El hombre que duerme como un murciélago

Tercera entrega de EL MUNDO DE ‘HARRY DESASTRE’, donde el lector encontrarás relatos juveniles como El hombre que duerme como un murciélago, El hombre que bañaba con sangre a la bestia, El buhonero del vuelo 747 y El niño de poderes ocultos.

Los rayos de un nuevo amanecer penetraron por la ventana de vidrio sin cortina del apartamento de ‘Harry Desastre’. De golpe se levantó y despertó a Matías que se encontraba arropado de pies a cabeza, por el frío glacial que hacía en el cuarto proveniente del aire acondicionado.

     Eran las 5:30 am y la mamá de Harry no se había despertado aún porque se había acostado tarde cosiendo. Tenía que entregar antes del mediodía del día siguiente varias prendas de vestir, las cuales alcanzó a terminar.

     Harry colocó en el fogón la olla de aluminio con agua a hervir para preparar café tinto, de modo que al levantarse su mamá lo encontrara hecho. Así fue, al borbotear echó dos cucharadas de café molido, revolvió con una cuchara metálica y apagó el fuego una vez la espuma negra subió como la lava de un volcán en erupción. Procedió a colarlo y a servirse en un pocillo de plástico cristalizado y le dejó el resto a su señora madre.

     En cada sorbo que daba Matías lo miraba fijamente, pero Harry desatendió el gesto de su amigo al saber que este no consumía dicha bebida.

     Harry se dirigió al cuarto con Matías en el cuello para emprender la labor del día: preparar las colonias y perfumes a sus clientes para entregar en las horas de la tarde y parte de la noche, tal como había acordado con ellos.

     En una pequeña libreta escolar cuadriculada que extrajo del maletín tenía apuntados los nombres de los perfumes de mujer a elaborar, puesto que en esta ocasión no hubo pedido de colonias para hombres. De la gaveta de una mesa de roble sin pintar ubicada en uno de los recodos del cuarto sacó varios frasquitos de aceites esenciales, alcohol desodorizado, agua destilada, fijadores, feromonas y colores para iniciar su preparación.

     Horas después, tenía los cinco perfumes listos para entregar, los cuales guardó en el maletín para salir a repartirlos.

Partió a la hora fijada sin la compañía de Matías, tomando vías alternas para no verse atrapado en un trancón de padre y señor mío. A medida que subía al norte de la ciudad la temperatura iba descendiendo por la llegada de la noche.

     Al pasar por el sector de los árboles con cara de bruja vio colgada en una de las ramas una valija del color de un cuervo. Era inmensa y liviana, lo cual se le hizo extraño. Sin embargo, siguió su recorrido sin dejar de observar por el retrovisor el particular bulto. Por mucho que pensó qué podía ser, no lo adivinó. Imaginó por un instante que era una bolsa de basura que las personas curiosamente cuelgan para que el camión recolector la recoja.

     Dos horas después, entregó los perfumes y decidió regresarse por la misma ruta para cerciorarse de que la valija colgante permanecía donde estaba la primera vez. No obstante, su sorpresa fue mayor al no encontrarla allí. Entonces, descendió del vehículo para acercarse al arbusto.

     El lugar estaba desértico, no se veía ninguna alma sentada en las terrazas de las casas conversando o adultos barriendo sus frentes o regando los jardines. Corroboró que la inmensa bolsa colgante no estaba. Desapareció sin dejar rastro alguno. De repente creyó que el camión recolector se la había llevado, pero descartó esa posibilidad al ver en los sardineles bolsas de desechos.

      Eran las 8:30 pm y una leve brisa sacudió los árboles para refrescar por un momento la sofocante noche, cuya soledad hizo que Harry se sintiera intranquilo. Como si algo imprevisto fuera a suceder. No quiso ser pesimista, pero sabía que podía ser señal de malos augurios. Ya había vivido una experiencia similar, por lo que estaba alerta a cualquier movimiento extraño. Esperó un largo rato para averiguar el destino que había tomado la valija gigante, como la llamó, pero nada extraordinario sucedió. Media hora después, cuando se disponía a abordar ‘el escarabajo’ la vio caminar hacia el árbol y colgarse cabeza abajo. Pensó por un momento que era un gigante murciélago de caverna, pero este no llegó volando, por lo que descartó esa posibilidad y prefirió acercarse para salir del asombro.

     Cuando lo hizo, pudo comprobar que efectivamente el ser extraño colgaba de una rama del árbol. No sin distinguir si eran alas que cubrían su cuerpo de pies a cabeza o una sábana mugrienta para protegerse de la intemperie y de los curiosos.

     Al estar cerca de este Harry decidió llamar su atención arrojándole una pequeña piedra que impacto en su cuerpo, sin que lo hiciera reaccionar.

      Harry sintió temor por un momento. Quiso tirarle una segunda piedra, pero prefirió ser prudente y hacerle un llamado. La oscuridad impedía identificar lo que realmente estaba colgando.

     —Hola, ¿quién está ahí? —preguntó Harry.

     El extraño ser se movió dando signos de vida. Espernancó los ojos como un búho para extender sus alas, las cuales no eran cartilaginosas sino de una tela percudida producto de la vida de pordiosero que llevaba. Se descolgó con una gran agilidad para ponerse de pie en el suelo y enrollarse por inercia como un paraguas. Solamente su mirada brillaba con intensidad como una linterna.

     —¿Quién eres y por qué perturbas mi sueño? —interrogó al joven.

     —Pasaba por aquí y me llamó la atención que una gigante bolsa de basura estuviera colgada en el árbol —respondió Harry—. Pero veo que es más que eso.

    El extraño ser seguía envuelto sin decir una sola palabra. Harry también guardó silencio esperando que este se identificara. Los segundos pasaron y la situación continuaba igual hasta que el muchacho decidió acercarse.

     —Si me lo permite, ¿lo puedo llamar por su nombre? —le preguntó.

     No obtuvo respuesta del singular ser, únicamente retrocedió.

Caminaba con dificultad, como si las piernas le fallaran. Tampoco batió sus alas para levantar vuelo por la amenaza en ciernes.

    —Es mejor que te vayas, muchacho, antes de que te arrepientas de haber venido hasta aquí —advirtió este—. Lo que haga o deje de hacer no te incumbe, por lo que te recomiendo que te alejes.

     —De acuerdo —respondió Harry—. Pero si usted no es un murciélago, ¿por qué duerme como ellos?

     El raro espécimen se replegó, a la vez que los ojos le brillaban aún más por la presencia del joven.

     —Para satisfacer tu curiosidad y puedas irte tranquilo responderé tu pregunta.

     Harry cruzó los brazos para escuchar lo que iba a contarle el extraño ser, que hizo un rápido movimiento para despojarse de la manta que lo cubría y mostrar su raquítico cuerpo de un peso aproximado de 50 kg, con piernas superdelgadas como un palo de escoba y una estatura de 1.70 metros que le daban un aspecto de una misma carabela, a excepción del rostro, en el que se notaban los cachetes rechonchos, producto de una excelente alimentación.

    Al ver de cerca el esquelético ser, Harry pudo descubrir que se trataba de una víctima más de la catastrófica enfermedad de la poliomielitis y le concedía la razón para vivir apartado de la familia y los amigos por el complejo que padecía desde niño por dicha afectación.

     Una vez Harry escuchó atento el relato conmovedor del hombre pudo comprender su desgracia, de la cual huye como si lo persiguiera una terrible maldición.

     —Duermo colgado en este árbol unas horas —respondió el extraño hombre.   

      —¿Cómo haces con la presión de la sangre para respirar? —preguntó Harry.

—Fácil, un ser humano puede resistir con la cabeza abajo entre 12 y 14 horas, después de este tiempo tiene dificultades para respirar —respondió—. Cada tres o cuatro horas me descuelgo para hacer mis necesidades fisiológicas y buscar alimentos. Es decir, no duermo el mismo tiempo de los murciélagos, que es de 19 horas al día.

     —Comprendo —asintió Harry.

     —Al colgarme en esa posición siento poca presión debido a lo frágil y liviano de mi cuerpo, por lo que no me cuesta trabajo dormir como un murciélago —dijo el extraño ser—. Mis delgados pies se incrustan en las ranuras de las ramas de los árboles, los cuales funcionan como unos tendones, iguales a los de dichos mamíferos alados.

     —¿La manta con la que te arropas hace las veces de alas de murciélago? —interrogó Harry.

     —Me sirve para cubrir mi cuerpo de la mirada de la gente, protegerme de los insectos, del frío de la noche y de las lluvias —le respondió.

     Antes de que Harry le preguntase su nombre, este se anticipó en resolverle esa inquietud.

     —No te molestes en saber cómo me llamo, confórmate solo con dirigirte a mí como el hombre que duerme como un murciélago.