La lechuza en el árbol de almendro (Tercera historia)

La mamá de ‘Harry Desastre’ se levantó más temprano que nunca a coser. Estaba ansiosa por hacerlo. Luego de cumplir con los oficios domésticos, se encerró en un pequeño cuarto que acondicionó como taller de costura para confeccionar una cobija y unas pijamas a Matías, el ratoncito doméstico.

     La noche anterior vio al pequeño roedor dormir desnudo en la cama, lo que le dio cierto pesar, por lo que se puso manos a la obra para que de ahora en adelante vistiera ropa adecuada. Por eso, varias tiras de tela extrajo de un canasto de junco para colocarlas en una mesa y cortarlas con una inmensa tijera de hierro a las medidas del ratoncito, las cuales desconocía, pero la experiencia en el oficio le hizo calcular una talla estándar para proceder con la costura.

      Así fue que, hora y media después, Matías tenía cinco pijamas de diferentes colores y una cobija color azul cielo para arroparse.

     Cuando despertó, Harry vio encima del tocador la ropa que le confeccionó su mamá a Matías. La tomó y se la colocó a su pequeño amigo para medírsela, el cual no entendía lo que sucedía. Al final, le quedó bien y la guardó en la gaveta del escaparate con su ropa interior.

     Al levantarse de la cama lo primero que Harry hizo fue bañarse y más atrás, Matías, que al principio le huía al agua, pero con el tiempo se acostumbró a ella. Al punto que antes de acostarse se duchaba para poder dormir. Después, bajaron a desayunar y con las mismas se despidieron de su mamá para abordar ‘el escarabajo’ y salir a entregar varios pedidos ordenados por direcciones, entre los que se encontraba el de su tío Oliver: una colonia con feromonas masculinas para conquistar hermosas mujeres.

      Una vez encendió el vehículo, Matías descendió de su cuello para sentarse en la silla de al lado, ¡claro, sin colocarse el cinturón de seguridad! La congestión vehicular en el sector del barrio El Rosario era estresante. Dio rever para salir, pero dos buses de transporte urbano se lo impedían. Se estacionaron a la espera de que los pasajeros bajaran, los cuales ingresaban al mismo tiempo a la clínica que quedaba al frente de la casa.

      Cuando los buses retomaron su ruta, Harry aprovechó para salir, pero dos carretillas se lo impidieron nuevamente.

     —¡Y ahora…¿será que le toca el turno a las carretillas? —preguntó.

     Los vendedores ambulantes habían parado para vender sus productos perecederos, como frutas y verduras, precisamente en el lugar donde entra y sale ‘el escarabajo’.

     Cinco minutos después, prosiguieron su camino para despejarle la vía a Harry, que pudo sacar el carro para dirigirse a su destino. La primera entrega era para su tío Oliver, quien lo llamó varias veces para que le llevara el perfume, que había pagado con anticipación. Dinero que le envió con su señora madre el día que se encontraron en la casa materna.

Para alegrar su estado anímico encendió el radio del carro para escuchar su música preferida: Reguetón, que estaba de moda y fascinaba a la juventud. Matías, a un lado de él observaba los movimientos de su amigo que en voz alta repetía la letra de la canción. Al roedor esta le parecía bulliciosa y no le gustaba para nada. Por eso, permaneció en silencio durante el viaje.

     Varias cuadras antes de llegar a su primer destino, Harry recibió una llamada de Robert, otro cliente, recordándole que no se demorara, puesto que tenía otros compromisos que cumplir.

     —No te preocupes, que estaré a la hora acordada —respondió Harry, quien seguía cantando.

     Al llegar al apartamento de su tío Oliver, el cual quedaba en un primer piso, pudo observar el frondoso árbol de almendro, cuyas ramas se extendían hasta la mitad de la vía y cubrían con su sombra la inmensa casa de dos plantas para protegerla del intenso calor del día. Los últimos aguaceros caídos sobre la ciudad reverdecían la flora.

     El pequeño apartamento no tenía terraza ni plantas que lo adornaran. Tampoco estaba enrejado para la seguridad propia, pero si poseía un espacio suficiente para parquear un vehículo. En el techo de tejas de cemento de la vieja casona se observaban varias columnas de comején dándose un banquete con la madera de sus vigas, lo cual colocaba en alto riesgo cualquier vida humana que la habitara.

     Harry estacionó ‘el escarabajo’ en el espacio permitido para bajarse a entregar el pedido a su tío que se encontraba trabajando en la computadora editando una nota que enviaría al noticiero de televisión, el cual se emite en horas del mediodía.

      Una vez Harry descendió del vehículo con Matías en el cuello, tocó la puerta metálica del apartamento, que la antecedía una reja de hierro. Enseguida, una voz militar se escuchó al fondo.

     —¿Quién es? —preguntó el tío.

    —Tío, soy yo, Harry, te traje la colonia —respondió el sobrino.

    —Un momento y te abro.

     Eran las 11:30 de la mañana de un sábado lluvioso. Mientras esperaba que el tío le abriera la puerta, Harry sintió el aleteo de una inmensa ave que estaba detrás de él, la cual posaba en una rama del frondoso árbol. Al rotar el cuerpo observó sus alas extendidas como si fueran las de un ángel. Era una lechuza de plumaje color blanco perla y rostro en forma de corazón, que despertó de su sueño matutino al ver el pequeño roedor, ya que este es una de sus presas favoritas.

     El predador se disponía a atacar a Matías, pero este se escondió en el cuello de la camisa de Harry, haciéndole sentir un cosquilleo cada vez que se movía. Entonces, al perderlo de vista, la lechuza bajó las alas, en señal de desistir del ataque. Sin embargo, el muchacho recogió del suelo dos enormes piedras de cemento que estaban en un rincón de la entrada del apartamento para defenderse del ave.    

     No obstante, esta cambió de rama para buscar una mejor posición en el evento de que el ratoncito asomara la cabeza. Sabía que estaba ahí, pero mientras el muchacho lo protegiera no se lanzaría al ataque.

     En el momento en que el tío Oliver abrió la puerta, Matías aprovechó para salirse de su escondite y entrar al apartamento. La lechuza que esperaba esa oportunidad se dispuso a cazar a la presa, con tan mala suerte que esta acción fue frustrada por la reacción del muchacho que la esquivó lanzándose al piso para que el ave se estrellara contra la ventana de vidrio.

     Antes de rematar al predador, indefenso en el suelo, Harry lo espantó para que levantara vuelo y regresara a posarse de nuevo en el árbol.

     —Tío, ¿la lechuza es tuya? —preguntó Harry.

     —Es la segunda vez que la veo colgada en el árbol. Tal parece que viene a cazar ratas o gatos que merodean de noche por aquí —respondió Oliver, quien la observó detenidamente por varios minutos. Su rostro en forma de corazón hacía del predador un ave exótica.

     —Tenía entendido que son aves que cazan de noche, pero esta tal parece que lo hace a cualquier hora del día —afirmó Harry, sin dejar de quitarle la vista al ave que giraba la cabeza rítmicamente, hasta quedarle en la parte de atrás, como si esta estuviera dislocada. Luego, nuevamente la giró hacia el frente.

     —Cuando tienen hambre cazan a cualquier hora del día —dijo Oliver.

     Recordó el día que regresaba de misa y al introducir la llave en la cerradura de la puerta para abrirla, tropezó con la cabeza de un gato de largos bigotes como un tigre y con los ojos espernancados, que, según los comentarios escuchados a los vecinos, era el terror de los pájaros enjaulados, porque había devorado a varios de ellos.

     —La lechuza vino a cobrársela al gato —dijo— al permanecer en el árbol durante el día.

Al ingresar al apartamento, Matías pudo salir del escondite para subirse por la ropa de su amigo y posarse en la palma de su mano para ser presentado.     

     —Tío Oliver, te presento a mi mascota Matías, el ratoncito doméstico.

     El tío arrugó la cara al mejor estilo de Jim Carrey, formulando la siguiente advertencia:

     —Como se enteren tus vecinos que tienen crías de ratones en tu casa te van a denunciar ante las autoridades protectoras de animales.

     Harry tomó la sugerencia como un buen chiste y se despidió de él, luego de entregarle el perfume con feromonas masculinas. Matías se escondió nuevamente en la camisa de su amigo para no ser visto por la lechuza que los miraba fijamente moviendo la cabeza. Harry abrió la puerta de la calle para salir, mientras su tío lo observaba ingresar al vehículo.

     Una vez en el interior del ‘escarabajo’, la lechuza hizo un brusco movimiento que los puso en alerta, al extender las enormes alas no para atacar sino para estirarlas un poco como una forma de relajarse por el largo tiempo de permanencia en el árbol.

     Harry encendió el vehículo para salir en rever y dirigirse hacia el siguiente cliente y cumplir con la entrega.

     Sacó el celular del bolsillo del pantalón para marcarle y anunciarle que lo esperara. Matías aprovechó para sentarse en la silla de al lado para tranquilizarse luego del tremendo susto que pasó con el predador, que se quedó con las ganas de comerse al pequeño roedor, su presa favorita.

      —Robert, en diez minutos llego a tu casa —le dijo Harry.

     De esa manera, ‘Harry Desastre’ se gana la vida recorriendo la ciudad vendiendo perfumes y colonias, que prepara en su pequeño laboratorio. Por eso, muchos le dicen el perfumista.