio pastoral. Bajo frondosos árboles, uno de uvita y otro de roble, inició la eucaristía. Misas, bautismos, primeras comuniones y matrimonios realizó en la zona para ir edificando su obra evangelizadora. Como cualquier Iglesia Católica, el padre estableció en la zona las misas dominicales para evocar la memoria de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Cuando lo vieron llegar por primera vez con la vestimenta litúrgica: sotana blanca y estola color verde colgada del cuello, pensaron que estaba levitando, puesto que no le veían los pies sobre la tierra. Fue así que nació la idea de construir el Centro Comunitario Don Bosco. Una obra en madera rústica que los mismos carpinteros del sector ayudaron a levantar. Desde entonces, la comunidad tuvo un lugar digno para reunirse y escuchar la palabra.
El padre con un vocabulario poco santo, que jamás se le escuchó a un religioso en la ciudad, animaba a la gente a no desfallecer en la labor de cambiarle la cara al sector. Hombres y mujeres antes de impresionarse por las palabras de grueso calibre que expresaba el sacerdote, soltaban las carcajadas para festejar sus gracias. El libro ‘Retrato de una generación’ del periodista Horacio Brieva recoge lo que el decía a la gente al respecto: “Si no quieren seguir viviendo en la mierda, tienen que mover el culo”.
Para fortalecer el trabajo de formación del ser humano en la zona, el sacerdote creó la Asociación de Educadores Populares Don Bosco, como una forma de capacitar en principios y valores para entender el proceso de transformación que había iniciado, no una persona sino el concurso de muchas más. El religioso incluyó en el pénsum académico de Unisur dos horas de Extensión Comunitaria para que los estudiantes llegaran a la comunidad a prestar sus servicios. Muchos dicen que es la iniciativa más importante que emprendió en la zona para arrancarle a la miseria la gente y las siguientes generaciones.
Así como encontró en el sector el punto de trabajo arduo e incesante, también halló la forma de pasar un rato chévere con las personas que se fregaban de sol a sol en el trabajo comunitario. Con la pala en el hombro y el torso desnudo vio el sitio ideal para refrescarse con una ‘fría’ y tirar uno que otro pase salsero. Construyó con la misma gente un kiosco con láminas de cinc y techo con palma de coco, en el que se vendían cervezas, Pony Maltas y gaseosas, por medio de bonos que la gente compraba para reclamar en el tenderete. El ambiente lo animaba un equipo de sonido con música variada menos vallenato, en el que se veía al religioso tirar pases endemoniados. Muchos comentaban que el padre como bailador de salsa sabía pocón, pocón, puesto que el ritmo de la música iba por un lado y él por el otro. Nunca les prestó atención a los comentarios de las personas, porque, decía, que su forma de bailar iba en armonía con la percusión. Fue el lugar que lo sedujo a pasar los fines de semana a tomar cerveza y no moverse hacia otro sitio.
El kiosco lo bautizaron con el nombre de ‘El Rincón Latino’, y fue rociado con agua bendita para protegerlo de las malas energías y desearle una larga vida. Nombre que se identificaba con él, por el recorrido que hizo por varios países de la región para conocer sus realidades. Pequeño negocio que sirvió para recaudar fondos y cubrir las diferentes actividades que se realizaban, como los gastos funerarios de personas y niños que fallecían en la zona. No salió más nunca de ahí. La Zona Negra se convirtió desde entonces en su trinchera de sacerdote y trabajador comunitario.
Ante la poca atención de las autoridades locales y departamentales en la zona, el religioso organizó el 22 de octubre de 1986 la ‘Marcha por la vida’, donde más de veinte mil personas salieron del Centro Social Don Bosco hacia la Gobernación del Atlántico a exigirle al gobernador Fuad Char soluciones concretas a la problemática de los servicios públicos en el sector. El padre con el megáfono en mano pudo expresarse para despotricar tanto de la dirigencia política de la ciudad como del gobernador por la poca atención que le estaban prestando al barrio Rebolo. El gobernador nunca salió. Por solicitud de un funcionario se conformó una comisión negociadora que terminó reuniéndose con el, y este se comprometió a visitar el sector. Días después, el mandatario llegó a la Zona Negra a caminarla con la gente para conocer la situación. Una vez terminó el recorrido, abordó su camioneta, se quitó los zapatos empantanados y malolientes y los regaló como recuerdo de que estuvo en el barrio. Pasaron los días y los meses, y la gente nunca supo más de él.
El trabajo comunitario en la zona fue acompañado por la gestión ante las empresas de servicios públicos y las autoridades que, según el religioso, debían prestarlos también en el sector. A raíz de que los meses transcurrían y las EPM no asumían su responsabilidad de solucionar el problema del rebosamiento de las aguas de alcantarilla en la zona, la comunidad liderada por el sacerdote logró el contacto con el concejal Alejandro Munárriz, quien consiguió con la gerencia de la empresa prestadora aproximadamente quinientos metros de tubería de 24 pulgadas para regalársela a la comunidad a cambio de que lo ayudaran con los votos. Una vez colocados los tubos en la zona, el padre con la gente comenzaron a cavar la zanja a punta de pico y pala para enterrar la tubería que empalmara con el colector de la carrera 32 con la calle 17 y las aguas residuales descargaran en el Caño de la Ahuyama. Trabajo que contó con la asesoría topográfica del ingeniero Víctor Pinto. Meses después, el gerente de Electranta Eduardo Verano De la Rosa en una visita al sector decidió electrificarlo, instalando postes de madera y extendiendo las redes eléctricas para que la gente gozara del servicio de energía eléctrica por medio del programa Soluciones Parciales. Desde entonces, la Zona Negra se convirtió en un lugar vivificante por el desarrollo que se había logrado.
Solucionado el vertimiento de aguas de alcantarilla y el servicio de energía eléctrica la gente intentó invadir el terreno, a lo que el padre se opuso hasta tanto no se legalizara. Fue así que, ante una solicitud a la Secretaría de Planeación Municipal, cuyo titular era Carlos Escobar De Andreis, el prelado pidió que se urbanizara el sector. El funcionario comisionó al arquitecto Alcibiades Bustillo para que iniciara el proceso. Visitas a terreno permitieron levantar el diseño de la nomenclatura de calles y carreras de esa zona del barrio. Una vez fue aprobado el proyecto urbanístico por el Instituto Agustín Codazzi con el nombre de Urbanización Don Bosco, el religioso empezó a entregar a cada familia un lote de seis metros de frente por doce de largo, para que construyeran su vivienda. Proceso por el que fue detenido el cura por invasor y conducido a la Inspección Primera de Policía, conocida como ‘La Sur’, la cual quedaba al frente de la industria Cervecería Bavaria. Horas después, era liberado por la misma comunidad que se aglomeró en el puesto policivo.
Corría la década de los 90, una de las más convulsionadas en la historia del país por los acontecimientos simultáneos que se dieron. La guerra sin cuartel que desató contra el Estado el más grande y temible capo del narcotráfico Pablo Escobar Gaviria, jefe del Cartel de Medellín, a quien perseguían para extraditar hacia los Estados Unidos, lo que desencadenó una ola de atentados dinamiteros que terminaron con la muerte de miles de personas inocentes y agentes del orden público. Un precandidato liberal y dos candidatos de izquierda cayeron en ese accionar terrorista y absurdo: Luis Carlos Galán Sarmiento (19 de agosto de 1989), Bernardo Jaramillo Ossa (22 de marzo de 1990) y Carlos Pizarro Leongómez (26 de abril de 1990). Galán fue reemplazado en la campaña por el oficialista César Gaviria, su jefe de campaña. Gaviria fue elegido mediante un mecanismo nuevo e innovador como fue la Consulta Popular, candidato oficial del Partido Liberal a la primera magistratura del Estado, luego de haber derrotado al candidato de la maquinaria Hernando Durán Dussán, para alzarse con el aval de la colectividad y ser elegido presidente en las elecciones de 1990, ganándole a candidatos fuertes como Rodrigo Lloreda Caicedo del Partido Conservador; Álvaro Gómez Hurtado del Movimiento de Salvación Nacional; Antonio Navarro de la Alianza Democrática M-19, en reemplazo de Carlos Pizarro; Regina Betancourt del Movimiento Unitario Metapolítico; Luis Carlos Valencia del Partido Socialista de los Trabajadores, entre otros.
Fue el 8 de marzo del mismo año, finales del gobierno del presidente Virgilio Barco Vargas, cuando uno de los grupos guerrilleros más antiguos del país se desmovilizó para entregar las armas y reincorporarse a la vida civil. El M-19, fundado en el año de 1974, había dado los golpes más certeros a la institucionalidad. Cuatro se mantienen en el subconsciente del ciudadano colombiano: el primero, el robo de la espada del Libertador Simón Bolívar de la Quinta de Bolívar ubicada en el centro de Bogotá. Acción realizada el 17 de enero de 1974 por un comando guerrillero dirigido por Álvaro Fayad, donde se dio a conocer su ideología bolivariana. En el acto dejaron un comunicado adjudicándose el hurto. Ese mismo día ingresaron y asaltaron el Concejo de Bogotá; el segundo fue el robo el 31 de diciembre de 1978 de más de cinco mil armas del Cantón Norte de Usaquén, denominada ‘Operación Ballena Azul’, en el que el grupo de guerrilleros, desde una residencia aledaña a la base militar, construyó un túnel de más de 80 metros de longitud para llegar al cuartel militar; el tercero fue la toma de la Embajada de República Dominicana, la cual se llevó a cabo el 27 de febrero de 1980 bajo el rótulo ‘Operación Libertad y Democracia’, por un grupo de dieciséis guerrilleros al mando del comandante Rosemberg Pabón, alias ‘Comandante Uno’ y de Luis Otero Cifuentes, este último autor intelectual de la toma, y el cuarto, la toma del Palacio de Justicia que dejó un saldo de 94 muertos, incluyendo a 11 magistrados de la Corte Suprema de Justicia, debido al fuego cruzado del Ejército Nacional y el grupo insurgente. La guerrillera Clara Helena Enciso logró salir con vida; Irma Franco salió y fue desaparecida; Alfonso Jacquin y Andrés Almarales, quien comandó el operativo con 35 insurgentes, muriendo con sus compañeros y los rehenes que tenían.
Una vez el movimiento se desmovilizó, se legalizó como organización política para convertirse en la Alianza Democrática M-19, utilizando un llamativo eslogan: ‘Palabra que sí’. Como organización política decidió participar en las elecciones de mayo de 1990 con candidato propio. Fue la oportunidad de oro que visionó para llegar al poder. Así que postularon al primer cargo de la Nación al comandante Carlos Pizarro Leongómez, el más carismático de los exguerrilleros de la época para que fuera su candidato. Su corto tiempo disfrutando de la libertad se frustró el 26 de abril de aquel año, cuando un sicario al interior del avión en el que iba a bordo con destino a la ciudad de Barranquilla, le descargó el proveedor de una ametralladora mini Ingram en la cabeza. Murió en el acto. Había cumplido 48 días de haberse desmovilizado. El asesino fue dado de baja por los escoltas del candidato que reaccionaron ante el atentado de su protegido. A pesar de que Pizarro fue reemplazado por Antonio Navarro en la candidatura, su imagen apareció en la tarjeta electoral el día de las elecciones, las cuales ganó el liberal César Gaviria Trujillo, para el período 1990-1994.
Posesionado Gaviria en la presidencia el 7 de agosto de 1990, convocó a elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente –ANC–, para de esa manera darle cumplimiento al mandato en las urnas de la Séptima Papeleta, la cual fue impulsada por estudiantes universitarios en las elecciones parlamentarias de marzo de ese año.
Las elecciones de la ANC se llevaron a cabo el 9 de diciembre de 1990 y fueron elegidos 70 delegatarios. La Asamblea fue instalada el 5 de febrero de 1991 y culminó sesiones el 4 de julio del mismo año, con la redacción de una nueva Carta Política. La AD M-19 que se estrenaba en la vida política eligió de su lista 19 constituyentes con una votación arrolladora de 992.613 votos, detrás del Partido Liberal que eligió 25 delegatarios con una votación de 1.158.344 sufragios.
En el Atlántico la AD M-19 bordeó los cien mil votos, lo que la convirtió en un movimiento atractivo para la gente que vio otra forma de hacer la política. Una nueva fuerza alternativa emergía para disputarle los cargos de elección popular a los liberales y conservadores, que basaban su fuerza electoral en la burocracia y en la compra de votos. La clase política tradicional sintió que le arrancaron una tajada enorme de su capital electoral.
Dentro de esas estructuras familiares que se armaron al interior de los partidos Liberal y Conservador, una comenzó a hacer ruido de independencia, enarbolando la bandera de la honestidad y el cambio: Voluntad Popular, fundada por el senador Fuad Char, un tímido comerciante exitoso que llegó a la actividad de la mano de uno de los más grandes caciques de la época, José Name Teherán. Se desmarcó en las elecciones de 1990, saliendo senador para tomar distancia de la clase política tradicional que tenía en el atraso y en la desidia al departamento y a la ciudad.
Después de pasar por la Gobernación del Atlántico y el Ministerio de Desarrollo Económico y con la credencial de senador, Char inicia su carrera política en la que la gente comenzó a creer como nuevo proyecto político, que en el fondo no era claro, puesto que nunca se supo cuál era realmente la bandera que enarbolaba. En el discurso solamente se escuchaba un recetario de sustantivos y adjetivos que hacían alusión al cambio.
El presidente Gaviria designó, días después de haberse posesionado, en la Gobernación del Atlántico a Arturo Sarabia Better, un galanista de tiempo completo, el cual asumió el cargo el 1° de septiembre de 1990, nombrando un equipo de gobierno con la participación de varias fuerzas políticas del departamento. Fue un gabinete repartido entre liberales y conservadores. Sarabia dejó la Gobernación en 1991 para que el presidente nombrara a su secretario privado, Arnold Gómez Mendoza, para culminar de esa manera con el nombramiento a dedo de mandatarios departamentales y darle paso al nuevo proceso de la elección popular de gobernadores, ya que la de alcaldes se dio en marzo de 1988, con la elección en la ciudad del liberal Jaime Pumarejo Certain, respaldado por los dirigentes Pedro Martín-Leyes, Roberto Gerlein, Juan Slebi, Eduardo Crissien y Emilio Lébolo. Cargo en el que duró un año toda vez que su primo hermano Gustavo Certain, a quien había enfrentado en las elecciones, ganó la demanda presentada. El nuevo mandatario llegó con el apoyo de la coalición de José Name, Jorge Gerlein, Abel Carbonell, Jaime Vargas, Hernán Berdugo, Moisés Tarud y Ricardo Rosales Zambrano, para terminar el segundo año, ya que el período era de dos.
Posteriormente, en las elecciones de 1990 para alcaldía de la ciudad el poderoso movimiento político Misol liderado por el senador José Name Teherán en coalición con otros dirigentes, eligió al abogado penalista Miguel Bolívar Acuña, quien había derrotado a Carlos Rodado Noriega, apoyado por el senador Fuad Char, para el período 1990-1992. Periodo en el que se creó la Sociedad de Acueducto, Alcantarillado y Aseo ESP, empresa de economía mixta, la cual arrancó con un paquete accionario de 85% (Acciones clase A), mientras que el sector privado lo hizo con el 15% (Acciones clase B). La empresa inició operaciones el 17 de julio de 1991, trece días después de haberse promulgado la nueva Constitución Política de Colombia.
La efervescencia de la AD M-19 comenzó a contagiar a los que querían una nueva forma de hacer la política. Rápidamente el movimiento creció por la cantidad de líderes y gente que se sumaban con su trabajo y con sus votos. Desde la jefatura en la capital de la República, Antonio Navarro Wolff, le entregó la responsabilidad de organizar el movimiento en Barranquilla y el Atlántico al constituyente Héctor ‘Tico’ Pineda, que en aciertos y en desaciertos dilapidó la oportunidad histórica de que el movimiento hubiese elegido alcalde en la ciudad y gobernador en el departamento. Al final se quedó sin el pan y sin el queso, por el mar de errores cometidos. Sin embargo, la suerte no lo desamparó del todo, puesto que el gobierno departamental le dio participación burocrática, nombrando a varios de sus amigos.
A mediados del primer mes de 1991, el gobernador del Atlántico Arturo Sarabia comenzó a coquetearle a la AD M-19. Los casi cien mil votos obtenidos por la lista de la Constituyente en el Atlántico era el perfume que seducía a los dirigentes políticos del departamento. La AD M-19 era la novia perfecta que buscaban los caciques para aparearse. El gobernador Sarabia les ofreció la Secretaría de Educación que estaba vacante en el momento. Luego de una reunión interna se acordó escoger a un candidato para el cargo de una lista de aspirantes, entre los que se encontraban Margarita Riascos; Félix Álvarez; Diógenes Rosero (padre); padre Bernardo Hoyos, quien desistió de cualquier postulación al cargo; Wilson Roca; Germán Grisales y Moisés Pineda, hermano de Héctor ‘Tico’ Pineda, que con una llamada telefónica desbarató la lista para terminar imponiendo a su hermano en la cartera de Educación del departamento. A partir de esa decisión autoritaria y poco democrática comenzaron las grietas en el movimiento. Abrieron tolda aparte, sin salirse de la organización, Germán Grisales, Óscar Manduca, Neftalí Ramero, Álvaro Suescún y Ángel Ahumada. Desde entonces, vinieron los enfrentamientos internos por la falta de reglas claras en la conducción de la organización.
Los amores de Héctor ‘Tico’ Pineda y Guillermo Espinosa con el padre Bernardo Hoyos eran románticos con entrega de rosas rojas y en otras ocasiones rosadas, con paquetes de chocolates y declamación de poemas. La química estaba dada para que las dos almas unieran sus vidas en el altar, con el fin de que el religioso fuera candidato a la Alcaldía de Barranquilla en representación de la AD M-19. La Zona Negra, recuperada en parte de la inmundicia de las aguas de alcantarilla, se convirtió desde entonces en el centro de operaciones del movimiento.
Con el cambio de gobernador, a la AD M-19 le mantuvieron la representación en la cartera de Educación, con el único fin de que apoyara al candidato de la coalición Voluntad Popular-Nuevo Liberalismo a la Gobernación. Era lo que se acordó y lo que al final se dio. Para la muestra un botón. A finales del mes de julio de 1991, el jefe máximo de la AD M-19 Antonio Navarro lanzó en un acto político el nombre de Héctor ‘Tico’ Pineda al primer cargo del departamento. Postulación que fue acogida y aplaudida por la militancia y por el postulado que se frotaba los bigotes de la alegría. El panorama estaba despejado con el nombre de Pineda a la Gobernación. Faltaba únicamente hallar la fórmula a la Alcaldía para completar el matrimonio perfecto. Para escoger el candidato al primer cargo del municipio se buscó un mecanismo democrático, no utilizado a la Gobernación, para no herir susceptibilidades y los ‘egos’. Se quería ensayar el mismo instrumento utilizado por el Partido Liberal en la escogencia de su candidato a la Presidencia de la República: la Consulta Popular. Era la salida ideal para dejar a un lado los personalismos y las vanidades, y el que quería ser el candidato oficial del movimiento a la Alcaldía tenía que ganarse el derecho en las urnas obteniendo la mejor votación.
Surgieron aspiraciones fuertes que naturalmente generaron dos bloques en disputa. Los que apoyaban la aspiración del padre Bernardo Hoyos, liderada por Héctor ‘Tico’ Pineda, Manuel Espinosa, Horacio Brieva, Hermes Lara y Roberto ‘Tico’ Rosanía, y los que respaldaban la aspiración de Janeth Suárez, en cabeza de Germán Grisales, Gregorio González y Lascario Humanez, entre otros, y la de Jorge Enrique Senior, promotor de la idea, al final se quedó sin apoyo alguno.
La campaña de la consulta arrancó de la mano con la elección de gobernador, que según los acuerdos pactados, la AD M-19 debía votar por la candidatura de Gustavo Bell Lemus, candidato impulsado por el Nuevo Liberalismo y Voluntad Popular.
Días antes, ‘Tico’ Pineda en una decisión inconsulta con la dirigencia y las bases del movimiento convocó a una rueda de prensa en el Hotel Dann, en la que los asistentes llegaron confiados en que se iba a oficializar su candidatura
a la Gobernación. Los presentes terminaron desconcertados cuando anunció su declinación y proclamó la aspiración de Gustavo Bell Lemus. A muchos se les bajó la temperatura, otros cobraron un color cadavérico por el espectáculo que estaban viendo. Decisión que fue agrandando las grietas en la organización para ir diluyendo en el tiempo la misión de ser un partido alternativo con vocación de poder. En el momento no lo estaba demostrando, por las decisiones personales que estaba tomando Héctor ‘Tico’ Pineda. Como cuando recibió del senador Char la suma de doce millones de pesos, según él, prestados para financiar la campaña de la Consulta Popular. Dineros que después de la contienda no explicó en qué se gastaron, puesto que los candidatos en disputa en la consulta no recibieron un centavo partido por la mitad de Pineda, para gastos de la campaña, según dijeron. Decisiones que estaban llevando al movimiento a la tumba sin dolientes y sin flores. Lo que se comentaba por los contradictores del conductor de la AD M-19 en el Atlántico era que este estaba entregado a los encantos económicos del senador Char. Nadie sabe si el dinero prestado para la consulta le fue reembolsado al congresista, o si fue uno de los acuerdos pactados para que apoyaran la candidatura de Bell.
Culminadas las elecciones del 27 de octubre de 1991, el candidato de la coalición Voluntad Popular, Nuevo Liberalismo y AD M-19 se alzó con el triunfo derrotando al candidato de la maquinaria que representaba Pedro Martín-Leyes. Mientras que la Consulta Popular la ganó el padre Bernardo Hoyos, con 82 mil votos; Janeth Suárez obtuvo 22 mil votos y Jorge Enrique Senior, 2 mil votos, convirtiendo al religioso en candidato oficial de la AD M-19 a la Alcaldía de la ciudad a las elecciones de marzo de 1992. Designación que al final se le convirtió un calvario por las intrigas y por el fantasma de desmontarlo, por quienes lo postularon e impulsaron en la Consulta Popular, al considerar después que este no representaba doctrinariamente al movimiento. Desde ese momento sus contradictores conocieron el verbo rastrero del padre Bernardo Hoyos. La política que no había sido una de sus pasiones se volvió en una obsesión para llegar al poder a cobrar revancha.
Sin dinero la campaña del prelado avanzaba en los barrios populares para ganar electores, mientras sus conspiradores se reunían en recintos secretos para hallar la forma de tumbarlo del caballo y colocar otro candidato que representara realmente la doctrina del movimiento. Detectó el padre Hoyos que los enemigos de su candidatura no estaban afuera sino adentro, buscando su talón de Aquiles para desbancarlo. Héctor ‘Tico’ Pineda siempre dijo que por ser amigo del sacerdote podía convencerlo para que desistiera de su aspiración. Al final no lo consiguió.
Gustavo Bell Lemus le mantuvo al grupo de Héctor ‘Tico’ Pineda la Secretaría de Educación, en cabeza de su hermano Moisés, y le dio otros cargos más. Nombró a Carlos Escobar De Andreis, su jefe de debate, en la Secretaría de Gobierno y en la gerencia de la Beneficencia a Diógenes Rosero (padre). Desde entonces, un sector de la AD M-19 perdió el rumbo del proyecto político para entregarse a los placeres del poder.
La campaña a la Alcaldía arrancó con varios precandidatos: la coalición que apoyaba la candidatura de Carlos Rodado Noriega, que en las elecciones anteriores había sido respaldado por Char, ahora candidato apoyado por el senador José Name Teherán; Eugenio Díaz Peris, candidato de la coalición Voluntad Popular-Nuevo Liberalismo y Bernardo Hoyos, que a la fecha no había definido con qué aval se inscribiría. Eran los candidatos con más fuerza en la contienda, por los respaldos que ostentaban. Los rumores de una posible desmontada de la candidatura del Padre, quien se enteró de viva voz de la misma fuente, se escuchaba en los mentideros políticos de la ciudad, lo cual comenzó a inquietarlo. ‘Tico’ Pineda telefoneó al sacerdote para solicitarle que desistiera de su aspiración. El sacerdote informado de lo que sucedía en el movimiento, con la despachada que se dio el grupo de Pineda en la Gobernación y del dinero que recibió del senador Fuad Char para los gastos de la consulta, le respondió cortantemente: “No renunciaré. Si tengo que hacer alianza con el demonio lo haré”, dijo. E incluso, se atrevió a decirle a los empeñados en su declinación que se desmontaba si convocaban una nueva Consulta Popular. No volvieron a tocar el tema en público sino en sitios privados. La conspiración seguía en pie. Para disipar el ventarrón de división, la AD M-19 organizó, días después de las elecciones del 27 de octubre, una concentración política en el Hotel El Prado para reafirmar el respaldo a la candidatura del sacerdote a la Alcaldía de Barranquilla. Ante más de mil personas, intervinieron únicamente el vocero del movimiento ‘Tico’ Pineda y el padre Hoyos. El Salón Magdalena del hotel fue testigo de lo que había acontecido ese día.
“El acto en el Hotel El Prado se hizo, me lo explicaron después, con el aparente propósito de ablandar a los socios políticos del M-19. La estrategia era de una sagacidad que habría asombrado al mismo Maquiavelo: se buscaba demostrarle a Bernardo Hoyos que los aliados no cedían ni un milímetro, a pesar de los despliegues políticos realizados, para que, finalmente, el cura abdicara y el camino se despejara en busca de otro candidato”, dijo Horacio Brieva en su libro Retrato de una generación.
Entre los contradictores de la candidatura del sacerdote se sumaban dos pesos pesados de la política local, el senador Fuad Char y el exgobernador Arturo Sarabia, quienes se sentían incómodos con su aspiración por los constantes ataques de que eran blanco. Una de las razones que argumentaban los dirigentes era que ellos no habían participado, dentro de los acuerdos pactados con la AD M-19, de la elección de Hoyos como candidato, por lo que no se sentían comprometidos con dicha aspiración. Desde entonces, el sacerdote tronó desde el púlpito del Centro Comunitario Don Bosco, corazón de la Zona Negra, contestándole al senador Char: “Rey Midas, con tu oro, no podrás comprar la voluntad y la conciencia del pueblo”. Performance que se impregnó en la ropa de los asistentes por varios días.
Voluntad Popular en coalición con el Nuevo Liberalismo decidieron lanzar la aspiración de un viejo amigo del senador Char, Eugenio Díaz Peris, para hacerle contrapeso a la aspiración del exsacerdote y a la del candidato del senador Name Teherán, Carlos Rodado Noriega. En el transcurso de los días la aspiración del padre Hoyos crecía como bola de nieve, lo cual se les convirtió en un dolor de cabeza a los conspiradores, que no encontraron la forma de sacar de la contienda al religioso. Nunca la encontraron, porque a medida que discutían y pensaban, la candidatura de Hoyos era un fenómeno político en las calles por la simpatía que despertaba en las comunidades. Parecía un emperador romano marchando con sus legiones buscando conquistar nuevas naciones. Logró agrupar a cientos de líderes barriales que vieron la oportunidad de salir de la pobreza, por lo que decidieron arropar a quien estaba llamado a ser su salvador.
Según, las cuentas de los conspiradores, el cura no lograba llegar a los 20 mil votos, por la siguiente lógica: la candidatura de Eugenio Díaz y la del cura Hoyos, fraccionan la votación para que el candidato de la coalición liderada por el senador Name ganara con gran facilidad la Alcaldía, por el hecho de tener la maquinaria.
El discurso crudo y realista de Hoyos se arraigaba cada día más en la mente de los electores, lo que lo distanciaba del resto de candidatos en las encuestas de intención de votos. Las caminatas realizadas por los barrios manoseando, besando y abrazando a la gente creó una química que se fue asentando con los días para considerarlo uno de los suyos.
Luego de la concentración política en el Hotel El Prado, el 10 de enero de 1992, el Paseo Bolívar se encontraba atestado de gente de todos los rincones de la ciudad, que llegaron por su propia cuenta a escuchar al sacerdote candidato, quien se impresionó cuando vio la multitud coreando su nombre como alcalde del municipio. Fue el termómetro que midió Antonio Navarro, proveniente de la fría capital a proclamar la candidatura de Hoyos irrestrictamente. De Navarro se dijo que era uno de los conspiradores de la desmontada del religioso, al final no se pudo demostrar su participación por ser tan escurridizo. Uno de los dirigentes de la AD M-19 que intervino fue Manuel Espinosa, en reemplazo a última hora de ‘Tico’ Pineda, a quien la gente no dejó subir a la tarima.
“A Héctor, una indignada señora de la Zona Negra, hincha furibunda de Hoyos, le dio varias cachetadas y solo la rápida intervención de Rafael Vergara, que lo arrastró hasta el carro de Pedro Bonett Locarno, evitó el linchamiento de Pineda en pleno Paseo Bolívar”, dijo Horacio Brieva en su libro Retrato de una generación.
La mala suerte siguió persiguiendo a los conspiradores del religioso que se inscribió a última hora con el aval del recién creado Movimiento Ciudadano, desechando el de la AD M-19 por todo lo que estaba sucediendo al interior de esa agrupación política. Al final las bases del movimiento se quedaron con la aspiración de Hoyos, para convertirse en nuevos militantes de la novel organización política.
Como la actividad política es de estados de ánimo, la campaña tomó otro rumbo. Fue así que el senador Fuad Char dio un viraje de 180 grados para desmontar la candidatura de Eugenio Díaz, por la poca acogida que había tenido en la masa electoral. Decisión que buscaba atajar al candidato del senador Name para que este no siguiera gobernando desde la Alcaldía. Las cuentas en esos momentos eran favorables a Carlos Rodado Noriega, en el evento de que las candidaturas de Díaz y el sacerdote se mantuvieran hasta el final. En su pragmatismo Char detectó la vieja jugada de zorro de su contradictor político, por lo que decidió no pensarlo dos veces para desmontar a Díaz Peris y adherirse a la candidatura de Hoyos, el cual masticaba, pero no tragaba y tener la posibilidad de ganar el primer cargo del municipio. El prelado terminó aceptando el apoyo incondicional, en una rueda de prensa ofrecida por el senador en el Hotel El Prado. Desde entonces, las flores al senador Char eran verdaderas declamaciones poéticas al estilo Pablo Neruda, para que se sintiera cómodo y mejor atendido que en su casa. El congresista brindó su apoyo económico y logístico al cura, que finalmente se alzó con el triunfo estrepitosamente el 8 de marzo de 1992, derrotando a Carlos Rodado Noriega, candidato de la maquinaria que lideraba el senador José Name Teherán, quien perdió la Alcaldía.
Entretanto, los dirigentes comprometidos en desmontar a Hoyos, en sus erradas decisiones personalistas que terminaron sepultándolos, tuvieron que acudir al exilio y desaparecer por un tiempo del escenario político. Con la elección del sacerdote muchos coincidieron en afirmar que la AD M-19 en la ciudad murió ese día y nació el Movimiento Ciudadano, como nueva alternativa de poder.
Un religioso tirador de pases salseros, tomador de cerveza y lenguaraz, llegaba por primera vez al edificio del Paseo Bolívar para gobernar con los sectores más vulnerables de la ciudad. Desde entonces, comenzó una nueva era en la política local, donde un sacerdote salesiano, quien tenía la misión de dirigir una universidad a distancia, no hacer actividad electorera, rompió con el viejo paradigma de que los pobres no podían gobernar. A partir de ahí, nace la leyenda del padre Bernardo Hoyos Montoya (Tomado del libro, Los muertos de nadie).